DULCE MARÍA

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CORREGIDO

—No te niegues, lo vas a disfrutar, sabes que te gusta—

Traté de echarme para atrás en la cama, pero sin conseguirlo. Sus tres amigos me tenían inmovilizada.

—Jonathan, nooo—le supliqué.

Su risa resonó por todo el cuarto, como si fuera el mismísimo demonio.

—Jamás voy a detenerme, pastelito. No hasta que acabe contigo—


Me sacudí, boqueando en busca de aire, y lo único que conseguí fue caerme de la silla, tirando el libro conmigo.

Era solo una pesadilla.

Jadeé asfixiada, cerrando los ojos.

De nuevo ellos. No iba a poder con esto. Ya llevaba más días de los que quisiera con estos sueños, y más días de los que podía contar con los dedos de mis manos.

— ¡Dudi, está sonando la puerta!—brinqué de la impresión y me sujeté el pecho con una mano, tratando de calmarme.

Mi hermano continuaba en la cárcel, nada podía hacerme daño.

—Hija, ¿estás? La puerta—cerré el libro y me puse de pie, organizándome antes de caminar a la puerta. Ignorando el hecho de que parecíamos ser las únicas en casa, porque Bárbara no estaba cerca.

Me asomé a la ventana antes de abrir, y vi a un oficial de policía dándole la espalda a la puerta, con las manos en las caderas y su auto aparcado frente a la casa. Fruncí el ceño.

¿Qué hacía un oficial de policía tocando a nuestra puerta?

Abrí con cautela.

—Buenas tardes, señorita—extendió su mano para estrecharla con la mía— ¿Es usted Dulce María Hernández?—

Ahora si estaba mucho más confundida. ¿Cómo sabía mi nombre? Y mucho más importante. ¿Por qué me buscaba a mí?

—Sí señor, ¿algún problema?—

—Permita me presento. Soy el comandante Rodríguez. Sus padres me dijeron que estaría aquí. Tengo que hablar algo muy importante con usted, ¿podría pasar?—me hice a un lado para permitirle la entrada.

Si mis padres lo enviaban, entonces todo estaba bien.

— ¿Gusta un té, agua, café?—Se sentó en un sofá.

—No gracias, no voy a quedarme mucho. Solo debo darle una información un... tanto urgente, y me voy—

—Entiendo, ¿entonces en que puedo ayudarle, o que tiene que decirme?—me senté en otro de los sofás, alejada un poco de él.

—Tal vez usted no me recuerde, estaba muy joven cuando pasó, o en demasiado shock para pensar en otra cosa. Yo he sido uno de los responsables de encargarse de su caso, y de su hermano Jonathan—

Sentí mi estómago revolverse al escuchar su nombre. La pesadilla aún estaba reciente como para erizarme los vellos de la nuca, y el trauma, como si apenas llevara unos días con él.

—Hace unos días, recibí la llamada de la cárcel donde se encontraba recluido su hermano. No sabemos cómo, y si tal vez tuvo aliados en esto, pero su hermano Jonathan consiguió fugarse de la cárcel. No habíamos dado el aviso por si conseguíamos capturarlo antes de que llegara a ustedes. Pero dado a que aún está desaparecido, nos vimos en la necesidad de advertirles. Mis hombres y yo estamos haciendo nuestro mayor esfuerzo. Pero necesitamos de su colaboración—

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora