Garúa

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Odiaba el agua.
Ese líquido insaboro, incoloro e insípido totalmente necesario para sobrevivir pero que a ella la estaba matando.
Cuatro días, llevaban cuatro días empapados. Habían colocado las lonas en los carros para proteger los enseres, los víveres y a ellas mismas, pero como el agua caía incesantemente y a veces acompañada de rachas de viento, no les servían de mucho, y ella estaba totalmente calada. El agua había ido colándose a través de las distintas capas de su vestido de viaje, y juraría que su piel, de tan mojada que estaba, parecía una pasa arrugada. No tenía sentido cambiarse si al momento volvía a mojarse. Esperaba no enfermar.
Pero lo peor no era el agua, era el barro. Los caminos estaban intransitables, los carros se hundían en el barro, y a cada poco debía bajarse hundiéndose en él para que los hombres pudieran empujar. Odioso.

Sir Marcus daba órdenes a diestro y siniestro, y los hombres se apresuraban a acatarlas, pero el ambiente general era de desasosiego. Llevaban dos días sin poder comer nada caliente, ya que hacer fuego con ese clima era algo impensable. Odiaba la cecina seca, el pan duro y la cerveza agria. Soñaba con un bollo caliente de la cocinera y un tazón de leche recién ordeñada, ¡ay! ¡Que hambre!.
Miró a través de la cortina de agua a Guy, Lord Defoy. Había sido un compañero de viaje solícito y amable. La había entretenido y le había pedido que le enseñara español, así que pasaban largas horas juntos.
El muchacho aprendía rápido y ya habían comenzado a tener pequeñas conversaciones en español. Muchas veces Verónica se unía a ellos, pero enseguida se cansaba.

Sir Marcus estaba gritando a sus hombres algo de una abadía abandonada a un día, así que se concentró en escucharle.
Le encantaría poder tumbarse en un sitio seco, e intentar dormir, echaba enormemente de menos su cama.

Esto era el infierno, o peor, pensaba Marcus. A un día de donde estaban había una vieja abadía abandonada que les procuraría refugio. Ese tiempo era una maldición. No era solo que lloviera como si todos la ángeles del infierno se hubieran puesto a orinar a la vez, sino que llevar unas carretas hasta los topes tampoco ayudaba en nada. Para que diablos querría una mujer llevar tantas cosas, el castillo estaba bien provisto, no necesitaban más cosas, ¡bah!, -pensó- cosas de mujeres...

Se veía a lo lejos. Unas oscuras ruinas se atisbaban a través de la densa lluvia. No tenían muy buena pinta, -pensó Ana-, esperaba que por lo menos algún techo se hubiera mantenido en pié para servirles de refugio. Estaba bastante deseosa de llegar. Un lugar seco...¡que maravilla!.

La comitiva se acercaba lentamente a las ruinas, cuanto más cerca más horrible y fea. Los arbustos lo habían invadido todo, así que las esperanzas de un techo se iba disipando.

Sir Marcus envió un par de hombres a inspeccionar el terreno. No quería sorpresas. Aunque en el tiempo que llevaban viajando solo habían visto granjas y pequeños pueblos, no descartaba que pudieran encontrar algún grupo de ladrones. Y no le apetecía para nada luchar con este tiempo.

La comitiva entró en el patio de la abadía sorteando la frondosa hiedra que había tapiado la entrada. La hierba les serviría para ocultarse de posibles peligros, pensó Marcus. El aspecto general era desolador, pero aunque todo estaba prácticamente en ruinas había una pequeña torreta a la derecha que no parecía en tan mal estado. Dejarían las carretas y los caballos en una de las secciones techadas que se mantenían de pie.

La torreta tenía techo, y pese a lo que llovía estaba totalmente seca.
Todos se dirigieron hacia ella arrastrando los pies. Estaban agotados. A Ana no le importó el suelo polvoriento, el vestido enlodado y las posibles alimañas que pudieran morar allí. Buscó un rincón y se dejó caer totalmente agotada.

Uno de los soldados encendió una pequeña hoguera en el centro de la torre y colocó unade las ollas que le dió Verónica con agua y trozos de carne seca, por lo menos tendrían algo caliente que llevarse a la boca. Verónica estaba muy atareada rebuscando entre sus cosas para conseguir platos y cucharas para todos. Suspiró, esperaba que a su prometido no le importara que usaran la vajilla y la cubertería antes de tiempo, pero era imposible usar los cuencos de madera rústica que no se habían podido secar en varios días y olían de una forma repelente.
Mandó a otro de los soldados a buscar algo para poder sentarse alrededor de la hoguera, así podrían secarse todos. No eran un grupo muy grande, ellas dos, los cuatro nobles, y media docena de soldados, pero en ese momento seguro que se comerían lo mismo que un batallón.

-Sir Marcus- dijo Verónica, ¿sería posible que alguno de sus hombres cazara un conejo o dos, aunque llueva?. La sopa que hemos comenzado a preparar no creo que aplaque nuestra hambre.
-Hace un tiempo del demonio- gruñó el hombre- pero tiene razón, tenemos que comer algo, y en un par de horas anochecerá, hizo una mueca y fué hacia un grupo de soldados dándoles órdenes. Los soldados miraron a Verónica con el ceño fruncido, y salieron del pequeño espacio seco.

Ana estaba empapada, había oído a su prima y a Marcus, y no pensaba quedarse quieta, total...ya estaba empapada, ¿que más daba un poco más?, se levantó y caminó hacia afuera. Lord Guy apareció frente a ella.

-¿A donde vas Ana?, habían comenzado a tutearse después de los primeros días, y se habían convertido en grandes amigos, solo eso, porque Ana había comenzado a ver unas largas y anhelantes miradas del muchacho hacia su prima. ¡Qué pena!...era una lástima que Vero estuviera comprometida, porque hacían una pareja estupenda.
-Voy a ver que encuentro por aquí que podamos echar a la cazuela, tengo hambre, y supongo que vosotros también tendréis. Además como ya parezco una rata mojada pues no va a importar mucho si me mojo más - y pasó a su lado guiñándole un ojo y sonriéndole.
-Espera...le dijo agarrándola del brazo. Voy contigo. Y salió con ella bajo el aguacero.

Cogieron dos cestos de uno de los carros.

-He visto zarzales, así que si tenemos suerte habrá moras de postre. Y allí detrás dijo señalando un pequeño huerto abandonado, puede que encontremos algo de verdura. ¿Que tal si tu te ocupas de las moras y yo de las verduras?
Y comenzó a caminar hacia el pequeño huerto.
Encontró algunas cebollas silvestres, verdulagas, tres níscalos y varias patatas de monte. Estaba supercontenta. Por lo menos podrían dar mas consistencia al caldo. Y siguió paseando bajo la lluvia en busca de más tesoros.

Sir Marcus estaba enfadado. La mujer lo había desobedecido. A la primera oportunidad se había ido a retozar con el joven Lord Guy. Era una amoral.
La había visto sonreirle y guiñarle un ojo. Tendría que vigilarla más de cerca.

Una aventura inesperada (Historia Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora