Dos días después del sepelio de Don Jacobo, el hogar volvía a la normalidad y salía del luto. Los abuelos estaban más tranquilos aunque sí se sentía la falta del hombre en cada pasillo. Su nieta Enrietta había venido a visitarnos y nos había dado una contribución por todo lo que habíamos hecho por su abuelo; ya que sus hijos Luciano y Carmenza no se habían manifestado. Según ella, su madre no quería saber nada al respecto, y su tío estaba de viaje en Londres demasiado ocupado, como para atender la muerte de su padre.
Que tal.
La gran mayoría de los que vivían y ayudaban en el hogar, habían asistido al funeral en Montesacro. Los que no habían ido, era por imposibilidad de movimiento, enfermedad grave o simplemente se sentían mal al despedir a un amigo. Ese era el caso de la señora Wilks. El mismo día había hablado con ella antes de irme al velorio y me dijo que no quería ir porque había pasado demasiados años al lado del señor Benjumea y que le dolía mucho decirle adiós. No podía negárselo. Eran unos amigos muy íntimos, su compañero de juegos de ajedrez y con quien se juntaba para hacer crucigramas en las tardes. Si le dolía verlo partir yo la entendía y prefería que se quedara a descansar y asimilarlo.
Busqué mi móvil dentro del bolso, en la oficina del hogar. Mildred me había dicho que un familiar de un paciente había quedado de llamarme para saber información. Lo que me sorprendía era no saber a qué abuelo. Moví las cosas dentro del bolso y me topé con un papel higiénico, arrugado, que me estorbaba. Cuando lo saqué para echarlo a la papelera, recordé que este había sido el mismo papel que en un intento de arreglar las cosas, le había ofrecido a ese hombre en el parqueadero del cementerio.
Suspiré, sentándome en la silla de cuero. La embarrada que había pegado en ese momento, había sido monumental. Nunca me fijaba por donde iba ni lo que había a mi alrededor. De haberlo hecho, no le habría aplastado la nariz con la puerta a ese muchacho. Sería un milagro que no me demandara por daños físicos. Dios sabía que no tenía abogado para esa demanda, ni dinero para pagarle si me lo exigía. Parecía de mucho dinero, muy bien vestido y con un auto último modelo.
Miré el papel, riendo nerviosa. El con pañuelos con sus iniciales bordadas en ellos, y probablemente lavados con suavizantes y con gente del servicio a su alrededor, y yo ofreciéndole un papel de baño feo y desordenado.
Que idiotez.
Lo boté a la basura y decidí restarle importancia. No volvería a verlo y eso era una buena noticia. Lo que menos quería era topármelo de nuevo y ver en su nariz lo que yo le había causado. Empezando porque era un hombre apuesto y mi golpe afeaba su rostro. Tenía unos ojos grises preciosos del color de la tormenta, aunque ese día su humor estuviera de tormenta también.
Roger entró a la oficina. Levanté la vista.
—La señora Dora te está buscando. Quieren iniciar su juego de cartas, y faltas solamente tu—me puse de pie, tratando de sonreír y que no se me notara que estaba aburrida— ¿estás bien?—puso una mano en mi hombro.
Me tensé.
No soportaba que los hombres me tocaran. No desde ese día.
Inhalé hondo sin que él se enterara. Había aprendido a hacerlo y reducir mi miedo. La psicóloga me había enseñado. Ser consciente del aire que entraba en mis pulmones y del que salía, imaginando un pacífico color blanco en mi mente.
—Solo algo triste, se siente la falta del señor Benjumea. Además que... cometí una falla el día del sepelio del señor Jacobo—me senté con él en los sofás de la oficina.
Llevábamos juntos un año, y él se había integrado como voluntario al ancianato cuando buscaba empleo con urgencia. Ahí nos habíamos conocido. Yo lo había entrevistado para el empleo. Y después de ver cómo se desempeñaba, y el orden que daba, mi padre lo había puesto como asistente de contabilidad del hogar. Él era en quien más confiábamos. Me había pedido matrimonio en incontables veces pero aun no me atrevía.
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CON EL CORAZÓN
Teen FictionUna joven enfermera, un oscuro pasado y el comienzo de un nuevo amor. Dulce María ha sido toda su vida una enfermera, no con título, se ha desempeñado en un centro para ancianos, junto a sus padres. Ahora con 23 años, tiene tantos conocimientos...