Bertie

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La música se oía por todos los rincones de la casa. Verónica acababa de acostarse cuando las notas de la guitarra llegaron a sus oídos. Era una melodía hermosa y triste. A Ana le pasaba algo, si, definitivamente algo muy malo. Se levantó de la cama y se colocó la bata por encima caminando hacia la puerta. Se asomó al oscuro corredor y caminó los diez pasos que la separaban del cuarto de su prima. Cogió el picaporte y abrió, no se molestó en llamar, sabía que Ana estaría totalmente concentrada en la guitarra. Hacía diez años que no había oído sus dulces notas.
Ana había llegado a la mansión con 16 años, silenciosa y apocada, la brillante niña que jugaba con ella y bailaba Flamenco mientras su madre tocaba la guitarra, esa guitarra, había desaparecido.
Estaba sentada en la cama con la cabeza inclinada totalmente concentrada en tocar el instrumento.
Se acercó a ella y se sentó en una butaca. No la interrumpiría hasta que acabara. Era un sonido maravilloso.

Ana estaba recordando a sus padres mientras ejecutaba esa melodía. Su madre bailando descalza en la habitación mientras su padre la miraba embelesado y Ana tocaba la guitarra. Su padre y ella bailando y su madre tocando, siempre juntos, siempre los tres. Una lágrima calló en su regazo.
Sus padres estarían encantados con que emprendiera ese viaje, seguro que si, pero a ella no le gustaba. No quería ir. ¿Se sentirían decepcionados con ella?¿Le pasaba algo malo?. Acarició la suave madera del instrumento. Tendría que llevársela. No podía dejar aquí las cosas de su madre.

-Ana...

Ana levantó la cabeza bruscamente, no la había oído llegar. La pequeña Verónica era tan silenciosa como un fantasma, pero también era tenaz y cabezota. La quería mucho. Pero Vero quería ver la otra Ana, revoltosa, estridente y vivaz, y ella ya no era así.

-Lo siento Vero no te había oído, le dijo dejando la guitarra sobre el lecho.
-Lo sé,...¿te pasa algo Ana?, le dijo acercándose y agarrándole la mano. Hacía mucho tiempo que no tocabas a Bertie, y esta noche al piano, bueno..no se puede decir que hayas amenizado alegremente la velada...
-Bueno...estoy un poco triste. Me da pena dejar a tía Trudi, y a tu padre...
-¿Solo es eso?...no te preocupes, le dijo agitando el brazo, solo será una temporada, si no te gusta estar conmigo en el castillo, siempre puedes volver a enterrarte aquí, le dijo guiñándole un ojo, pero espero que encuentres a tu caballero de brillante armadura, le dijo abrazándola.
-Caballero...pero si ya soy demasiado mayor...
-Oh!, claro, ya tienes un pié en el otro barrio, se mofó Vero, ¡que cosas tienes !. Ahora acuéstate , y mañana embala a Bertie y todas tus demás cosas y verás que viaje más emocionante vamos a tener.
La besó en las mejillas y salió como una tromba del cuarto.
-¡No le gusta que la llamen Bertie!, le gritó, pero solo se oyó una carcajada a lo lejos.
Verónica había intentado aprender a tocar la guitarra, pero sus dedos se aturullaban y solo logró aprender unas notas, así que castigó a la pobre guitarra llamándola con nombre masculino, hasta que lograra ejecutar una canción completa. Tenía 10 años entonces, y como nunca logró aprender,  Vero la llamaba Bertie.

Ana estaba nerviosa mientras ayudaba a la doncella a cerrar el último baúl. Su prima se había llevado medio Londres, e iban a tener que llevar varias carretas cargadas hasta arriba. Ella solo llevaba dos baúles, y ya le parecía demasiado. Estaba deseando llegar. Esperaba que el castillo fuera acogedor, que hubiera una buena chimenea, y lo que más deseaba de todo era que su prima se olvidara de ella y se dedicara a su prometido. La conocía, como la idea del caballero de brillante armadura se le metiera entre ceja y ceja, no habría forma humana de desviarla de su objetivo. Era chocante que una cosita tan pequeña tuviera esa fuerza interior. Cabezota, sí, eso era su prima, terca como una mula. Suspiró, otro frente abierto.

La despedida fue muy emocionante, todo el personal de la mansión salió a desearles buen viaje. Ana estaba muy emocionada, todos y cada uno eran parte de su familia. Estaba la cocinera, el mayordomo, las mucamas, el jardinero, todos...

Subió a una de las carretas con lágrimas en los ojos. Se iba...ya no había marcha atrás. Agitó la mano para despedirse, y entonces vió a Borj. Estaba al lado de su prometida y llevaba un bulto que se movía entre sus brazos. ¡Los gatitos! .

-¡Cuida de los pequeños!, le gritó. Borj asintió y se secó una lágrima.

Los quería mucho a todos. Se acomodó mejor en el carro y entonces se dió cuenta de que Sir Marcus la miraba con el ceño fruncido.
No pudo evitarlo, y en un gesto totalmente tonto e infantil le sacó la lengua. Se sentía mejor. Apoyó el brazo en uno de sus baúles, el que contenía las cosas de su madre. Allí en el fondo estaba Berta. Durante este viaje no estaría tan sola, ella le recordaría a sus padres.

El inicio del viaje no fue tan malo como se esperaba en un principio, tuvieron varios días muy soleados pese a ser invierno, y la comitiva viajaba en buena armonía. Llevaban un paso lento porque los enseres de su prima hacían difícil mover los carros.
No sabía cuanto tardarían en llegar, pero ella daría cualquier cosa por un baño caliente, después de una semana lavándose a trocitos, soñaba con un largo baño relajante, con el agua deslizándose por su pelo y por su cuerpo, llevándose el polvo del camino.
Adoraba el agua.

Una aventura inesperada (Historia Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora