Capítulo V Pemberley y la maldición del amor

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La mesa estaba dispuesta para la cena, los invitados se encontraban terminando de prepararse para bajar a disfrutar de la velada, algunos estaban nerviosos podía notarse la intensión de agradar al resto con sus atuendos, vestidos, trajes costosos y algunas joyas.

Había algunos afectos ocultos en proceso y como muchos desconocían los misterios que escondían Pemberley con respecto al amor o al menos eso aparentaban, todo parecía tranquilo, aunque se podía respirar en el aire, el amor rondando entre esas paredes. La Sra. Reynolds se sentía particularmente inquieta por ello, durante esos días recordaba décadas pasadas.

La reuniones mágicas de las noches cercanas a la navidad, eran todo un misterio que hacía años había quedado sepultado bajo la nueva realidad, no había señores en la casa, por lo tanto las fiestas no se celebraban allí. Para los que conocían la leyenda sobre  esa mansión, era un mito bastante creíble por los desafortunados desenlaces en las vidas  de los afectados.

La leyenda había comenzado hacía más de 50 años y contaba , palabras más , palabras menos , que los jóvenes invitados en épocas cercanas a las fiestas navideñas que ahí se conocían y agradaban, terminaban unidos por un profundo amor para siempre, y en caso de querer contradecir esa atracción, los amantes sufrían desdichas amorosas de las más terribles, sufrimientos enormes en sus vidas y nunca recobraban la paz en cuanto al amor se trataba.

El padre de William y Georgiana la había padecido en carne propia, se había enamorado de una señorita, Lady Gertrude Mac Donals, mucho antes de conocer a la madre de estos dos jóvenes, ambos,  completamente tomados por la desenfrenada y mutua atracción instantánea, propia de su juventud, habían tenido una aventura amorosa, la joven de quince años de cuna inferior, no había sucumbido a los encantos del apuesto Sr. Darcy y se había entregado al amor en todas sus formas. Un amor prohibido por supuesto, que en pocos días tras hacerse conocido por las familias  no demoraría en desmoronarse. Alejarían a la joven de las cercanías de Pemberley y obligarían al padre de William y Georgiana a prometerse en matrimonio con otra señorita, muy bella por cierto, de mejor cuna, pero a quien él jamás amaría realmente.

Pasados más de diez años, Gertrude ignorando la suerte que había corrido su amado, había vuelto a la mansión con la idea de reencontrarse con él,  sus padres habían muerto, creía que ya no tenía impedimentos para recobrar su amor de la juventud, pero eso no era así. Al llegar había conocido la verdadera razón por la que ella había sido alejada de su lado.

Él poseía una esposa impuesta por conveniencia, de mejor cuna y acomodada socialmente, tenía dos hijos y una vida que podía suponerse dichosa, aunque sin amor. Una tristeza infinita empantanó Pemberley por esa época, el Sr. Darcy su esposa y su amante sufrían, no había un alma que no sufriera sabiendo la realidad, la salud de la madre de William y Georgiana que estaba debilitada hacía años, empeoró notablemente y a los pocos meses esta moriría, sabiendo que su marido jamás la había amado y dejando a dos niños de corta edad sin madre.

El Sr. Darcy lleno de reproches y remordimientos, obligado en su juventud a casarse con quien no amaba, y obligado en su adultez a reconocerlo ante todos, nunca pudo perdonárselo, haber hecho sufrir a su esposa legítima lo perturbaba, jamás pudo amar a su verdadero amor sin culpa, una vida miserable hasta el último de sus días, una vida de eterna desdicha, que se representaba en su carácter, en su cruel autoritarismo, en su completo egoísmo, mientras la salud se lo había permitido, y en una cruel depresión cuando ya su cuerpo no le respondía.

Gertrud luego de sufrir maltratos despiadados lo había abandonado, al saber que nada cambiaría su destino se había vuelto a alejar de Pemberley, y al poco tiempo el Sr. Darcy moriría acompañado de sus dos hijos y de sus sirvientes.

Por casi diez años ese secreto había anegado las paredes de Pemberley, solo los sirvientes y sus hijos conocían sobre las historias, que se iban contando de generación en generación, como un secreto que debía guardarse con el mayor de los respetos, por los que habían sufrido la maldición, que ya no estaban entre los vivos y por los dueños de la casa, que no apreciaban las cosas que se decían. William era más escéptico que Georgiana al respecto. A ella ese tema le interesaba mucho y se había encargado de averiguar sobre eso.

Humildad y GratitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora