DOUGLAS

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—Solía venir de niño, luego de cenar. Veía cientos de atardeceres y noches estrelladas aquí—le tomé la mano, terminando de subir hasta la azotea de la casa, desde donde se veía toda la ciudad, el resto de la hacienda y el infinito cielo.

Ella se ajustó más el chal y se aferró a mi brazo, mirándolo todo alrededor.

—Es precioso. Con razón te gustaba venir. Una noche como estas, así de luna, no debería desperdiciarse frente a la televisión—contemplamos la ciudad, ella apoyada en el muro de piedra, y yo rodeándola con mis brazos para que entrara en calor.

—Mi padre no pensaba lo mismo, consideraba que era demasiado blando solo por mirar la tarde caer, o contar las estrellas y buscar las constelaciones—

—No lo vayas a odiar por eso, tal vez lo criaron diferente. Hay que entender que nuestra forma de pensar es distinta a la de ellos—me acarició la mejilla. Sonreí.

—Era justo lo que me decía mamá—miré hacia el cielo—era tan buena mujer. Y vivía siempre a la sombra de mi padre—sonreí con tristeza—le habrías agradado—

—Hablando de eso—entrelazó nuestras manos, dejándose a sí misma atrapada en mis brazos— ¿Por qué le dijiste a Daniel que éramos novios?—me reí.

Sabía que tarde o temprano lo iba a preguntar. Era una curiosa sin remedio.

—Porque lo somos, ¿o no?—ella sonrió, levantando una ceja.

—Hasta donde tengo entendido, cuando dos personas son novios, ambas lo saben. Y yo no sabía nada—

—A estas alturas deberías saber lo que siento por ti. No he disimulado mucho—ella negó, poniendo morritos. Apoyé me mejilla contra la suya, después de besarla—no te hagas la difícil y la loquita conmigo, que sabes bien lo que siento por ti—rió.

—Pensaba que solo querías mi autógrafo y por eso me seguías de un lado para otro, mirándome como un borrego. Igual no es necesario hacerlo oficial, ya sabía yo que te morías por mí—la ataqué a cosquillas.

Se liberó, tratando huir, con una sonrisa en el rostro, y los ojos brillantes de dulzura. La atraje hacia mí, abrazándola y apoyando mi barbilla en su cabeza.

—Te quiero—sonrió.

—Y yo a ti—antes de besarnos, se escucharon varios gritos abajo, y todos aplaudiendo que era hora del vals de los novios.

— ¿Quieres bajar y verlos pisarse los pies el uno al otro?—hizo una mueca, aun abrazada a mí.

—No. Quiero que tu bailes conmigo, aquí—comenzó a sonar una canción suave y lenta.

Mientras todos se interesaban por el baile de los recién casados en el salón, y concentrados en cada uno de los pasos y la pieza romántica. Yo me concentraba en hacer dar vueltas a la chica que amaba, por toda la azotea. Estaba deslumbrante con el vestido que mi abuela le había hecho, y más, con esos bellísimos ojos azules, brillando como dos luceros.

—Wherever you go, whatever you do, I will be right here waiting for you...— le canté al oído.

— ¿Lo harías? ¿Me esperarías toda la vida?—preguntó, mirándome a los ojos, le di un besito en la nariz.

—Toda la vida—

Con el corazón...



— ¿Y quién dice usted que es?—fruncí el ceño, moviendo el lapicero de un dedo a otro.

—La señora Annette Weber, la mujer de la visa. Lo llamaba para informar sobre los permisos de las personas Adelaida Wilks y Dulce María Hernández. ¿Es correcto?—

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora