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No sabía como había llegado afuera. Ahora no llovía aunque el cielo estaba de un gris muy plomizo, y se olía el agua.
Se sentó en un escalón de piedra en la puerta por la que había salido. Debía ser una puerta para los criados, porque aunque no se había cruzado con nadie, era  una puerta pequeña, y no era por la que había entrado al castillo esa tarde.
¡Que más daba!. Se abrazó las rodillas mientras echaba un vistazo a su alrededor.
Era un patio pequeño lleno de charcos y barro, donde habían apilados una veintena de toneles, y la cocina debía estar cerca, porque un aroma exquisito a carne asada inundaba el ambiente. Estaba famélica, y el maravilloso olor no mejoraba su hambre en absoluto.
Respiró con fuerza, era patética, si eso era, ¿como pudo pensar que un hombre como Marcus se sentiría atraída por ella?, la verdad es que él solo había demostrado desprecio e indiferencia por ella. No le había dado ni una señal de que ella le gustara. E iba a ser padre.  Se puso las manos en el rostro y un gruñido salió de su boca.
-¡Basta!- se dijo. No pienso sufrir ni un segundo por un hombre que piensa que soy una prostituta promiscua y que está a punto de formar una familia. ¡No!. Se levantó de un salto. Se ajustó el hermoso vestido y girando sobre sí se dirigió otra vez al interior.
-Bueno -susurró- nadie debe saber nada. No voy a dejar que nadie note que soy una rematada tonta. Y a paso firme se dirigió al salón.

Magnus miraba con atención a su hermana, acababa de llegar y hablaba animadamente con su padre. Nadie que la viera notaría que llevaba a su sobrino dentro. Que lío. Estaba deseoso de disculparse con su rehén. El soldado había entrado muy serio hacía un rato, juraría que veía perfectamente aunque uno de los criados lo había acompañado hacia el grupo de viajeros a los que su padre había acogido, pero caminaba con una seguridad que le hacía dudar de la veracidad de su historia.
Se encogió de hombros. Iba a coger una copa de sidra cuando la vió.
Ana llevaba un vestido verde que parecía de terciopelo, y que marcaba todas y cada una de las maravillosas curvas de su cuerpo, y un cinturón dorado le caía sobre las caderas redondeadas. Llevaba el cabello oscuro, limpio, sedoso y brillante suelto. Le llegaba a la cintura, y se balanceaba con cada paso que daba, rozando su busto. Era fantástica, daría lo que fuera por retozar esa noche con ella, pero un vistazo a su rostro enfrió un poco su ardor. Parecía preparada para la batalla, y miraba fíjamente al soldado. Sería interesante observar a ese par.

Ana entró en el salón decidida a no sabia bien que. Miró fíjamente a Marcus, pero como no quería que él lo notara, echó un vistazo alrededor y vió grupos de personas conversando, y entre ellos a su captor.
-¡Diablos!, el hombre se había lavado y estaba....resplandeciente. Ella se sentía limpia, pero un cardo al lado de ese adonis.
Miró a uno y a otro, y en un instante decidió que la única forma en que Marcus no descubriera sus sentimientos, era que pensara que era la casquivana que él suponía, así que decidió desplegar sus cuestionables y nunca utilizados encantos con el gigantón. Esperaba que no se riera en su cara. Una virgen inexperta intentando seducir a ese...ese..Dios.

Magnus vió una montaña de sentimientos pasar por la cara de la mujer. Ahora lo miraba fíjamente a él, y caminaba a su encuentro como si fuera a conquistar una batalla. Lo miró a la cara y sonrió, una sonrisa deslumbrante que le hacía circular más rápido la sangre.

-Creo que tenéis algo que decirme Sir...y lo espero atentamente, le dijo colocando una mano en su antebrazo.
Magnus miró aquella mano suave y caliente que le apretaba el brazo, y luego subió la vista hasta sus ojos castaños.
-Quiero pediros disculpas milady, por secuestraros a vos y a vuestro soldado. Os pido humildemente que me perdonéis, y si puedo hacer algo por vos, solo tenéis que pedírmelo. Cogió su mano entre las suyas y la besó en el dorso.
Ana miraba fíjamente al hombre. Nada. No había sentido nada, era como si la hubiera besado un pescado frío. ¿Cómo podía ser?. Si era hermosísimo. ¡Maldita sea! ¿Y si el cazurro de Marcus la había inmunizado contra los demás hombres?¡Lo que le faltaba!. Estaba más enfadada si cabía con ese horrible y huraño hombre.
- Bueno Sir, creo que si hay algo que creo que vais a poder hacer por mí.
Ana se puso de puntillas y acercó sus labios a la oreja del hombre.
-Quiero que cortejeis.

-¿Que hacía esa coqueta?¿Es que no se podía controlar ni un segundo?. Marcus ardía de furia y envidia. ¡Por Dios que quería zarandear a esa mujer y besarla hasta desfallecer!.

Una aventura inesperada (Historia Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora