DOUGLAS

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Pasé dos horas con mi abuela. El tiempo suficiente para desatrasarnos de todo. Como el motivo por el que la metieron en el ancianato, lo que había opinado mi madre y lo que había dicho mi padre al respecto. Él, había sido una de las razones por las que mi madre dejó de luchar para impedir que metieran a su madre aquí. Maggy, como le decía mi abuela, había dicho que estaba dispuesta a llevar a la abuela a casa, si Marisela y Lucrecia aborrecían tanto la idea de cuidarla. Pero el maldito de mi padre no la había apoyado. Decía que ya tenía suficiente cargando con mi madre, como para hacerlo con su suegra. He incluso me había enviado al exterior, para tener menos bocas que alimentar.

Y en esas dos horas mientras pasaba la conversación, no había podido quitarle los ojos de encima a la chica del incidente del otro día. Revoloteaba de aquí para allá, ayudando a los pacientes y haciéndoles compañía. Había otras enfermeras cerca, pero ninguna se veía bonita y dulce con los pacientes como la señorita Dudi, como le decían todos. No parecía tener nombre, y si ese lo era, tenía el más raro que había escuchado en mi vida.

En dos ocasiones la había pillado mirándome tambien, pero al notar mis ojos sobre ella, desviaba el rostro y continuaba con su labor. Parecía escanearme con recelo, cuando el que debería estar así era yo. Me había roto la nariz no a propósito, si tenía cierta tendencia a la torpeza, debía cuidar mi espalda de un nuevo accidente.

Ahora, mientras mi abuela terminaba de hablarme de cómo hacer las costuras, sin yo prestarle mucha atención, contemplaba como la chica le acababa un libro de cuentos a la pequeña visitante de un anciano que había cerca de una pared. La niña estaba sentada en sus rodillas, escuchando la lectura, y el hombre sentado a su lado profundamente dormido. Cerraron el libro.

—Puede que justo ahora, mi preciosa niña sea más interesante que la costura, pero te aseguro que cuando tengas mi edad cambiarás de opinión. La costura es muy interesante cuando tienes como única compañía la soledad—volví en mí, mirando avergonzado, a mi abuela. 

Mis mejillas se tiñeron de rosa.

Me habían pillado.

—No la miraba... a ella, solo observaba al hombre dormido a su lado—siguió mi mirada.

—Ah, Don Theo, sí. Es un hombre apuesto, aunque un tanto malhumorado, excepto con su sobrina Sofi y con Dudi. No querrás verlo cuando abra la boca y empiece a babear, dormido—miré a mi abuela dándole a entender que no me interesaba que tan apuesto fuera ese anciano, o lo mucho que salivara.

Ella rió.

—Es guapo para mí—entendió el mensaje—tu, jovencito, estás más para la chica de al lado. Mi Dudi es un buen partido, aunque justo ahora tenga novio—

Continué mirándolas. A la niña y a la enfermera. La pequeña buscaba otro libro en los estantes, y la joven negaba con la cabeza, sonriendo. Tenía una sonrisa bonita.

Se puso de pie.

—Así que... Dudi. ¿Ese es su nombre?—mi abuela detuvo el tejido y se quedó pensativa.

—No que yo recuerde. Tiene otro nombre, algo parecido a los caramelos. Pero no lo recuerdo. Cuando yo llegué aquí ya la llamaban así, y así la llamé yo también—

¿Dudi? ¿Caramelos? Mi abuela estaba loca.

Ella se acercó hasta donde estábamos. La pequeña iba pegada de su mano.

—Abu Adelaida, señor, las visitas terminaron, tendrá que irse—miré mi reloj.

Eran apenas las cinco de la tarde. Muy temprano para acabar las visitas.

— ¿Cinco minutos más, Dudi? Estaba a punto de enseñarle a mi Doug cómo empezar una bufanda—fruncí el ceño.

Pensándolo bien, no era muy temprano para ir partiendo.

CON EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora