🌷Capítulo 24

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Estaba agotada físicamente hasta el punto de empezar a dormitarme bajo la regadera. Estaba muy contenta de haber conocido a esos niños. Jamás había estado en un sitio como esos, pero se sintió muy bien. No podía esperar para contarle a mis padres sobre mi experiencia en un refugio para niños y lo extraordinario que sería para Greg asistír a uno, al menos como apoyo. Escuchar sus historias sobre como habían sido sus vidas antes de Alessandro fue muy deprimente, al punto de que no pude evitar sentirme muy feliz y agradecida con él. ¡Maldición! Era muy obvio que Mantwayer tenía sentimientos muy fastuosos hacia otras personas y eso me daba esperanza. De que su estadia en una prisión, no sería lo más justo. Per esos asuntos ilícitos… me devolvían a su situación delictiva, que lo tenía condenado a muchísimos años en una celda sucia y triste.

-Te raspaste también la frente.- me quita un mechón empapado de la cara.

Sonrío al recordar como choque contra el árbol mientras perseguía a las gemelas.

-Fernanda y Frida te tomaron mucho cariño.- comenta, cerrando las llaves del agua.

-Y yo a ellas. Para tener seís años son muy perspicaces. ¿Sabías que hablan en clave morse?- abro los ojos con fuerza.

-Bruce se lo enseño.- me pasa una bata.- Te ves cansada.

-Tu igual. Te vi jugar con todo los chicos. Jamás creí que te gustaran los niños.

Tampoco es que lo conozca en realidad.

-Si me gustan, es decir, no sé por qué se me dan bien.- le resta interés.- vamos, te voy a curar esas heridas.

Caminamos hacía la recamara. Me siento en la orilla de la cama, mientras él se va en busca del botiquín. El teléfono que sigue sobre la mesita de noche, se burla por mis intentos de la noche anterior. Sí no funciona, debería botarlo por la ventana. Con el magistral movimiento de brazo que me enseñó Reggie, uno de los adolescentes del refugio.

-¿Esa hacienda se las diste tu?- le pregunto cuando vuelve.

-Si, fue un regalo. Yo soy su único y mayor accionista.

-Esos niños te adoran.- comento.

Alessandro sonríe avergonzado y saca un tubo de ungüento. Me pide que me sujete el cabello y lo hago. Aplica un poco de esa maravillosa pomada y enseguida, la irritación de mi frente se esfuma.

-Te raspaste la frente, el brazo, y tienes un cardenal en el trasero. ¿Qué nunca jugaste cuando eras pequeña?- se burla.

Abro la boca indignada. Pienso un momento y me sonrojo al saber la respuesta. Ser hija única por más de diez años, no fue muy agradable.

-Lo sospeché.

Termina de ponerme el ungüento y vuelve a guardarla. Después saca otra pomada, pero de un frasco.

-Mi mamá era muy protectora.- confieso.

Alessandro me da una mirada de soslayo, pero no dice nada. Me pide que me de la vuelta, y no puedo hacerlo. Es demasiado vergonzoso.

-Déjalo así.- le pido

-No. Con esto se te bajará la inflamación y no te dolerá el trasero mañana.- lee la pequeña instrucción del frasco.

Lo hago de mala gana y dejo al descubierto mi trasero. Estoy muy agotada. Nisiquiera el entrenamiento con Jacob me dejó así, y vaya que fue devastador. Una vez más, el recuerdo de ese hombre sagaz me golpea con fuerza.

-¿Crees que mañana pueda usar algún teléfono?- pregunto.

-La recepción aquí es muy mala, pero podríamos intentar.- me promete.

Cruel DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora