PRÓLOGO:

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Sus padres no estaban. Era sábado de cena de beneficencia, y debían quedarse hasta tarde en el ancianato. A ella no se lo permitían por pequeña, así que mientras ellos asistían a la reunión en la casona de al lado, la niña soportaba la soledad. Su hermano de dieciséis, nueve años mayor que ella; salía con sus compañeros de colegio a beber o a divertirse.

Después de hacer sus oraciones diarias, pidiendo por toda su familia y las personas del ancianato, se recostó en la cama con el señor Mittones, su gato, a dormir. No pasaron dos minutos, hasta que la puerta de la entrada se abrió con un golpe y una algarabía irrumpió en el primer piso. Ese no podía ser otro que su hermano Jonathan.

Agarrando al gato contra su pecho, se asomó con cautela, descalza, y solo vistiendo su batita de algodón, con helados y cucuruchos estampados en ella.

Normalmente le daba susto su hermano, ya que como la mayoría de veces llegaba apestando a algo amargo y desagradable. Su madre decía que era humo de cigarro. Otras, llegaba caminando de forma extraña, chocando con los muebles y paredes, e incluso vomitándolo todo. Eran los días que más detestaba Dulce María. Se ponía agresivo con su madre y con ella, tirando puertas y golpeándolas. Eso, cuando su padre no estaba. Cuando Albert si estaba, solo les levantaba el dedo del medio y como podía, se encerraba en su cuarto hasta el día siguiente.

Pero hoy era diferente. No estaba solo, sino con tres de sus amigotes, igual de borrachos y drogados que él. Y ella estaba sin sus padres cerca que la cuidaran. Los vio en la entrada, gritando y poniendo música a todo volumen.

Tenía que esconderse.

Retrocedió con cautela por el suelo de madera, de la casa antigua de sus padres, y este traqueó como una anciana con achaques, alertando a los visitantes de su presencia. Su hermano la miró con una sonrisa borracha.

—Miren, muchachos. Tenemos compañía—los otros tres rieron, frotándose las manos. 

Su gato huyó.

— ¿Qué dicen si nos divertimos un rato con mi hermanita?—se planteó bajar, y escapar en busca de sus padres. 

Pero ya era demasiado tarde.

Los cuatro subían por las escaleras, lo suficientemente borrachos como para dar traspiés, pero no lo bastante para caer. Dulce maría soltó un grito y escapó hacia su cuarto, cerrando la puerta y apoyando la espalda contra ella, intentando detenerles. La madera dio una sacudida y ella se vio empujada hacia adelante. Eran muy fuertes, y si seguía allí, tarde que temprano tumbarían la puerta y la hallarían. Se apartó, antes de que volvieran a arremeter contra la entrada y corrió a otra que conectaba con el cuarto de sus padres, consiguiendo meterse en él, antes de que su hermano tuviera la misma idea.

Abría el guardarropa de sus padres, en el baño, para colarse en él, cuando Jonathan tiró la puerta de su habitación, riendo a las carcajadas. Oculta entre los vestidos de su madre y las camisas de su padre, se hizo un ovillo tembloroso y silencioso, esperando no ser encontrada. Por ser tan pequeña cabía en cualquier lado.

Ojalá sus padres llegaran.

Se tapó la boca con una de las chaquetas, en un intento de que ni la escucharan respirar. Sus mejillas ya estaban llenas de lágrimas. No sabía que le harían esos hombres y su hermano, pero algo en su interior le advertía que no era nada bueno. Se quedó inmóvil y silenciosa cuando los escuchó llegar al baño, llamándola por el apodo que le había puesto su madre desde pequeña: «Pastelito».

Las manos le temblaban.

«Diosito sálvame». Pidió mentalmente, mientras veía la puerta del armario abrirse.

Me atraparon.

Miraron hacia el interior, llamándola. Incluso escaneando el sitio donde ella estaba, pero como si no la hubieran visto. Se quedó quieta como una piedra, con su corazón latiendo rápido. Pasaron treinta angustiantes y lentos segundos hasta que con decepción, cerraron las puertas, argumentando que no había nadie allí. Sintió los pasos alejarse.

No era la primera vez que su hermano y sus amigos, se ensañaban con ella. Ya había pasado en dos ocasiones. Una en la que logró huir al ancianato antes de que la atraparan, y la segunda en que sus padres volvieron antes de tiempo y los detuvieron. Esto tenía que parar. O les rogaba a sus padres que la metieran en un internado, o ir a vivir con su tía Clemencia a Bogotá. Pero no iba a soportar que su hermano mayor, al que antes le tuviera tanta admiración, ahora solo la hiciera sentir miedo.

Suspiró tranquila al ver que Dios sí la había salvado. Se quedaría allí hasta que regresaran sus padres, o hasta que los intrusos se fueran. Algo comenzó a arañar la puerta de guardarropa.

Su gato.

—Señor Mittones, largo—le susurró.

No había nadie en casa, a excepción de ella, que ese gato persiguiera y amara tanto. Si su hermano se enteraba que el gato maullaba y arañaba los cajones, era porque la buscaba a ella y estaría escondida allí.

La puerta se abrió de golpe, revelando al minino, que trepó hasta la cajonera donde ella estaba, y a su hermano, con una sonrisa diabólica.

—Así que sí te escondías aquí—la sacó a rastras del closet—ya sabía yo que era imposible que te escaparas tan fácil. Eres demasiado estúpida para los escondites—gimió, tratando de soltarse—ni lo intentes, hermanita. Ambos sabemos que no lo conseguirás—el gato, quizás presintiendo lo que querían hacer con ella, maulló y escupió, lanzándose contra el, y arañándole la cara. 

Jonathan la soltó.

Vio como la cara de su hermano se llenaba de cortadas por las garras, mientras el trataba de quitárselo de encima, sin ver nada y tropezando en el suelo. Cayó, golpeándose en los guardaescobas de la pared y quedando semi inconsciente.

«Corre». Le ordenó una vocecita en su cabeza.

Como pudo, tomó al gato en brazos y echó a correr fuera de la habitación con la intención de bajar las escaleras. Dos hombres se plantaron frente a ella, impidiéndole el paso, un tercero la agarró de los brazos.

— ¿Ibas a alguna parte, pastelito?—miró de uno a otro, con los ojos llenos de lágrimas.

—No me hagan daño—suplicó.

Ellos se carcajearon, llevándola de vuelta a la recamara de sus padres.

—Demasiado tarde. Muy tarde, pastelito. Es hora de jugar contigo—

Su madre siempre le decía que cuando se sintiera sola o asustada por cualquier circunstancia, pensara en su lugar feliz. Ese en que ella corría por prados llenos de flores y mariposas, donde la hierba te hacía cosquillas y el sol te calentaba como una caricia. Pero eso no le sirvió, ni cuando la desnudaron a la fuerza e hicieron con ella a su antojo aunque se defendiera, gritara y llorara. Ni cuando la golpearon, riendo y aullando como lobos. No se detenían... Nunca lo hacían.

HELLOOOOOO CHIQUILINAS

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HELLOOOOOO CHIQUILINAS. QUERÍA CONTARLES QUE ESTA NOVELA PARTICIPÓ EN EL CONCURSO DE NOVELA DE LA EDITORIAL PLANETA, AQUÍ EN COLOMBIA... NO GANÓ, PERO SI HA SIDO UNO DE LOS PROYECTOS QUE MAS ME MARCÓ. ES UNA MUESTRA MAS DE LO QUE ESCRIBO *-*

SEAN BIENVENIDAS Y ESPERO LES GUSTE.

COMENTARIO Y ESTRELLITA

LAU<3


CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora