Capítulo IV La víspera de navidad

5.3K 216 63
                                    




Lizzy observaba a su hermana Jane y a la Srta. Georgiana ordenar adornos dispuestos para completar el árbol de navidad,  y disponer los regalos en pequeños paquetes para que cada invitado tuviera uno,  se sintió un ruido esplendoroso,  detrás los gritos de la una mujer,  seguido alguien correteando y risas.

Lizzy miro a Jane angustiada, sabía de  quién trataba , era evidente que se acercaba su madre,  pero no quiso decir una palabra.

En pocos minutos en su salón se encontraba la Sra. Bennet sofocada, alterada como era su costumbre,  por algunos meses el casamiento repentino de tres de sus hijas había surtido algún efecto y podía observarse una leve mejoría en su temperamento, pero,  hacía ya medio año que eso no ocurría. Los aspavientos y los rezongos habían vuelto con fuerza y generando en los cercanos las peores incomodidades. 

Ahora entraba a Pemberley sin el más mínimo decoro, rogando por un sitio en donde descansar. El Sr. Bennet observándola como era costumbre y sus hermanas Catherine y Mary tomadas del brazo se sentían un tanto avergonzadas. Catherine desde el casamiento de Lydia había cambiado mucho, estaba más recatada, sus largas estancias junto a los Sres Bingley y compartir con Mary la otra parte del tiempo la habían convertido en otra persona. 

Mary de todas las hermanas, si bien no era la más inteligente, si la más prudente y de alta moral, lo que había ayudado a calmarla en mucho. Con tan altos valores morales cerca, debido a la incesante  práctica y a la intensa lectura diaria,  Catherine se convertía día a día en una hermosa mujer y eso podía notarse desde lejos.

Lizzy observaba con gran emoción en lo que un solo año había cambiado a su familia. Por supuesto que su madre no hacía otra cosa que hacerla padecer, pero como había prometido a su esposo,  no haría caso a sus protestas y no la contradiría en nada.

El Sr. Bennet se acerco a ELiza como el gustaba llamarla y la beso en la frente. Se sentó junto a ella, observando las ventanas abiertas de par en par, que brindaban una vista refrigerante de las altas colinas pobladas de bosque que estaban detrás del edificio, y de los hermosos robles y castaños de España dispersados por la pradera que se extendía delante de la mansión.

Se sorprendió un poco al ver que ella no se paraba a recibirlos, pero no comento nada, evitaba quejarse de nada, era suficiente la queja permanente de su esposa, de quien  se sentía responsable, por no haber sabido poner límites en su matrimonio a tiempo.

Lizzy tenía una razón para estar inmóvil, la condición que le había puesta esa mañana el Sr. Darcy para que saliese de la habitación había sido permanecer en el sillón el mayor tiempo posible, sin levantarse para absolutamente nada y sin alarmarse por cosas cotidianas.

La señora Reynolds acompañó a la Sra. Bennet  a la habitación y la aconsejó que se quedase descansando, la Sra. Bennet dudo por unos instantes y decidió guiada por la cara seria de la ama de llaves en que era lo mejor. Todos disfrutaban de su ausencia en el salón. Era insoportable oír a una persona quejarse las 24 horas del día por todo y cada cosa que sucediera.

Lizzy y Jane acostumbradas y felices con sus nuevas vidas no la soportaban casi,  y en las últimas pascuas habían dispuesto que no volverían a visitar a sus padres en su casa por un largo tiempo,  debido a lo molesta que podía resultar su madre como anfitriona en Longbourn.

Ambas tenían mucho trabajo en sus propias casas para ir a ocuparse de los desprecios, atropellos y desatenciones de su madre que aumentaban con el pasar del tiempo.

Mientras Jane y Elizabeth conversaban con su padre,  las muchachas más jóvenes habían decido salir a caminar por el parque.

El día era especial, un clima ideal, el sol tenue le daba especial calidez a la zona cercana al lago reparada del viento por el edificio imponente.

Humildad y GratitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora