DOUGLAS

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Cambié de postura, apoyado en el auto, esperando a que Dulce María saliera de su casa.

Me había sorprendido que aceptara acompañarme a la casa de mis padres. Si no quería convertirse en la enfermera personal de mi abuela, podía esperar cualquier negativa de su parte. Y en un comienzo estaba seguro de que sí se negaría. Pero al parecer, con solo encontrarse con la mirada del Señor Donald, su supuesto novio según mi abuela, cambió de parecer.

Encendí la pantalla del teléfono, revisando si ya tenía respuesta. Cuando hable con mi abuela, sobre el hecho de que Dudi había vuelto a decir que no, solo comenzó a llorar. Me sentí mal por ella. Desde mi llegada, no hacía más que eso. Después de calmarse, me observó con resignación y me pidió que si aún seguía en pie lo de la enfermera esposa de mi amigo, estaría dispuesta a recibirla como su cuidadora. Le escribí. Pero aún no tenía nada.

Levanté la cabeza cuando escuché la puerta cerrarse. Dulce María salió, ya vestida informal, con unos jeans oscuros, blusa a rayas, blanca y negra y una chaqueta de cuero. Llevaba un bolso manos libres en el hombro.

 Llevaba un bolso manos libres en el hombro

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NOTA: IGNOREN LOS TACONES Y EL BOLSO

—Lista, ¿a dónde nos vamos?—dio vuelta al auto y le abrí la puerta para que entrara.

Me agradeció con una sonrisa. Estaba muy bonita. Tenía un aura despreocupada y tranquila, que la hacía ver atractiva.

—Su casa es en el Municipio de Sabaneta, recuerdo vagamente que era en una unidad cerrada, pero no en que parte—le pasé mi teléfono— ¿podrías poner el GPS, por favor?—lo tomó, buscando, mientras yo encendía el auto.

Le estaba dando demasiada confianza al permitir que tocara mis cosas. Pero sabía, no sé por qué motivo, que podía confiar en ella y que mi teléfono estaba en buenas manos.

— ¿Cuál es la dirección?—volteó a verme.

—Solo pon en el buscador el nombre de la unidad. Cortijo de San José—tecleó el nombre y puso el teléfono en un soporte del tablero del automóvil.

La voz impasible de la guía me indicó por donde seguir.

Quise hacer una pregunta pero no sabía si sería correcto. La miré de soslayo. Tenía la vista en la ventana, contemplándolo todo y jugueteando con las manos en su regazo.

— ¿Puedo preguntarte algo? Aunque no sé si peco por imprudente—ella miró sus pies antes de mirarme.

—Inténtalo, y si es demasiado personal no te respondo—susurró.

—Roger y tú... ¿llevan las cosas bien?—la vi tensarse.

— ¿Bien en qué sentido?—apreté el volante.

No me había gustado ni poquito la forma en que él la había mirado. Con celos, quizás hasta con ansias de golpearla. Conocía a un maltratador con solo verlo a los ojos, y ese hombre a mi concepto, poseía todas las características de uno. Aunque Dulce María no parecía, en el poco tiempo que llevábamos de conocernos, tener golpes o señales de maltrato. Pero si llegaba a ver una, sería el primero en ir a agarrarlo por el pescuezo y ahorcarlo hasta que su corazón dejara de latir. No permitiría que alguien pasara por lo mismo que mi madre.

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora