DULCE MARÍA:

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— ¡No, por favor no lo hagas!—retrocedí en la cama.

— ¿Creíste que con que tu noviecito me matara, te desharías de mí?—se acercó—el diablo está de mi parte, y me ha pedido, pastelito, que te mate—traté de darle patadas y golpes, pero él me arrinconó contra la cama apretando mi garganta.

—Su... suéltame. Jonathan no—boqueé desesperada por aire, pero tenía mi tráquea cerrada y no podía respirar.

—No te desharás de mi—gruñó, con una sonrisa endemoniada en el rostro Sentí como se me escapaba la vida. Cada vez más débil.

—Nunca te desharás de mí—


— ¡Noooooooo!—Me revolví en la cama, consiguiendo sentarme de golpe. Douglas entró con rapidez al cuarto, mientras yo luchaba con las mantas.

—Ey, ey—jadeé buscando aire, y teniéndome la garganta. Se me saltaron las lágrimas—estoy aquí, estás a salvo—rompí a llorar cuando me abrazó.

—Quería matarme, tenía sus manos en mi garganta y no podía respirar— escondí mi cabeza en su cuello.

—Shhh, todo está bien. Está muerto, no podrá hacerte más daño, se fue—me acarició el cabello.

—Quiero que se vayan, solo pido eso. No quiero más pesadillas—

—Lo sé, lo sé. Pero ya estoy aquí, y mientras estés conmigo, nada malo va a pasarte—me secó las lágrimas— ¿Quieres que te traiga un vaso de agua?— negué.

—Quiero...—dudé.

Quería que se fuera. Porque él estaba con Meredith y no iba a ser la segunda. Pero... tambien que me hiciera compañía mientras esos horribles recuerdos se iban. Tenía mi orgullo, pero justo ahora, este debía desaparecer.

—Quiero que te quedes conmigo. Tengo mucho miedo—miré hacia las escaleras oscuras.

El pareció comprenderlo, porque encendió la lamparita de la mesa, yendo a cerrar la puerta del cuarto y organizando las cortinas de la ventana.

—Recuéstate—caminó hasta el otro lado de la cama, sentándose con la espalda en el cabezal de la cama, y arropándome bien con las mantas.

Tomé su mano, buscando seguridad.

—Duérmete—me susurró con ternura.

—No puedo, tengo un nudo aquí en la garganta—me tembló la voz.

—Entonces sácalo, si quieres llorar hazlo. Desahógate—cerré los ojos cuando me brotaron de nuevo las lágrimas.

Temía dormir, temía ver de nuevo su rostro en sueños, no poder salir de esto. Y supe, que no iba a conseguirlo, hasta que el supiera toda la verdad, hasta que le confiara solo a él, secretos que ni siquiera mi madre y la psicóloga, sabían. Cuando has sufrido una violación, te vuelves una tumba. Contar hasta el más mínimo secreto, es un calvario. La vergüenza, la incomprensión, los señalamientos. Pero tenía que hacerlo. Por mi paz interior, por liberarme de ese pasado.

Inhalé hondo y al final le indiqué que se recostara junto a mí. Obedeció. Me di la vuelta quedando de costado y mirándolo a él. Dejé que me abrazara.

—Tenía siete años cuando sucedió—comencé, nerviosa. El me miró sorprendido, comprendiendo lo que iba a contarle—Jonathan tenía dieciséis—

Sabía que esto sería duro. Tendría que sacar del fondo de mi cabeza todo lo que había ocurrido esa fatídica noche.

—No tienes que contármelo, sé que aun te duele—dejó una mano en mi mejilla, acariciándome con el pulgar con suavidad. Tome esa mano, cerrando los ojos.

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora