19. Cuidados intensivos

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POV Tom

Fui corriendo desesperado hasta donde Bill había caído. Le cogí en brazos y le saqué hasta tumbarle en la arena. Le tomé el pulso y no tenía... Me acordé de las clases de primeros auxilios que nos obligaron a recibir a toda la tripulación del barco y en este momento agradecí la vida haber recibido esas clases. Le hice la reanimación cardiopulmonar. Comprobé que no tuviera las vías obstruidas y le levanté del mentón para hacerle la respiración boca a boca dos veces y proceder con las 30 compresiones cardíacas. Tras repetir el ciclo tres veces, Bill empezó a toser y echó agua por la boca y la nariz. Empezó a chillar de pura agonía, llorando. La sujeté la cara con cuidado y le hice mirarme, a pesar de que me estaba destrozando los tímpanos.

-Bill, precioso. ¿Cómo te ha pasado eso? Es muy importante que me lo digas rápido para poder hacer algo.

-Era -gimió de dolor sollozando.- Un pez... Que parecía una piedra... Con pinchos -gritó otra vez. Era un puto pez roca. Una vez un pasajero del barco pisó uno y casi no lo cuenta. Bill se desmayó. Lo cogí en brazos y lo llevé corriendo a casa, totalmente inerte en mis brazos. Lo dejé tumbado en el sofá y fui corriendo a mirar el botiquín. Había muchos medicamentos y ninguno parecía útil. Encontré un libro de picaduras de peces. Lo abrí buscando el puto pez roca y leí por encima a toda velocidad. Los síntomas eran dificultad respiratoria, desmayo (no jodas, pensé irónico), sangrado, dolor intenso en la zona de la picadura, color blancuzco del área alrededor de la picadura, cambios de color en el área afectada, según disminuye la cantidad de oxígeno que llega, dolor abdominal, diarrea, nauseas, vómitos, delirios, desvanecimiento, fiebre alta por la infección, dolor de cabeza, convulsiones y parálisis.

El tratamiento inmediato era lavar la zona con agua fresca, eliminar cualquier cuerpo extraño, sacar todo el veneno que se pudiera, favoreciendo el sangrado, hacer un torniquete e ir aflojándolo y meter la herida en agua tan caliente como el paciente pudiera soportar durante entre 30 y 90 minutos. Teniendo en cuenta que estaba desmayado, puse un barreño en la ducha y lo llené con el agua más caliente que salía. Metí la mano y quemaba bastante. Llevé el balde fuera del baño e incorporé a Bill para hacer todo lo que el libro indicaba. Tenía cuatro heridas. Tragué saliva. Esto era mucho veneno... Demasiado. En el libro ponía que normalmente duraba unas 24h, pero que si llevaba demasiado veneno o si había infección, se podría alargar más días y complicar. Las heridas eran pequeñas, pero podían ser mortíferas y eran extremadamente dolorosas.

Cuando le dejé el pie en el agua caliente, volví corriendo a por el libro.

Ponía que había que inyectar directamente en la herida entre 0,1 y 0,5ml de permanganato de potasio al 5%. Busqué en el botiquín y había, pero no tenía ni puta idea de inyectar. Seguí leyendo.

Había que aplicar 3ml de suero de caballo (el antiveneno más utilizado para estos casos) y, en caso de que los síntomas persistan, aumentar otros 2ml. Había que aplicarlo mediante una vía. También aplicar mediante la vía chorhidrato de meperidina para el dolor. Y controlar que no se infectara. Si se infectaba, tenía que darle dicloxacilina.

Busqué todas las medicinas y leí los prospectos para no pasarme con la cantidad y provocarle un shock o una sobredosis. Cuando estuve seguro de que no le iba a hacer daño con la medicación, me preocupé entonces con la puta vía.

No era enfermero ni médico. No sabía poner goteros. Encontré también material suficiente para ponerle la vía y un libro que explicaba cómo hacerlo. Respiré hondo.

Le toqué la frente y vi que estaba ardiendo. Le puse el termómetro y tenía 41º. Decidí que la vía podía esperar y le metí a la ducha con agua fría para que se le bajara la fiebre. Aproveché para lavarle bien. Dejé correr el agua fría hasta que noté que a Bill le había bajado otra vez la temperatura. Le sequé bien y le puse un pijama con pantalón y camiseta cortos. Le tumbé en la cama totalmente seco y le tomé del brazo siguiendo paso a paso las instrucciones. Puse una goma apretando su brazo para cortar la circulación ligeramente, busqué bien apretando una puta vena, y metí la aguja rezando por habérsela metido bien. Vi que salía algo de sangre, eso es que lo hice bien. Cerré la vía y busqué una alcayata para colgar el gotero. Puse en el gotero las medicinas que debía inyectarle y busqué otra jeringuilla para inyectarle lo que debía en la herida. Nuevamente, leí las instrucciones y recé por hacerlo bien.

Le volví a controlar que no le hubiera subido la fiebre. Según el libro, debería despertar. Vi que ya era de noche. La comida que había hecho Bill debía estar plagada de insectos, como poco. Suspiré. Con todo lo que se había esforzado... Tendría que buscar algo para hacer cena. Bill necesitaba comer.

Me sentía tan culpable... Si me hubiera despertado tan solo un rato antes. La culpa y la tristeza me invadían. Le tomé de la mano.

-Precioso... Te prometí que sobrevivirías. Que saldríamos vivos de aquí -sollocé acariciando sus labios con mis dedos.- Me lo estás poniendo muy difícil, pequeño demonio. Desde el primer momento te gustó ponerme las cosas difíciles -me derrumbé y apoyé mi cabeza en su hombro sollozando como un niño pequeño. Jamás lo admitiría en alto, pero realmente le amaba...

Me fui muerto de culpa y de rabia a buscar algo de cenar. Me metí al agua de la playa con zapatos (por si acaso) a revisar las putas trampas. Había un calamar del tamaño de mi cabeza. Lo maté y salí con el puto calamar en la mano. Vi lo que había preparado Bill, la comida llena de insectos, las velas consumidas. Me entró la puta rabia, solté al calamar en la arena y la emprendí a golpes. Destrocé las sillas contra árboles, golpeé todo lo que pude haciéndome rajas, heridas y un río de sangre en mis puños y lloré como hacía años que no lloraba. Volví a coger el puto calamar y fui a casa. Lo limpié bien y lo troceé. Lo metí a una sartén con aceite de oliva y salí a tirar los restos. Entré rápido, me lavé las manos y puse el calamar entero en un plato. Iba a ser para Bill. Yo ya me preocuparía luego por mi cena. Aunque verdaderamente tenía buena pinta el puto bicho. Me senté en la cama y zarandeé a Bill con suavidad y cariño.

-Bill, precioso, despierta -apretó los párpados con fuerza. Habló con un hilo de voz, muy aguda.

-Me duele mucho. -dijo ausente.

-Ya lo sé, cariño. Pero tienes que cenar -le ayudé a incorporarse y traje el plato.

-M-me duele... Me duele -repetía una y otra vez. Estaba consciente, pero parecía más en otro mundo que en este.

-Ya lo sé, pero tienes que comer -era como si le hablara a una pared, solo gemía y se retorcía.

-Dueleeee -sollozó otra vez.

-Bill, por Dios, come, cálmate -le abracé con fuerza hasta que dejó de quejarse y sollozó. Pude darle de comer, aunque me costó. Se comió todo y bebió mucha agua. Parecía satisfecho, pero no tenía buena cara. Le hice tumbarse de nuevo y volví a traer agua muy caliente para que metiera el pie.

Sollozó. Me quedé velándole y le di la siguiente dosis de su medicina. Le toqué la frente y estaba otra vez ardiendo. Estaba delirando. Se retorcía gritando angustiado.

-¡Craig! ¡Suéltame! -gritó en absoluta agonía. Le intenté calmar, pero no había manera. Fui corriendo a mojar un trapo con agua fría para bajarle la fiebre. No quería moverle en ese estado. Chillaba porque le estaban violando, pero de repente se calló y se le oyó sollozar.- Gracias por salvarme de ellos, Tom. -siguió llorando. Entonces volví. Sabía que no me hablaba a mi de verdad. Le bajé la fiebre con un trapo. Parecía más tranquilo, las convulsiones se habían detenido.- Te amo, Tom. Con toda mi alma -le miré sorprendido, pero... Solo era un delirio. Se había sentido tan bien oír aquello de sus labios... Pero no era real, solo era un delirio.

Pasé toda la noche velándole. No volvió a ser consciente de nada en los tres días siguientes. Seguía con los efectos secundarios de la larga y lastimosa lista. Con delirios de todo tipo, vómitos...

Dormía una horita cuando sentía que no podía más solo para no dejarle solo demasiado rato y le daba la mayoría de comida que conseguía a él. Yo comía arroz o pasta sin importarme extreñirme. Le di todo lo bueno a él. Lloré y lloré lo que no estaba escrito.

-Te amo, mi amor... -susurré una de tantas. Cuando le susurraba palabras bonitas, parecía que se calmaba un poco. Aunque él no era realmente consciente de lo que yo le decía. Si no se curaba pronto... Suspiré desesperado. Estaba desesperado porque se curara. Según el libro, él seguiría débil, con cosquilleos y el pie dormido y con dolores residuales durante días, tal vez semanas. Pero ya estaba bien y sería un dolor relativamente soportable. Aunque, eso sí, debía descansar. Pasaron dos días más. Se le cerraron completamente las heridas, la fiebre remitió y él abrió los ojos y me miró. Sonreí agradeciendo a Dios o lo que sea que existiera allí arriba.

-Buenas tardes. -le acaricié- ¿Tienes hambre?

Against the oddsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora