DULCE MARÍA & DOUGLAS

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DULCE MARÍA

— ¡Dios mío!—grité, tratando de cerrarle la puerta en la cara, pero fallando de forma estrepitosa.

Los años al parecer lo habían vuelto más fuerte y bruto. Consiguió tumbarme al suelo, cuando empujó la puerta, y entró como una tromba a la casa. Estaba con el cabello despeinado, una camiseta desteñida, y jeans gastados. Un rollo de cuerda y cinta adhesiva colgaban de su pantalón.

—Que gusto volverte a ver, hermanita. No pensé que sería tan fácil encontrarte—cerró la puerta con seguro y se apoyó en ella—y tan satisfactorio—

—Jonathan... tu... tú, ¿Cómo me encontraste?—me puse de pie y retrocedí hasta una de las paredes, cuando el avanzó hacia mí.

Mis padres no pudieron delatarme. Tenía que ser una broma.

—Tuve ayudas. Conocí hace unos días a un hombre. Aseguraba que eras su novia, pero que lo habías traicionado, marchándote con otro y que él pensaba vengarse—me cubrí la boca, cuando supe que era Roger quien me había delatado—se lo agradezco demasiado, no todos los días tienes la posibilidad de escapar de prisión y conseguir cumplir tu venganza de forma tan sencilla como quitarle un caramelo a un bebé—

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, traté de tomar lo primero que encontrara, para darle en la cabeza y escapar. Pero al estirar mi mano, a por el jarrón chino de una de las mesitas, él fue más rápido que yo y lo tumbó al suelo de un empujón, quebrándolo en pedazos. Me pegué más contra la fría pared.

—Ni se te ocurra pensarlo, belleza—sentí que en cualquier momento mis piernas iban a ceder bajo su peso.

Estiró la mano, tomando un mechón de mi cabello. Gemí, apartando hacia un lado la cabeza. Quería alejarme de allí, pero ninguna parte de mi cuerpo, del cuello para abajo, parecía responderme.

—No entiendo por qué te retraes si soy tu hermano, y estoy de vuelta para que recuperemos el tiempo perdido—Acarició mi mejilla.

Me acorraló contra la pared.

No de nuevo.

—Háblame, pastelito, sé que los ratones no han comido tu lengua todavía, esa lengua atrevida que me pedía que parara cuando eras una niñita tonta—respiré asfixiada—y mira en lo que te convertiste—me recorrió con una mirada primitiva de arriba abajo—una mujer hermosísima y sexy, mira esas curvas— se relamió los labios, pasando sus asquerosas manos por mi pecho y abdomen. No sé de donde conseguí sacar la fuerza necesaria, pero lo empujé por el pecho, apartándolo de mí, y echando a correr. Tiró de mi pelo.

Grité.

— ¿Dudi?—escuché el llamado de la Señora Wilks en el segundo piso—mi niña, ¿qué está pasando?—mi hermano miró hacia arriba, escuchando.

Ahora no.

—Así que no estás sola. Más te vale que cierres la boca, putita—me susurró al oído, apretando mi mandíbula con una mano y manoseándome el cuerpo con la otra. Sentí náuseas y solté un gemido, retorciéndome para liberarme. Él lo interpretó como que estaba excitada—esquiva conmigo y por dentro de encanta, eres una maldita perra—me aparté y el volvió a tirar de mi pelo—quédate quieta—gruñó.

—No me toques—mascullé, moviendo manos y pies, resistiéndome

No me tomaría de nuevo. No sin yo presentar pelea.

No era la misma niña asustadiza, era una mujer con más fuerza y no permitiría que me hiciera daño. Antes lo mataba yo primero.

—Ni mi tiquis—se carcajeó, imitando mi voz y burlándose de mi—cierra la boca si no quieres que te amordace, quiero divertirme con algo especial y necesito esa boquita disponible—tuve arcadas—me deseas, admítelo— Conseguí soltarme y retrocedí, respirando agitada.

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora