DOUGLAS

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Había estado ocupado organizando unas últimas llamadas con unos exámenes de pacientes. Decidido a no prestarle atención a Meredith. Ella vagaba por ahí en la casa. Todo iba bien y los problemas resueltos. Hasta que escuché voces gritando en el cuarto de mi abuela.

¿Ahora qué?

Caminé en silencio para saber que ocurría y la venda que tenía estando con Meredith, terminó por caerse, cuando la escuché.

—Ella me llamó zorra. Es una maldita anciana, y no voy a permitir que vaya con nosotros a Canadá, así que matarla es la mejor solución—Me crucé de brazos para no golpearla.

Hasta aquí llegábamos nosotros.

— ¿Qué dijiste, Meredith?—la reprendí. Se dio la vuelta nerviosa y con las mejillas como un tomate— ¿Qué es mi abuela?—

—Una dulce ancianita—sonrió echándome los brazos al cuello—le contaba que seremos muy felices en Canadá—me la quité de encima.

—No puedes ser más mentirosa. Te escuché, ¿pensabas matarla?—ella se rió sarcástica, negando con la cabeza.

— ¿Qué dices? Jamás sería capaz de hacer algo así—mi abuela estaba dolida, cruzada de brazos y fulminándome con la mirada. Guardaba silencio.

Dulce María no se aguantó.

— ¿Quieres callarte de una vez?—le gritó.

—Cállame tu, perra—le dio una bofetada, que de yo no haber interferido se habría caído y se le hubiera roto un tacón.

—A mí me respetas, Meredith, y la respetas a ella—señaló a mi abuela— metete con alguien de tu tamaño, pero déjala a ella en paz—Tiré de Meredith para sacarla de allí.

No la quería ni en mi casa, ni en mi vida. Ahora lo tenía claro.

—Camina, tenemos que hablar—me siguió, trastabillando en el camino.

— ¿La vas a despedir? Que genial sería, porque no quiero a ninguna de las dos con nosotros—Bárbara salió de la cocina, interesada en lo que pasaba.

—No. A la que tengo intención de despedir de aquí es a otra. Si piensas que escogeré entre mi abuela y tú, estás muy equivocada. Lo intenté, créeme. Traté de seguir bien contigo, pero no más, Meredith. Toma tus cosas y regresa a Canadá, y no me llames ni me busques—se cruzó de brazos, indignada.

— ¿Qué estás diciendo?—

—Sabes que estoy diciendo. Quise por todos los medios que cambiaras y fueras mejor persona, seguir enamorado como estaba de ti. Pero ya no es posible. Se cancela la boda y se cancela lo nuestro. Terminamos—me saqué la argolla del bolsillo y se la entregué.

Negó con la cabeza.

—Es por ella, ¿no? porque estás enamorado de esa mosquita muerta, de esa niñita pobretona. ¿O te sientes compasivo con ella por lo que su hermanito le hizo? Créeme que estoy pensando que se lo merecía—

—No puedo creer lo que estoy escuchando. No te atrevas a meterte con ella, y sí. Ella contribuyó a que dejara de sentirme atraído por ti, pero no fue la principal causa. Esa fuiste tú solita. Te convertiste en una mujer que desconozco. No eres la mujer de la que me enamoré. Y tampoco con la que quiero estar—me golpeó la mejilla.

—Eres un infeliz. Un maldito infiel, infeliz. Caíste a la primera mirada de esa mujer y me echas la culpa a mí. Debería haberla matado su hermano—

— ¿Quién te contó lo ocurrido?—se rió.

—Ahora no importa. Me voy, pero que sepas que me vengaré—caminó a la salida, tiré de ella.

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora