DULCE MARÍA

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CORREGIDO

Tres días más tarde, luego del alta de la Señora Adelaida, todos estaban actuando demasiado extraño. Desde que se enteraron sobre mi renuncia para entrar como enfermera personal en casa de Douglas, los escuchaba hablar entre susurros y mirarme de manera sospechosa.

Muchas veces pensé si no me habría dejado un hilillo de saliva de cuando dormía, que olvide quitarme en el baño, algún mechón de cabello en nudos, o quizás incluso que había hecho algo mal en el ancianato y los chismes corrían. Pero al mirarme en el espejo del baño, tenía mi cabello ordenado perfectamente, mi rostro limpio, y mis labores de forma impecable. Así que no sabía que estaba pasando. Mis padres argumentaban no saber nada, pero su nerviosismo cuando les preguntaba y lo mucho que también convocaban reunión en el hogar y no me avisaban, me decía todo lo contrario.

Por otro lado, las cosas con Roger no estaban tan bien. La noche en que discutimos porque yo no cedería, y que casi me desmorono en medio de la Señora Adela y su nieto, fue a buscarme a casa, borracho y cantando de forma desafinada "Te amo" de Umberto Tozzi. Fue el señor Don Luis desde el ancianato, que salió a gritarle a todo pulmón que cerrara la boca y que dejara dormir. Ahora estaba furioso conmigo y no nos hablábamos, y si las cosas pensaban seguir así, lo daría todo por terminado.

— ¿Amor?—mi madre entro al cuarto donde me estaba organizando para ir al trabajo—cámbiate de ropa, saldremos tú y yo hacer unas diligencias—la mire desde el espejo de cuerpo entero, con el ceño fruncido, y ajustando mi trenza francesa.

— ¿Qué clases de diligencias? Recuerda que mañana me voy y me gustaría dejarlo todo listo—ella se acercó a sentarse en el borde de la cama, a mi lado.

—Te lo contaré, pero no vayas a tirarme al agua—asentí entusiasmada.

Tal vez conociera el motivo por el que todos se comportaban de forma tan extraña.

—Douglas, tu padre y yo, queremos hacerle un regalo a la Señora Adelaida. Hemos estado planeando una fiesta de despedida para ella. Por eso quiero que vengas conmigo para que te arregles y te compres un bonito vestido. Todos estaremos muy elegantes. Y sinceramente cariño, tu solo usas jeans—suspiré, haciendo una mueca—no me mires así, es la verdad—me tomó las manos sonriendo, con una que otra lágrima en los ojos—estoy tan contenta de que por fin extiendas alas. Sé que ha sido muy duro para ti enfrentarte a continuar dentro de estas paredes luego de lo ocurrido y tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti—se abanicó los ojos, mirando hacia el techo— ¿cuándo fue que te creciste tanto?—sonreí, abrazándola.

Mi madre era una sensible sin remedio.

—Creo que crecí todos estos años, mamá. Y tampoco es que me vaya del país, solo estaremos a unos minutos de aquí—se secó los ojos.

—Tendrás que venir con Adela a visitarnos a menudo, no te olvides de esta familia. Y que tampoco se te suban los lujos a la cabeza—me puse de pie.

— ¡Mamá! Eso nunca va a pasar. Siempre recordaré de donde vine. Además, ¿Qué lujos y fama? Solo soy la enfermera de Adelaida—

—Uno nunca sabe, cariño. Por la forma en que Douglas te mira, tal vez en un futuro...—la corté, tomándole la mano.

—Vamos a por ese vestido—sonrió, al ver que yo no quería más del tema—aunque no entiendo todavía, porque solo apenas hoy viniste a decírmelo, y me lo ocultaron tanto. Es una sorpresa para Adelaida, no para mí. Podría ayudar—sorpresivamente se le subió el rubor al rostro.

—Luego discutiremos eso, ahora quiero ver a mi hija en un bonito vestido para la fiesta. Y mis uñas requieren atención—tiró de mi fuera de la habitación, pero al final frenó, como si olvidara algo. Volteó a verme de pies a cabeza—no irás a salir así, ¿o sí?—levanté mi ceja.

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora