¿Morder? ¿Era eso lo que quería?
- No lo sé – susurré a duras penas -. Tu olor… me vuelve loca.
- ¿Es… mi… mi sangre?
- Tu sudor… Hueles muy bien – musité mientras mis labios seguían rozando su garganta.
- ¿Tanto… como para… comerme?
¿Comerle? La parte minúscula de mi cerebro que en ese momento todavía era capaz de pensar se dió cuenta de que podría hacerlo si quisiera. Estaba acostumbrada a cazar animales de gran tamaño que se movían y se resistían con mucha fuerza, sería muy fácil con una presa quieta e indefensa.
Pero no era eso lo que quería. Su sangre no me daba sed, quería comérmelo de otro modo. Le deseaba. Le deseaba con ansia. Deseaba acariciarle y besarle, sí, incluso morderle.
- Quiero morderte… - ronroneé, besándole el cuello muy despacio.
Jacob se estremeció de nuevo, aunque continuó petrificado.
- ¿Quieres… quieres morderme? – preguntó, un tanto asustado.
- Seré muy suave, te lo prometo – le imploré con un susurro.
Se quedó un momento en silencio, sin moverse ni un centímetro.
- No me… no me muerdas la yugular… ni me chupes sangre, ¿vale? – accedió al fin, con voz temblorosa.
Su corazón pegó un salto cuando rocé su piel con mis dientes, pero, aún así, permaneció inmóvil. Metí mi mano entre su pelo mojado y empecé a acariciarle el cuello con delicados y sutiles mordiscos, recorriéndolo muy despacio de arriba a abajo, bordeándolo entero. Su respiración comenzó a agitarse conforme le mordía y le besaba y su aroma también se intensificó. Su hálito impetuoso y el aumento de su penetrante fragancia hicieron que el deseo que sentía por él se multiplicara por mil. Repté desenfrenadamente por su húmeda piel, resollando con ansia, y por fin sus manos se movieron hasta mi espalda más baja para apretarme contra él. Un sordo gemido se escapó por mi boca con ese contacto y todas las células de mi organismo se excitaron el doble. Él también se estremeció y nuestros jadeos se volvieron más fuertes. Escalé, besándole con avidez por el cuello, para seguir la línea de su mandíbula.
- Espera – dijo de repente, con voz seca.
¿Que esperase? Ya era demasiado tarde para eso, mis cinco sentidos estaban puestos en él y no podía parar. Lo siguiente que iba a morder eran sus labios.
Se despegó de mí bruscamente, agarrando mis muñecas para separarlas de su cuello, y, sin darme tiempo a reaccionar, echó a correr a toda velocidad hacia el bosque, arrastrándome de la mano.
Su ritmo era demasiado acelerado y yo todavía estaba aturdida. Mis piernas no conseguían moverse como deberían y mis pies casi se levantaban del suelo por su carrera. Tardé un buen rato hasta que me despejé del todo.
- ¡Corre lo más rápido que puedas, Nessie! – gritó mientras nos adentrábamos entre los árboles.
- ¡¿Qué pasa?! – pregunté, asustada.
- ¡Tú sólo corre! ¡Tenemos que salir de aquí ya!
Aseguró mi mano con fuerza y aceleré todo lo que mis piernas eran capaces para igualar mi ritmo al suyo. El efluvio de Jacob me había embaucado tanto, que hasta ese momento no me había dado cuenta de lo que había anochecido y del extraño hedor que había por todo el bosque. Era un olor parecido al amoniaco y me quemaba la nariz. Un gruñido ansioso y jadeante se oyó a unos metros de nuestras espaldas y después desapareció. Los árboles pasaban a nuestro lado a toda velocidad y Jake los esquivaba con facilidad, apartando las ramas con el brazo libre para que yo pudiera correr sin problemas. Entre la negrura del bosque, atisbamos el claro que daba al coche.
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JACOB Y NESSIE DESPERTAR
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