DULCE MARÍA

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Tres días después...

— ¡¡¿Pero porque?!! ¿Porque mi Maggy? ¿Y por qué así?—la pobre mujer estaba hecha un solo dolor.

—Señora Adelaida lo siento mucho, siento que se haya enterado de esta forma—mi padre trataba de tranquilizarla, el nieto de la mujer permanecía a su lado, en silencio.

Yo estaba fuera del cuarto, apoyada en una de las paredes, mirando toda la escena de brazos cruzados, y con mi madre y Evelyn, una de las enfermeras voluntarias, a mi lado. Ambas hablaban en voz baja al respecto. Yo solo podía mirar la escena con tristeza.

El muy cobarde no se había atrevido a darle la noticia a su abuela, y había encargado a mi padre de ello.

Habían pasado tres días desde que él me pidió que lo ayudara y yo me rehusé. Durante ese tiempo, lo vi venir de forma esporádica, visitando a su abuela, acompañándola en las comidas del hogar, y dándole regalos. Me saludaba al encontrarnos y yo mantenía todas las distancias posibles. Pero eso no era lo importante. Por primera vez en mucho tiempo, vi a mi abuela sonreír y reír muy alegre, por tener a su nieto de vuelta. Pero ahora... ahora la pobre no podía con el llanto. Mi padre, para darle la dura noticia, la había sentado en la silla de ruedas que usaba cuando estaba muy agotada. Se cubría el rostro, sollozando y gimiendo.

—Pobre mujer—se lamentó mi madre, negando con la cabeza—de sus tres hijas la más buena y dulce fue la que murió, y ahora tener que soportar a las otras dos mujeres fastidiándole la vida—el hombre levantó la mirada, conectándola con la mía.

—Al menos tiene a su nieto haciéndole compañía. Douglas es su nombre, ¿no?—yo fui la primera en apartar la vista.

Justo ahora lo odiaba. No me había parecido bien, no decirle el a su abuela la noticia de la muerte de su hija.

—Sí. Albert me dice que se llama así. Douglas Montoya. Que viene solo desde Canadá para ver a su abuela y encargarse de todo. Que también es médico pediatra—rodé los ojos.

Médico o no, era un cobarde.

—Me pidió en un comienzo que le diera la noticia a su abuela—mascullé en voz baja.

Mamá y Evelyn voltearon a mirarme.

—Y te rehusaste—asentí— ¿Por qué?—fruncí el ceño.

—No me correspondía. Nunca conocí a esa mujer, y él es el nieto de Adela, no yo. Pienso que el debería habérselo contado todo. Es lo justo, si analizamos que a ninguno de los dos nunca les interesó la señora Wilks—ambas se miraron.

—Pareciera que lo odias—mi amiga me observó de soslayo, mamá la fulminó con la mirada.

—No lo odio—suspiré—no puedo si estoy avergonzada porque tengo remordimientos encima con él. Solo digo que me parece injusto, que él nos ponga a nosotros a dar la mala noticia, solo porque no es capaz de hacerlo. Es un cobarde. ¿Cómo hace para decirles entonces a los padres de los pequeños que atiende, que las cosas van mal? ¿Qué no hay más que hacer? Ahí si se cree muy valiente, ¿no?—me alejé al interior del cuarto.

El nieto de Adela, era el rey de las contradicciones.

Papá y el señor Douglas levantaron la vista al sentirme llegar. Se apartaron unos pasos. La mujer se descubrió el rostro y rompió a llorar de nuevo nada más verme, extendiendo sus brazos hacia mí. Me acuclillé a su lado, pasándole un brazo por los hombros.

—Dudi, la perdí, mi pequeña Maggy se me fue—se quejó, apoyando su cabeza junto a la mía.

Sentí mis ojos llenos de lágrimas solo por verla así.

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora