Capítulo XI Desengaños

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Durante varios días luego de la navidad cayó agua nieve en Pemberley, los invitados se conformaban,   al menos al ser muchos podían alternar su compañía y disfrutar de las comodidades que la gran propiedad les ofrecía.

Poseía una biblioteca variada al punto de ser considerada un de las más completa de la zona. Un salón de juegos de mesa, en donde había desde una mesa de billar, hasta un pequeño teatro con piano en donde las más jóvenes cantaban hasta agotarse, y suprimir la paciencia de los demás espectadores.

Lady Catherine se sentía a gusto con los invitados, había entablado afinidad con la Sra. Gardiner, ya que el pastel de manzana era uno de sus platos favoritos y ella lo hacía delicioso. Era realmente excepcional para sus familiares verla tan animada y todos habían optado por seguirle la corriente,  para evitar que cambiara su buen humor.

Los Philips finalmente no viajarían para evitar el contagio del resfriado, Lizzy tenía terminantemente prohibido estar con gente enferma por su embarazo.

Lizzy, Jane y Charlotte decoraban la mesa para festejar noche vieja esa mañana,  escucharon un sonido estridente en el hall de entrada a la propiedad y la tres juntas se asomaron a la puerta para observar qué podía haberlo provocado.

Para sorpresa de todas era Lydia, que habiendo depositado su maleta de metal y cuero en el portal, había producido un terrible estruendo y ahora se adelantaba con desfachatez, observando los lujos con los que vivía su hermana Elizabeth. Tras ella, Wickham caminaba con más tranquilidad demostrando aires, él había crecido en esa casa por lo que nada parecía sorprenderle.

Otro sonido estridente las sobresaltó, volvieron a asomarse y se encontraron con un carruaje importante, de él descendieron una delicada mujer de tez clara, pelo canoso, muy elegante y de fina figura; junto a ella un hombre de pelo oscuro, buen porte, llevaba sombrero y bastón.

Las tres amigas no salían de su asombro, por un lado desconocían quienes eran los señores que se acercaban, por el otro, esperaban la aparición de Lydia en instantes en el salón principal con esa insolencia natural y característica y sin darse por aludida de nada. Volvieron a sus tareas y esperaron con paciencia.

Jane y Lizzy no podían hacer más que aceptar esa realidad, Lydia era su hermana para bien o para mal.

_ ¡Aquí están! ¡las otras casadas de la familia y Charlotte! _ gritó Lydia al ver a sus dos hermanas mayores y a su vecina_, ¿han sido tan afortunadas como yo? Mi Wickham no me deja ni a sol ni a sombra_, continuó con la alegría propia de su temperamento y la falta de decoro que también la caracterizaba, usando dos tonos arriba de lo conveniente. Era evidente que hacerse notar, no había dejado de ser una de sus conductas preferidas.

Lizzy veneraba estar sola en salón principal en ese momento, prefería evitar los comentarios y aprovechar para ponerla en su lugar de entrada. Tomó aire y le dijo:

_ Lydia, me alegra que finalmente estés en mi casa, verte después de tanto tiempo es algo que he esperado, espero te sientas cómoda en ella, aunque debo pedirte un favor.

_ ¿Pedirme a mí?, ¿con lo millonaria que eres? ¡no tienes límites Eliza!_ dijo Lydia casi gritando y sin pensar en sus palabras.

_Prefiero que mantengas bajo tu tono de voz, no me gusta que los sirvientes conozcan cada detalle de nuestras vidas_dijo Lizzy de manera pausada y calma, hacía un esfuerzo por controlar su ira.

_ ¡Dios,  empiezas con los sermones!, te recuerdo que soy una mujer casada, y mal que te pese me eligieron antes que a ti, y que a ti_ dijo Lydia sin reparos señalando a Jane que observaba  en silencio.

Humildad y GratitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora