CAPITULO 34: Dulce María

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No creí que todo terminara así. Correr a buscarlos para hablar con ellos y cambiar de parecer respecto a lo nuestro y a su partida sin mí. ¿Y nada más llegar, enterarme que Abu Adelaida ya no estaba?

Después de hablar con Esther me armé del valor necesario para ir a buscarlo a la casa, pedí un taxi y el portero me dejó entrar a la unidad, nada más reconocerme. Toqué la puerta, lo llamé al teléfono pero nadie me respondió. Fue luego de unos minutos de insistir, que el señor Carlos nuestro vecino, salió de casa preguntándome si buscaba a la señora Wilks y a su nieto. Al decirle que sí, me informó sobre que la había sacado en ambulancia, directo a la clínica Las Américas.

Corrí como si no hubiera mañana, pidiendo otro taxi que me llevara al hospital, y rogando durante el trayecto, que todo estuviera bien. Al llegar no me esperaba que la noticia fuese esa.

Muerta.

Abu Adelaida había sido para mí como una segunda madre, aconsejándome y cuidando de mi cuando estaba niña, y mis padres no podían estar pendientes de mí todo el día en el hogar. Y ahora ya mayor, había sido mi mejor amiga, con quien podía sincerarme con tranquilidad. Y me había correspondido a mí cuidarla a ella. No creía que todo terminaría de esta manera.

Douglas no estaba mejor que yo, lucía demasiado triste y por eso me había ofrecido a ayudarle con los papeleos de la funeraria y el resto. Había esperado ansioso el momento en que nos la entregaran para velarla y darle una sepultura digna. No podía procesar todavía que su abuela se hubiese marchado así como así, y menos que ella le dejara todas sus pertenencias en el testamento. Yo lo sabía porque había sido testigo en el momento en que se creó ese documento, y aunque en ese entonces no conocía al hombre que iba a ser el beneficiario, ahora podía asegurar con los ojos cerrados que era el único indicado y el único que se había preocupado realmente por su abuela.

El día del sepelio mis padres y todos los abuelos del hogar se presentaron en el cementerio Montesacro para despedir a Adela, estaban además las tías de Douglas, sus primos y Crystal la esposa de Daniel. El sacerdote hizo las oraciones pertinentes y todos nosotros respondiéndole a coro. Echó el agua bendita y comenzaron a meterla en la tumba que le correspondía. No pude soportarlo. Me cubrí el rostro rompiendo a llorar, y sentí unos brazos rodeándome. Me recosté contra su pecho llorando y viendo a una gran amiga partir.

Douglas me abrazó con cariño apoyando su barbilla en mi cabeza y acariciándome los brazos. Ahora no lloraba solo por la pérdida de Abu Adelaida. Lloraba tambien por lo mucho que lo había extrañado, y porque nuestro futuro aún era incierto.

"Dale señor el descanso eterno" recitaba el sacerdote "Y brille para ella la luz perpetua" respondíamos nosotros.

La tierra la cubrió por completo, llevándosela para siempre.

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— ¿Te vienes con nosotros?—miré a mamá, ayudar a los abuelos subir a los buses.

Douglas estaba más allá, solitario y organizando su auto para marcharse tambien, me miró por un segundo, como suplicándome que no me fuera. Negué con la cabeza.

—No puedo mamá, sé que justo ahora el me necesita, y tampoco voy a dejarlo solo a que tal vez haga una locura—ella sonrió abrazándome.

—Está bien, ve con él. Y resuelvan sus diferencias, cualquier cosa me llamas—sonreí levemente y después de despedirme de los abuelos, caminé a donde estaba Douglas. Le puse una mano en el hombro.

— ¿Por qué no te fuiste con ellos?—me miró esperanzado, dejé una mano en su mejilla.

—Justo ahora me necesitas más tu que ellos—el negó.

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora