Capítulo XXXVI Nacimientos reencuentros y decisiones

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Kitty, había decidido celebrar su matrimonio luego del nacimiento del bebé de Jane, estaba en contra por supuesto de la opinión de su futuro esposo, que parecía desesperado por casarse, y de todos los integrantes de la familia Bennet principalmente de su madre.

Kitty quería mucho a Elizabeth y su relación con William Darcy había crecido al punto de considerarlo el hermano que la vida no le había dado, pero, desde su más tierna infancia su afinidad había sido con la mayor de la Bennet, la dulce y bella Jane, por su carácter dócil y su forma calma de tratar a las personas en general y a ella en particular. Eso había hecho que Kitty la amara incondicionalmente y cuando algo realmente importante sucedía en su vida, en sus pensamientos o en su corazón era con ella con quien quería compartirlo. Era cierto que Kitty tenía una relación estrecha con Lydia, pero esa relación era principalmente para el entretenimiento diario, compartían la edad, Lydia era considerada la alocada y divertida de la familia, aunque a muchos sus locuras le parecieran vicios mal llevados y poco virtuosos, Kitty se divertía con su hermana y poco le importaba el qué dirán, ella era su amiga en lo cotidiano, pero de todas sus hermanas prefería a Jane para sus confidencias, por lo tanto no había más que decir, ni modo de cambiar su decisión, para celebrar su casamiento era necesario que Jane estuviera en óptimas condiciones para acompañarla.

Por esos días no había podido dejar de pensar en su madre con este tema, durante su corta vida le había reprochado miles de fallas en su carácter, y hasta le había recordado casi a diario que era muy poco probable que ella consiguiera con quién casarse. Eso la llevaba a no sentir ningún deseo de compartir su novedad con ella y tampoco con su padre, pero ellos de cualquier modo se habían enterado de la noticia. El padre tenía un vínculo tan dependiente con Lizzy que ella al conocer la novedad le había escrito una carta, y no habían pasado dos días para recibir respuestas. Por otro lado sabía perfectamente que el coronel, amante de los protocolos y de la formalidad, había hecho lo mismo, y sabía por la Sra. Reynolds lo disgustada que estaba la Sra. Bennet por dilatar el acontecimiento que la dejaría a ella sin hijas solteras, su mayor ambición en esta vida.

Lizzy, ante la postergación rotunda de la boda por más de seis semanas, había decidido darle a Darcy la sorpresa de viajar con él a Praga, todos habían pactado que una vez que su viaje hubiera terminado, con el bebé Bingley ya nacido, y todos gozando de buena salud, celebrarían de forma esplendorosa ese ansiado matrimonio, que eliminaría del "mercado de solteras" a todas las señoritas Bennet de la región para el desagrado de muchas mujeres jóvenes que aún miraban de lejos esa ansiada y lejana posibilidad.

Estarían invitados los familiares directos y a ellos se sumarían los Lucas, el Sr. Collins y Charlotte que habían avisado por carta que esperaban su primer bebé, vendrían los Gardiner de Londres, la Sra. y el Sr. Philips, las hermanas Bingley aún solteras y sin vísperas de ningún prospecto de matrimonio, y algunos allegados del coronel provenientes de la milicia que nadie conocía. Todo estaba listo y resuelto.

La Sra. Reynolds se había ocupado de todas las tareas y del envío de las invitaciones junto al Sr. Jones, también habían cuidado de la mansión durante las tres semanas de ausencia de sus amos, y todo estaba muy bien organizado.

Georgiana desde Londres había indicado por carta lo que debía estar listo para cuando ella llegara a encargarse de los últimos detalles para la recepción de los invitados. Esa mañana Reynolds se paseaba nerviosa por los corredores, había estado ordenando y seleccionando vajilla para la fiesta de al menos cincuenta personas que se avecinaba y sin querer había roto una caramelera de cristal finísima de la abuela Darcy, y eso la había amargado un poco. Aunque eso comparado con otras noticias no era nada, había recibido un comentario de una de las niñeras de los mellizos, algo les había sucedido, y lo que era peor, Elizabeth y William avisaban desde Londres que durante el día arribarían a la mansión.

Humildad y GratitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora