4. Mareos - Temporada 2

552 72 29
                                    

POV Tom

Me levanté por la mañana para ir al trabajo. Apagué el despertador gruñendo. Había dormido cuatro horas. Me levanté, me vestí y me puse a hacer el desayuno para que cuando se levantaran, lo tuvieran hecho todos. Hice una cafetera, solo para comprobar que apenas quedaba leche. Suspiré y mezcle la leche con agua para llenar el cartón de leche. Salí un momento a la panadería de al lado de casa. El dueño de la panadería siempre nos regalaba el pan duro que iba a tirar. Con el pan duro cocinábamos migas.

-Buenos días, Tom -me dijo Bruno, el panadero. Me tendió el pan.

-Muchas gracias, Bruno. -me sonrió.

-No las des. Oye, escucha. Sé que nunca me aceptas nada que te quiera dar que no vaya a ir a la basura, pero he calculado mal los ingredientes y me ha sobrado una barbaridad de masa. No voy a vender tantos pasteles ni aunque quiera. Llévate los que sobran. Seguro que a tus hermanos les hace ilusión desayunar sus bollos favoritos por un día -suspiré pensando si negarme, pero al final acepté.

-Muchas gracias, de corazón.

-De nada... Deberías dejar que te ayudara más. Tu padre fue mi mejor amigo. No te puedo contratar, pero sí puedo ayudarte de otras maneras. Me gustaría que te dejaras.

-No quiero cargarle a nadie con mis responsabilidades, Bruno. Pero gracias una vez más.

-Mira que eres cabezón, niño. -sonreí de lado.

-Me viene de padre -Bruno sonrió también.

-Tira, anda, que vas a llegar tarde al trabajo al final -le di la mano y me volví a casa. Dejé los bollos a la vista para cuando se levantaran. No comí nada, aunque me tentara. No quería comerme la comida de mis hermanos ni de mi madre. Me tomé una taza de café solo, para no gastar la solución asquerosa de leche con agua.

Salí de casa una hora antes y anduve hasta el trabajo, que quedaba bastante lejos. Pero yo andaba a todos los sitios. No es como si me pudiera permitir el lujo de tomar un autobús.

En ese trabajo, básicamente había que descargar y cargar camiones. Eran cajas que pesaban unos setenta kilos cada caja. En esas cajas había piezas y recambios para máquinas. Aquí había una cadena de montaje en la que se fabricaban elementos normalizados de máquinas (chavetas, rodamientos, engranajes, grupillas...). Algunas personas trabajaban en la cadena de montaje y las máquinas sacaban las cajas ya precintadas. Y otros teníamos que cargar camiones con las piezas y descargarlos de los suministros. Los jefes contaban cuántas cajas transportábamos cada hora, y si no llegabas a un mínimo de 50 cajas, te despedían. Había que darse prisa. Mejor prevenir y cargar más cajas de las necesarias cada hora, que quedarse corto y sin trabajo. Nos daban diez minutos para comer. Entre los compañeros había una relación de cordialidad, pero poco más, ya que no nos dejaban hablar mientras trabajábamos. Llegó la hora del descanso. Lo bueno que el jefe había dejado unas frutas en la cafetería que podía coger cualquier trabajador y gratis. Cogí una manzana con el estómago rugiéndome de hambre y la devoré. Bebí agua de la fuente y volví al trabajo.

De un momento a otro, todo estaba negro.

Y de repente, estaba en la isla, con Bill despertándome con besos

-Vamos, dormilón. Despierta, que te toca hacer el desayuno a ti y tengo hambre -dijo con fingida malicia.

-¿Y por eso me despiertas? -dije con fingido enfado y me subí encima de él para hacerle cosquillas. Se empezó a reír.

-En realidad era porque me sentía muy solo -hizo un puchero muy falso.

-Yo creo que es porque querías que te diera duro contra el muro y como te daba vergüenza pedírmelo, me has despertado para que me ponga bruto y dominante y te castigue... -sonreí de lado y se puso rojo.

-Bueno... No era mi idea, pero me gusta -me reí y le besé.

-Bill... -gemí.

-¿Bill? ¿Quién es Bill? -oí la voz de mi jefe y abrí los ojos mareado y desorientado.

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?

-Estás en el trabajo. Te has desmayado -miré a mi alrededor y era cierto. Estaban todos mis compañeros rodeándome con rostro de preocupación.

-Lo siento mucho.

-¿Por desmayarte? -dijo mi jefe levantando la ceja- Ni que te hubieras dado semejante hostión a posta.

-Ya...

-Mira, yo me tengo que ir a hacer unas gestiones, así que el resto del día vas a dedicarte a contabilizar las cajas que cargan tus compañeros. Sentadico y sin moverte.

-Pero no puedo.

-Trümper -dijo un compañero- No seas idiota. Haz lo que te dicen.

-No me quiero quedar sin el sueldo del resto del día.

-Si te digo que hagas mi trabajo es para no mandarte a casa y dejarte sin sueldo, así que hazlo y no rechistes. Siéntate, ya. -me ayudaron a levantarme y asentí. Un compañero me trajo un café y un sandwich de la máquina. Quise negarme pero no aceptaba un no por respuesta. Al final comí y me sentí un poco mejor, aunque mareado todavía.

Al final llegó la hora de salir y fiché antes de irme. Quise comer algo, pero no tenía dinero, así que me fui al siguiente trabajo.

El siguiente trabajo era, aunque no lo pareciera, más cansado incluso. En este tocaba cargar cajas, pero nos iban rotando los puestos. Hoy me tocaba trabajar en la cadena de montaje. La fábrica era de purés para bebés. Teníamos que vaciar las cajas de tarros e irlos dejando en la máquina para que siguieran su curso. Era agacharse y levantarse todo el rato. Y yo no sé si era por el cansancio acumulado de las ocho horas en la anterior fábrica, pero veía este trabajo más agotador que el anterior.

Salí de trabajar a las once de la noche y volví a casa andando, sudoroso y todavía bastante mareado. Al menos el frío me despejó un poco.

Entré en casa y les di un beso a todos. Me metí a la cocina para ayudarle a Axel a hacer la cena. Habían salido bastantes migas del pan duro, así que al menos me quedé saciado.

Sacaron los chicos unos pastelitos.

-Te hemos guardado esta mañana. Estaban muy ricos, aunque se han quedado un poco duros -dijo Gabriela haciendo una mueca.

-Pero eran para vosotros...

-Pero saben más ricos si se comparten.

-¿De dónde sacas esa gilipollez? -me hubiera querido medio reír, pero no sonreía desde que volví de la isla. Las sonrisas forzadas en mi cara eran muecas macabras en verdad.

-No lo sé, la verdad. Pero come. El chocolate quita todas las penas. -al final me comí un solo pastelito y repartí los demás entre ellos, que los aceptaron medio resignados.

-Tom, cariño -dijo mi madre- Sé que deberías dormir, pero se ha caído un trozo de techo esta mañana en el salón -fruncí el ceño y salí al salón. Efectivamente, había un plástico en el suelo y un boquete en el techo que enfriaba toda la casa.

-Ahora vuelvo -me fui a una obra cercana y... tomé prestados unos pocos ladrillos, algo de cemento y escayola. Fui a casa y arreglé el boquete. Miré la hora. Eran las dos de la mañana. Ayudé a limpiar la cocina y me fui a la cama agotado.

Y era en este momento, cuando el trabajo se acababa y mi mente no era capaz de evadirse, cuando Bill aparecía en mi cabeza y rompía a llorar como un niño pequeño. Y así, llorando, caía dormido de puro agotamiento hasta que un nuevo día comenzaba y se repetía lo mismo. Una y otra vez...

Me volví a desmayar varios días, pero aun así no quise ir al hospital. Mis ingresos eran penosos y no podía permitirme ni comer más ni perder mi trabajo. Y mucho menos dejar ver a mi familia lo enfermo que me estaba poniendo, si no quería que mis hermanos se pusieran a trabajar.

Against the oddsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora