DULCE MARÍA

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Cerré los ojos, antes de sentir su boca presionando la mía con suavidad. Me faltó el aire y mi estómago aleteó como las alas de un colibrí. Se estaba convirtiendo en algo inesperado, la forma en que ahora confiaba en él. Antes no me habría atrevido a dejar que alguien me besara así, y que me hiciera sentir la sangre correr más rápido en mis venas, el corazón desbocado y mis piernas temblando. Lo que antes con Roger traté de amor, era simplemente la necesidad de encontrar que le importaba a alguien y desear confiar de nuevo en los hombres.

Toda mi vida había vivido engañada.

Antes de que me diera cuenta, ya estaba en sus brazos, sentada en una de sus piernas y echándole mis brazos al cuello.

—No tienes idea de lo preciosa que eres—rozó su nariz con la mía—y de lo increíble y valiosa tambien—cerré mis ojos, buscando aire un momento, antes de volver a besarlo.

Estaba enamorándome de forma irremediable de él.

—Entenderás que no puedo darte lo que quieres, aun. ¿Lo sabes?—él sonrió.

—Yo no estoy pidiéndote nada, solo estoy viviendo contigo un presente, uno que ni siquiera sabemos hasta donde llegará—

—Yo ni siquiera sé a donde pueda llegar, ni siquiera sé si soy capaz de intentarlo. Pero si pudieras esperarme...—sonrió

—Te esperaré hasta que estés lista—me puse de pie volviendo a subir las escaleras con él a mi lado

Esto no significaba que no me diera la oportunidad de quererlo, significaba que el camino no sería fácil, y que si él estaba dispuesto a dar pasos pequeños conmigo, yo me atrevería a intentarlo.



—Mírame. Lo hago. Tengo tres pieeees—me reí, recostada en un muro, cerca de las escalas, viendo a Abu Adelaida dar vueltas de un lado a otro en sus muletas, llegando hasta mí y volviendo a caminar a la puerta de entrada— ¡Lo logré, Dudi!—rió otra vez.

— ¿Viste que si podrías? Siempre te has negado a creer en ti misma, y aun tienes fuerza para caminar con un pie enyesado—le sonreí a Bárbara entregándole el vaso de zumo de uva, ya vacío.

— ¿Algo más?—negué, poniéndole una mano en el brazo.

—No Barbarita, así estoy bien, muchas gracias—volví la vista a la abuela que hacía una especie de baile de la victoria, en un pie y muletas.

—Bárbara, ¿tienes el agua que te pedí?—miré hacia las escaleras de donde venía Douglas con las llaves del auto en la mano y el teléfono en la oreja. Y al parecer no le respondieron la llamada, porque cortó, algo molesto.

Se acercó a mí.

—Voy a ir hablar, para saber si dejan sacar la visa de mi abuela, y cuando podemos programar la cita, haré unas cosas en el hospital, y regreso—puso una mano en mi hombro. Le sonreí.

—Yo me quedaré un rato más con... bueno, lo que sea que esté haciendo—me reí al ver los movimientos de la abuela.

— ¿Qué es eso?—recibió el agua de Bárbara.

—Por si no lo sabías así hace una gallina—le respondió la abuela.

Miré para otro lado queriendo alejar las ganas de reírme. De lo contrario... porrazos en la cabeza de parte de todos.

Hacía unos días, Adela se había acomplejado con su pierna enyesada y nos hizo prometer que si alguno se reía, o hacía chistes de su aspecto, el resto le daría golpes en la cabeza al que lo hiciera.

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora