Ana

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Estaba temblando. Ana volvió a entrar tranquilamente en el salón y se acercó pausadamente al piano. Su mente bullía con todo lo que quería escupirle a la cara a ese horrendo pretencioso. Cómo se atrevía a darle lecciones de moralidad, no la conocía. Si no fuera tan absurdo que creyera que tenía cientos de amantes, se reiría a carcajadas. Ella, ella que no había besado jamás a un hombre.
Se sentó ante el piano. No quería que nadie se le acercara. Eran demasiados años de esconder su carácter tumultuoso y explosivo. No podía ser ella misma. No podía estallar y abochornar a su familia, a la familia que la había acogido y la había tratado con cariño. Así que se acomodó ante el instrumento y comenzó a aporrear las teclas.

Verónica miraba a su prima fíjamente. Le pasaba algo. Estaba segura. Ana estaba concentrada tocando una pieza lúgubre y oscura, y eso solo sucedía cuando ella se sentía así. La quería mucho, su seria y recta prima que nunca dejaba aflorar sus verdaderos pensamientos o sentimientos, pero que dejaba ver atisbos en momentos como este.
Ana siempre se menospreciaba y se retraía, esperaba que durante este viaje volviera a ser ella, aquella niña gritona y juguetona que le contaba historias maravillosas de sus viajes. Y sobretodo esperaba que fuera muy feliz.

Acabó la pieza con un suspiro. Se enderezó y comenzó a levantarse para salir de allí cuando una voz la hizo volver a sentarse.

-Espero que haya quedado claro todo lo que necesito que haga usted en este viaje. Le dijo Marcus cerca de su oreja derecha.  O lo que no quiero que haga, queda advertida. Y se alejó hacia el grupo de hombres.

Ana le siguió con la mirada. Era un hombre impresionante. Había visto de cerca sus ojos, unos ojos verdes esmeralda preciosos, estropeados un poco por su ceño fruncido. No era guapo de la forma clásica, tenía la nariz un poco prominente y la mandíbula demasiado cuadrada, sus labios eran gruesos y atrayentes, pero las palabras que salían de ellos dolían y aguaban ese atractivo.
Le echó otro vistazo, no era tan joven como los demás, tal vez rondara los 35 años, lo supuso por su pelo, lo llevaba atado en una coleta, y aunque era castaño, de sus sienes salían mechones de canas, dándole un atractivo maduro interesante.
Bah!!, pensó, solo es un estúpido mequetrefe que me odia. Y con un suspiro salió despacio del salón.

Se sentía fatal, ¿cómo podía ese hombre pensar eso de ella?. Decidió que un poco de aire fresco le sentaría bien, así que cogió su capa y se encaminó al establo, quería ver como estaba la traviesa gata, le encantaría ver a sus gatitos. Le encantaban los animales. Durante toda su vida soñó con tener un perro, era una tontería pensó, pero un perro, una casa y una vida aburrida era todo lo que deseaba. Y no se iba a cumplir.

Oyó unos susurros y unas risitas al entrar. Se acercó de puntillas y vió a Hellen y a Borj arrodillados ante la gata que se hallaba en el proceso del parto. Carraspeó, no quería interrumpirles.

- Hola señorita, dijo Borj incorporándose, no sabía que estaba aquí, le dijo con la cara roja como un tomate.
-No te preocupes, le dijo mientras se arrodillaba al lado de la gata. Pensaba que interrumpía algo, sonrió, ya solo queda un mes para vuestra boda, es normal que queráis veros a solas, le guiñó un ojo a Hellen.
-Si señorita Ana, es una lástima que no estén usted y la señorita Verónica para nuestra boda, pero lo entendemos, además si no hubiera sido por usted, Borj aún no me habría dicho nada. Es muy vergonzoso. Pero me hace muy feliz, dijo dirigiéndole una sonrisa a su prometido.
-Bah, no fue nada, dijo Ana. Borj ¿porqué no me ayudas a trasladar estos gatitos y a su madre a la cocina, estarán mejor junto a la chimenea, y tu madre le dará leche a Nieve, y le ayudará.
-¡Claro!, ahora vuelvo Hellen.
Ana cogió a los gatitos con un trapo y Borj a la madre.
Salieron juntos del establo y se dirimieron a la cocina. Ninguno vió al hombre que los observaba desde una de las ventanas del piso superior.

Esa mujer era insaciable. Iba a hacer de su viaje un infierno. Como demonios iba a hacer que dejara a sus hombres en paz. Esto no estaba previsto, pensó Marcus mientras miraba a la pareja.

Ana se preparó para dormir. Estaba agotada. Todo parecía una pesadilla, iba a tener que pasar Dios sabía cuanto tiempo con ese hombre insufrible, creyendo cosas horribles de ella. No podía tolerarlo. Debía hablar con él y explicarle lo sucedido todas las veces en que la había visto hacer tonterías. Sí, eso era, tenía que contárselo.
Se puso una bata encima del camisón y se dirigió a la puerta, pero antes de llegar vislumbró su imagen en el espejo.
¡Estaba loca!, como podía pensar siquiera en ir a buscar a un hombre que la consideraba una puta, a esas horas y con esa pinta.
Se miró fíjamente en el espejo. La verdad es que sí parecía una meretriz en ese momento. Llevaba el camisón dorado que Verónica compró para su boda y que se empeñó en comprarle a ella también. Era hermoso, de tela sedosa, se pegaba a cada una de sus prominentes curvas, destacando lo mejor de ellas, y a través del bordado superior se le transparentaban los pezones, haciendo que sus pechos parecieran que iban a desbordarse a través del profundo escote en uve que le llegaba al ombligo. La fina bata solo cubría sus brazos y su espalda así que no la tapaba nada. Llevaba el pelo suelto y alborotado y tenía las mejillas arreboladas. Si Marcus la veía así, pensaría que iba a insinuarse le.
Se tocó las mejillas ardientes, ¿estaba loca?. No podía verla así. Ya le contaría su verdad, iban a pasar muchos días juntos.

Volvió a tumbarse en la cama, estaba inquieta, no podía dormirse. Echaba de menos el consejo de su madre. Sonrió al pensar en ella, su inquieta madre habría estallado como una bomba si alguien hubiera dudado de ella. Era el centro de la vida de su padre. Una fuerza de la naturaleza.
Se levantó de nuevo y se acercó a un gran baúl, allí en el fondo debajo de un hermoso vestido de faralaes, de unos zapatos, y de un mantón de manila, estaba Berta, la guitarra de su madre. Ana la cogió con reverencia. Esa guitarra era muy especial, la trajo su madre de España, y durante años la enseñó a tocar, igual que le enseñó a bailar flamenco y a tocar las castañuelas. No había vuelto a hacer nada de eso desde que ella murió. Cogió la guitarra y comenzó a tocarla. Ya no se sentía sola.

Una aventura inesperada (Historia Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora