Capítulo XXXII Desencuentros

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La llegada de tantos invitados a Pemberley para los festejos del bautismo y la bendición del  casamiento de Georgiana para quienes no había podido asistir provocó que a Kitty Bennet la trasladaran de manera excepcional a la habitación que fuera en el pasado de la abuela Darcy. Así lo habían decidido los hermanos Darcy teniendo especial confianza en Kitty y su nueva forma de manejarse. Esa habitación para ellos era especial, no había sido utilizada por nadie desde el fallecimiento que tanto dolor les había causado a todos en la familia. Se conservaban como reliquias y de forma intacta sus pertenencias que permanecían esperando que algún día alguien se digne a darles uso. La abuela, era poseedora de un gusto impecable para la decoración, escribía muy bien y amaba la música clásica. Tenía una colección de cajitas de música que le habían regalado sus parientes de Viena en cada viaje a Pemberley y atesoraba en ellas sus preciadas cartas de amor, también había portaretratos, en los que Kitty descubrió al Coronel, a Lady Anna Darcy, a William y a una bebe rubia que era sin lugar a dudas Georgiana, se notaba que la abuela Darcy atesoraba a sus nietos junto con con otros objetos de oro, joyas y todos sus vestidos. Todo permanecía allí como si la habitación estuviera esperando a que su dueña volviera a darle uso a esos objetos que permanecían inertes sin el mínimo movimiento hacía más de una década. Cien metros cuadrados de mármol, madera del mejor roble, cortinas y alfombras traídas de Egipto, suspendidas en el tiempo, hasta tenía baño privado y un tocador. Varios ventanales permitían ver la parte trasera del palacio y el bosque de pinos a lo lejos que en verdad era una bella y romántica vista. Kitty se sentía privilegiada por ser la elegida y suspiraba al entrar y disfrutar de tamaña comodidad. Hurgando en sus bolsillos para volver a leer la nota se acomodó en uno de los sillones y leyó en vos alta:

Kitty, querida mía, no hemos podido hablar en privado por las circunstancias de salud en las que me encuentro. Espero no ser inoportuno, necesito que pases por mi cuarto antes de ir a dormir. Sólo tomará unos minutos lo que tengo que decirte. Estaré esperando, no permitas que sufra un día más.

Coronel Fitzwilliam

Kitty no sabía cómo actuar, el solo hecho de leer la nota generaba una revolución en su cuerpo, no sabía a quién confiarle lo que le pasaba con el coronel, y mucho menos lo que él le estaba pidiendo, y eso no era lo peor, ella no sabía qué era lo que debía hacer en ese momento, caminaba por su habitación, mirando la foto del retrato del Coronel de joven y suspirando, intentando a la vez que sus pensamientos dejaran de perturbarla.

Pensó en la respuesta que le daría Lydia si ella le consultara sobre qué hacer ante el pedido del coronel, y eso, lejos de tranquilazarla la alteró aún más. Pensó luego en la respuesta de Mary y en la de Jane, esas ideas tampoco le dieron paz a sus cuestionamientos, luego su mente se puso en blanco y pensó por un segundo en Lizzy y en el Sr. Darcy, entonces, decidió acercarse al cuarto del coronel Fitzwilliam, quizás, él Coronel necesitaba que lo cure o que lo ayude con algo, quizás su llamado a través de la carta no tenía nada que ver con lo que ella creía y escondía en su corazón por el tiempo compartido en aquellos días ya lejanos.

Salió de su cuarto con prisa a pesar de tener un nudo en su estómago que ya más que nudo parecía una maraña, el nerviosismo le recorría todo el cuerpo, y ella se obligaba a soportarlo resoplando, se animó a hacer sonar la puerta con un leve golpeteo y escucho decir: ¡Adelante!, lo que la animó a abrir la puerta de la habitación y vio al coronel sentado en su cama observándola, se lo veía algo alegre.

Era un hombre de mirada especialmente dulce, nada extravagante como Darcy, Bingley, Colleman o Traynor, pero tenía su encanto, y era al menos diez años mayor que todos esos caballeros. Eso era lo que a Kitty más le atraía, el Coronel podría guiarla en su vida sin problemas, podría protegerla de todo y de todos en este mundo.

Humildad y GratitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora