Capítulo X Las escondidas en Pemberley

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Mientras Mary y Colleman dormían cada uno en su cuarto,  demostrando la mejor y más respetable de las conductas, más allá de los sentimientos de amor,  que abrigaban el uno por el otro,  Kitty se había perdido en los corredores, jamás había llegado a la cocina con el recado de su hermana para Colleman, es más  ya no recordaba en qué consistía tal recado. No podía esperarse menos de Kitty.

Pasando por la biblioteca de la mansión en camino a la cocina,  se había entretenido con un movimiento, una vez adentro había encontrado al coronel  Fitzwilliam Darcy   y platicaba con él,  intentando agradarle. Kitty podía ser una gran imitadora, de su alma salían actitudes alocadas de modo automático, pero era capaz de imitar todo lo que se posara sobre su mirada. El coronel lo había notado y estaba especialmente interesado en ella, porque si bien su temperamento y carácter no eran envidiables, Kitty era una hermosa muchacha, la segunda en belleza de las Bennet según su opinión, aunque eso era una cuestión de gustos  propia. Desde el día que la conoció había sentido atracción por  sus ojos azules, sus bucles castaño claros,  sus grandiosas y disparatadas sonrisas,  todo lo había persuadido para  pensarla  como una posible mujer para compartir su vida. Más allá de saber que su tía no estaría de acuerdo,   él,  albergaba el deseo de mejorar su carácter y tomarla por esposa tarde o temprano.

Mientras le hablaba de  guerras, conquistas y reinados,   admiraba su hermoso rostro y figura a la luz de las velas,  ella lo escuchaba con atención,  realizaba alguna que otra pregunta y se sonreía de a ratos.

A Kitty el coronel no le generaba mucha  atracción, pero ningún hombre lo había hecho en verdad,  podía reconocer que él   le daba tranquilidad  y eso  le sentaba bien.

Esos  pensamientos recorrían la consciencia de  Kitty,  mientras el coronel comentaba sobre sus últimas campañas en barco a Australia enviado por la corona inglesa, hablaba de la integración de Australia en la mancomunidad de dominio Británico y lo avezado que él era  en territorio firme para llegar a acuerdos militares.    

Un ruido los desconcentró y ambos miraron la hora, eran casi las tres de la mañana , Kitty no había llevado el recado a Colleman y por la mañana no habría quien los despierte para el desayuno  en familia si seguían conversando.

La acompañó a su cuarto caballerosamente y la despidió dándole un beso en la frente de buenas noches. Ella se sintió  cuidada con ese gesto y eso bastaría para que Kitty no sacara de su mente a ese hombre como alguien posible para el matrimonio.

A parte de ser millonario la cuidaba como a una muñeca de porcelana y eso era algo que nadie en toda su vida había hecho por ella.

Con una sonrisa se fue a dormir, intentando no hacer ruido para que su hermana no la regañara por dejar plantado sin respuesta a Colleman y como era Mary, por demorarse tanto a esas horas.

Sam y Georgiana habían tenido otra suerte, mientras caminaban a sus respectivos cuartos,  él se había escurrido en una de las cortinas para dejar pasar a Colleman que ensimismado en sus pensamientos ni lo notó, había dejado pasar también a Kitty y una vez que nadie rondaba por el corredor se había vuelto a inmiscuir en la habitación de Georgiana.

Ella no se encontraba a simple vista, la buscó en el vestidor, en el cuarto de  baño  y mientras la esperaba sentado en uno de los elegantes sillones la vio aparecer por una de las puertas falsas que conducían a otra habitación. La joven había ido a saludar a Mary ya que los gritos de Kitty le habían permitido escuchar el alboroto y contenta volvía sabiendo que su nueva amiga tenía un pretendiente muy apuesto  y de excelentes intensiones para con ella.

La sorpresa fue mutua, él esperaba verla ingresar por la puerta principal de la habitación, no a hurtadillas por una puerta secreta, y tenía que reconocer que le gustaba esa otra faceta de Georgiana,  de  niña angelical que parecía no entender nada  se escurría de habitación en habitación por puertas secretas, permitía que él la bese y la pretenda, aunque  se hacía respetar y lo enloquecía con sus sonrisas. Todo   lo estaba enamorando  completa y perdidamente... esa niña,  lejos de ser un ángel era más  atrevida y menos ingenua de lo que todos se imaginaban.

Humildad y GratitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora