PLAYA

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Bajé un poco más la ventanilla del Golf para que me diera el aire caliente más propio del verano que del mes de mayo en el que aún estábamos. Según la previsión metereológica, la ola de calor que invadía el noroeste de Estados Unidos en este final de mes iba a durar una semana, así que, ya que era sábado y que no era época de turistas ni surfistas, aprovechamos para pasar el día en la playa con algunos de los chicos de la manada que no tenían que patrullar hasta por la noche.

Además, Jake quería darles un pequeño descanso como agradecimiento por su ayuda en la rehabilitación de nuestra casa, que iba viento en popa. Ya tenía luz, agua y saneamiento, y se iban notando los progresos día a día. Nuestra preciosa casita ya iba tomando forma.

Eso me recordó mi pequeño accidente del día anterior y me miré el dedo, aún algo dolorido.

- ¿Todavía te duele? – quiso saber Jake, echándome un vistazo mientras conducía.

- Un poco.

- Menos mal que tienes la piel dura, si no, te habría traspasado todo el dedo y te lo hubiese clavado en el tablón – entonces, me miró con su sonrisa torcida -. ¿Cómo diablos harías para incrustarte un clavo en el dedo con la pistola de clavos? – se burló -. ¿A dónde estarías mirando?

- A ningún sitio – repliqué, girando mi rostro de mejillas ruborizadas hacia la ventanilla -. Fue un accidente.

En realidad, le estaba mirando a él cuando trabajaba sin la camiseta encaramado en una de las ventanas del pequeño salón.

Se carcajeó durante un rato, seguramente sabiendo toda la verdad, y mi cabeza asomó otro poco por la ventanilla.

Enseguida llegamos a La Push y Jacob aparcó el coche en la que seguía siendo su casa, desde allí, se llegaba en un momento hasta First Beach. Entramos para que yo saludara a Billy y que él se pusiera el bañador, y nos marchamos cargando con las mochilas llenas de los artilugios necesarios para un día de playa más todos los bocadillos que te puedas imaginar.

Nos dirigimos dando un tranquilo y largo paseo al extremo sur de la medialuna de la playa, donde estaban todos esparcidos en sus toallas. Había algunas personas tomando el sol al norte, cerca del espigón de madera, pero el más de kilómetro y medio de distancia que nos separaba hacía prácticamente imposible que esos ojos humanos pudieran distinguir nada.

- ¿Cómo va eso? – saludó Embry cuando llegamos, chocando el puño con Jacob.

- ¿Qué tal? – le correspondió mi novio, incluyendo también a Quil.

- ¿Esta es Nessie? – le bisbiseó Claire a Quil al oído.

- Sí – le respondió él del mismo modo.

Claire estaba con su imprimado, jugando a las cartas. Me miraba un tanto asombrada, y casi diría que con un matiz de admiración que me ruborizó un poco, aunque tampoco me extrañó. Claire me había visto crecer a la velocidad del rayo, mientras que ella lo hacía a un ritmo normal. La última vez que nos habíamos visto había sido hacía unos meses y yo era una niña de doce años. Ahora se encontraba con una chica adulta y, a sus nueve años, eso le encantaba, porque veía en mí lo que ella ya tenía ganas de ser. Por supuesto, estaba al tanto de todo, por eso no se asustaba, sabía a qué se había debido mi apresurado crecimiento.

Saludamos al resto y sacamos las toallas de las mochilas.

- ¡Nessie, poneros aquí! – exclamó Brenda, que estaba tumbada boca abajo mientras Seth le ponía crema en la espalda encantado de la vida.

- Claro – le dije.

Brenda estaba batiendo su propio récord al llevar más de un mes con un chico, cosa que me alegraba. La verdad es que se la veía muy enamorada, siempre me estaba hablando de Seth en la cafetería del instituto, y había cambiado mucho. Ya no se maquillaba tanto – aunque seguía siendo muy coqueta -, ni iba por ahí meneando las caderas sin parar, hablando de los chicos que se había ligado en el Ocean. Se había convertido en una chica muy agradable con la que se podía hablar, o tal vez había salido la verdadera Brenda, quién sabe. Lo cierto es que mi amiga me sorprendió mucho, nunca me había imaginado que hubiera la posibilidad de que formase parte de mi gran familia de lobos, ni que se fuera a integrar tan bien. Sin embargo, había una cosa que me preocupaba, dos, en realidad. La primera era que Seth todavía no le había contado su secreto y nadie sabía cómo iba a reaccionar cuando supiera que el chico de sus sueños podía transformarse en un enorme lobo; la segunda era que podía enterarse del mío en cuanto lo supiera.

JACOB Y NESSIE DESPERTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora