1. Tom Trümper

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POV Tom

Qué poco dura la alegría en la casa del pobre... Había tenido una semana de vacaciones, una puta semana de vacaciones tras vivir en un barco aguantando a pijos y sus caprichos todos los putos días de mi vida. Aguantar sus desplantes y que me traten como a una basura solo por no tener dinero. Y todo con una sonrisa y con la boca bien cerrada... Odiaba ese puto trabajo. Si no fuera porque tengo que mandar dinero a casa para ayudar a mi santa madre a mantener a mis hermanos pequeños...

Suspiré al ver el barco y con una mueca y mi maleta que apenas pesaba, embarqué con mi pase de servicio.

En fin. Me presento. Me llamo Tom Trümper, tengo 26 años. Nací en un pequeño pueblo de Alemania llamado Loitche, el 1 de Septiembre de 1989. Tengo ojos y pelo castaños, soy alto, de constitución fuerte. Tengo el pelo largo recogido en un moño y una barba que, aunque ahora mismo estaba bastante descuidada, me la iba a tener que recortar ahora que llegaba al barco. Mi estilo de vestir... Poco importa. Me paso gran parte de la vida vestido con ese ridículo uniforme de botones.

Mi padre murió en un accidente de coche cuando yo tenía doce años, y mi madre, Simone, tuvo que sacarnos adelante ella sola. Cuando mi padre vivía, todo iba bien. Los dos trabajaban y los dos se ocupaban de nosotros, y entre los dos nos daban una buena vida, pero cuando murió, mi madre entró en depresión y la despidieron del trabajo cuando se cogió la baja. Desde entonces, solo había encontrado trabajos de mierda y mal pagados. La pobre, nos sacó adelante como pudo. A mi me hubiera gustado poder estudiar Ingeniería Mecánica en la universidad, pero al ver que con trabajos a tiempo parcial no podíamos salir adelante, tuve que dejar de estudiar para encontrar todos los trabajos que me fuera posible compaginar. Finalmente, tras ir de trabajo de mierda en trabajo de mierda aguantando a jefes hijos de puta que querían explotarme, encontré este trabajo. Al menos aquí el jefe y los compañeros eran buena gente... Pero los clientes... Eran harina de otro costal. Era un barco bastante mediocre para ser de lujo. Era lo suficientemente bueno para que lo pagaran ricos pijos y familias quiero-y-no-puedo de clase media-alta, pero lo suficientemente cutre para que los más especialitos se quejaran... Los tenía yo un año viviendo en mi casa, para que espabilaran...

Cada vez que me trataban mal los clientes, me tenía que parar a pensar en mis hermanos pequeños. Eran trillizos. Dos chicos y una chica. Se llamaban Axel el mayor, Arthur, el pequeño y Gabriela, la mediana. Tenían 15 años. Nacieron el 27 de Enero del 2001. Estábamos ya en Junio y por desgracia había tenido que celebrar ahora con ellos su cumpleaños, porque no les había podido ver antes. Llevaba meses ahorrando para poder comprarles lo que querían. Le regalé a mi hermana una entrada para ver a AC/DC, su grupo favorito. A Arthur le había regalado una moto. Era de segunda mano y de las baratas, pero al ver sus ojos supe que le había encantado. A Axel le compré un arco y unas flechas, para que aprendiera a usarlos.

Negué intentando quitarme esos pensamientos de la cabeza. Me iba a tener que pasar quién sabe cuántos meses sin verlos, y cuanto menos recordara, menos dolería. Llegué a mi camarote. Era enano, pero no era peor que mi habitación de casa, y al menos aquí podría dormir yo solo. Deshice mi maleta, lo ordené un poco, me afeité, me di una ducha y me puse el uniforme.

En una hora empezaba a trabajar. Hoy iban a llegar varios pasajeros al barco y me iba a tocar cargar maletas.

Tras varias horas subiendo y bajando maletas, que debían de estar rellenas de alguna sustancia más densa que el núcleo solar, porque no entendía cómo podían pesar tanto, de repente me encontré con un chico. Tendría mi edad aproximadamente. Y venía con los padres. Llevaba puesto en ropa mi sueldo como de un año. Sería el típico niñato hijo de papá que miraba con asco a todo lo que había a su alrededor. Tenía el pelo corto, rubio teñido, desordenado para arriba, barba recortada. Era un poco más alto que yo, tenía los ojos castaños y bastantes tatuajes y piercings. Vestía con una camiseta de tirantes negra, un sombrero negro también, una camisa de cuadros negros y rojos, unos vaqueros rotos a los que se les veía bien grande la marca y unas botas de plataforma de unos quince centímetros con dibujos como de universo. La verdad que estaba MUY bueno. Era muy extravagante, pero estaba como para hacerle un favor... O dos (Sí, me gustan los tíos, ¿qué pasa?). Aunque tuvo que abrir la boca y cagarla...

-Eh, tú -se dirigió a mi- Como te llames, las maletas.

Aunque tenía todas las ganas del mundo de contestarle algo así como "Tengo nombre, ¿sabes? Y te va a llevar las maletas tu puta madre" Pero me tuve que callar y decir:

-Sí, señor -con una sonrisa que esperaba que no pareciera lo falsa que realmente era- ¿Cual es su camarote? -me miró con asco de arriba a abajo. Me respondió la que supongo, sería su madre. La típica mujer que creía que con dinero y operaciones podría detener el paso del tiempo en su rostro y cuerpo sin darse cuenta de que parecía una barbie deforme, que iba a hacerse vieja igual y que se veía absolutamente ridícula. Era una mujer de pelo castaño largo, con la cara tan estirada que estaba segura que si estornudaba se le saltarían los puntos del lifting, piel morena color naranja ganchito (fruto de estar horas metidas en una cabina de rayos UVA. Que coño, una cosa es tomar el sol para ponerte morena o ser morena de piel naturalmente, y otra muy diferente provocarte cáncer de piel y dejártela de un color antinatural que, lejos de quedar bonito, da grima), unos labios tan inflados que parecía que le habían pegado una hostia... Prefiero no seguir comentando el aspecto de esa mujer. Menudo esperpento. Juro que en mis pesadillas, sale ella. En fin, a lo que iba. Me sonrió más falsa que un billete de tres euros y me dijo:

-Nosotros en el camarote 482 y mi niño en el 483, cielo -creo que prefería que me llamaran "Eh, tú".

-Por supuesto -sonreí recordando el motivo de porqué aguantaba esto.

-Eh, espera, te acompañamos, no vayas a robar nada -dijo el que, supuse, sería el padre. Un gordo que habitualmente iría trajeado, que ahora iba con una camiseta de tirantes blanca, una camisa hawaiana floreada, unas bermudas amarillo chillón y unas sandalias con calcetines blancos. Que hacía falta ser cutre y hortera. Tranquilos, no voy a robar nada. Por nada del mundo querría arriesgarme a tocar los objetos personales de la Barbie sexagenaria. Como poco, serían radiactivos y me tendrían que dar Yodo los voluntarios de Fukushima.

Tenían tantas maletas que me pasé seis viajes con su ida y con su vuelta escuchando las gilipolleces que decían "la familia perfecta", como la acababa de bautizar para mis adentros.

-Mamá, este barco es una mierda. ¿No podías elegir uno un poco más cutre?

-Ay, cielo, lo siento muchísimo, ya sé que esto es para gente pobre, pero por el precio que ha costado, imaginaba que sería un barco decente.

-Podríamos irnos de aquí... A cualquier otro lado -dijo el rubio de bote.

-Ni hablar, yo voy a disfrutar de mis vacaciones. A estas alturas no vamos a encontrar ningún otro crucero decente. Así que aquí nos quedamos -dijo el padre ignorándoles por completo. Tras tres cuartos de hora aguantando esta charla sin sustancia alguna, al fin me tocaba el último viaje. Al dejar las últimas maletas en el camerino del niño pijo se giró hacia mi con aires y me dijo:

-Tú -se giró y me miró- ¿Qué cosas... decentes -dijo con cara de asco- se pueden hacer en esta cárcel? -Ponerme el culo para que te lo reviente a pollazos y tirarte por la borda para dar de comer a los peces.

-Pues, tenemos un restaurante excelente, piscina, tenemos spa con baños de barro, jacuzzi, tratamientos para la piel y todo tipo de masajes, casino, sala recreativa, varias tiendas de marca, tumbonas para tomar el sol, gimnasio...

-Bueno -me miró con ¿vicio?- Seguro que todas estas cosas que tan bien pintas son tan cutres como el barco, pero... Si quieres una propinilla, te podrías pasar por mi cuarto para... Pasar un buen rato -¡Será hijo de puta! Ni que fuera un vulgar chapero.

-Se lo agradezco, pero... Eso sería extralimitarme en mis funciones, así que, si no necesita nada más de mi que esté estipulado en mi contrato, le deseo que tenga un buen viaje -dije saliendo del cuarto con ganas de reventarle la cabeza.

Acabé mi jornada por suerte, sin cruzármelo, y tras hablar en la cena con algunos compañeros, me fui a dormir, agotado. Me di una ducha larga para desestresarme y me tumbé en la cama solo tapado con la toalla alrededor de la cintura y sin molestarme en secarme el pelo. Con el calor que hacía, no duraría mucho mojado. Para mi disgusto, me encontré a mi mismo empalmado pensando en el niñato de los cojones.

Me hice una paja rápida, me limpié con un pañuelo y caí dormido en seguida.

Against the oddsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora