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- Bueno, esto...yo...a ver...¿puede volver a repetirme lo que ha dicho?. Magnus miró a la mujer fíjamente, una cosa era un par de noches de pasión desenfrenada, ¡y vaya si le apetecían!, la miró de arriba a abajo, pero cortejarla, ¡ni hablar!, se le acababa de secar la garganta, necesitaba una copa devino y rápido.
Ana volvió a sonreír al ver la cara de susto del hombre, había pasado de unos ojos ardientes y una sonrisa fácil, a un rostro pálido y asustado.
-No se preocupe Magnus, ¿le puedo llamar así?, se lo oí a uno de los criados, no quiero que me corteje de verdad, le dijo palmeándole el brazo, y sonriéndole con alborozo, solo quiero que lo finja durante el tiempo que permanezcamos aquí. Si lo hace lo perdonaré y no contaré a nadie nuestra extraña aventura, y le guiñó un ojo coqueta.
El hombre la miraba con recelo.
-¿Puedo saber a que se debe tan extraña petición?. Debe saber que no tengo ninguna intención de desposarme ni en corto, ni ya puestos, en largo plazo. Le dijo mirándola directamente a los ojos.
Ana soltó una alegre carcajada que resonó en toda la estancia e hizo que varias cabezas se giraran a observar a la bella pareja.
-Por favor Magnus, le dijo volviendo a palmearle el brazo, no quiero casarme con vos, solo quiero que alguien crea que si, y giró la cabeza para mirar fíjamente el cogote de Marcus.
Magnus siguió la dirección de la mirada de la mujer, y comprendió.
-Queréis que él lo piense, ¿verdad?, le dijo bajando la voz. Muy bien os ayudaré, pero vos debéis ayudarme también con las féminas que me persiguen, debéis espantarlas, así que pareceremos un par de tortolitos....hasta que os vayáis. Y ahora venid, os presentaré a mi familia.

Verónica observaba con la boca abierta a su prima. Parecía que el secuestro había despertado algo en ella. Estaba hermosa, y parecía que el hijo del barón se había dado cuenta. Estaban coqueteando delante de todo el mundo. Ana le tocaba el brazo y le hablaba al oído. Se merecía ser feliz, solo lamentaba que su deseo de emparejar a su prima  con Sir Ren no fuera a dar fruto, estaba segura de que el hombre sentía algo intenso por su prima, y estaba casi segura de que ella estaba interesada, aunque debía reconocer el el hijo del barón era un espécimen de hombre magnífico.

Alana veía acercarse a su hermano con la prometida de Raven, duque de Macron, ¡que diablos pretendía!. No había podido acabar de hablar con la mujer, y estaba impaciente por hacerlo, no creía que ella hubiera entendido lo que intentaba decirle, pues había huido con un pretexto, todo bastante raro. Tenía que volver a hablar con ella, había actuado de una forma extraña cuando le dijo lo del bebé, y no le había dejado explicarse. Estaba impaciente.
Alana observaba como Magnus miraba embelesado a la mujer que era ciertamente deslumbrante con todas esas curvas, ella miró a su alrededor y vió como la mayoría de los hombres miraban a la mujer con la boca abierta, esa mujer tenía una sensualidad natural de la que parecía ignorante, ¡diablos!, si hasta su padre la miraba embobado. Las mujeres no la miraban así, no, más bien querían matarla, sonrió para sí, su hermano siempre había sido un conquistador, y a las féminas no les hacía gracia verlo babear sobre la manga de esa extraña.
Suspiró con pesar al pensar en su amante esquivo, cuando viera a esa hermosa prometida, ella ya no tendría nada que hacer, giró la cabeza para mirarse en el único espejo del salón y frunció el entrecejo, la imagen que le devolvió no le gustó en absoluto, una mujer descolorida y plana, que quedaría eclipsada por la otra oscura y vibrante. Tenía que hacer algo. Tenía que lograr su objetivo. Miró fíjamente a su hermano. Hacían una excelente pareja, su hermano ya tenía una edad ¿no?, y le encantaban los niños ¿no?, si la mujer se casaba antes de llegar a su destino, ya no podría casarse con Raven, y ella tendría vía libre. Todos felices. Se masageó la barriga. Aún no se notaba pero su hijo o hija no iba a ser un bastardo, ella se encargaría. Lo sentía por la mujer, pero una madre defiende la felicidad de su hijo por encima de todo y todos.

La sangre le hervía, no sabía si podría controlarse. Quería saber, necesitaba saber quien era el padre del bebé. Cerró los ojos con fuerza,  podía verla en el estanque de su casa, el día que comenzaron las discusiones sobre el matrimonio entre Raven y Verónica, sensual, hermosa, mojada y semidesnuda, riendo con el mozo. También la recordaba con el mismo mozo revolcándose en el heno del establo, también riendo, después con otro muchacho escabulléndose de noche y hablando de bebés al despedirse. Y lo peor, la recordaba hablando con nostalgia de un tal Bertie. Habló de él durante gran parte del camino, y su voz sonaba...¡mierda!. Se pasó la mano por el pelo. La mayoría de los hombres del salón la miraban con hambre, como él. Esto era un infierno. La miraba hablar y reírse con el gigante, y se restregaba contra él, bueno...quizá no restregarse, ...da igual ella tendría que estar conmigo, el bebé tendría que ser mío, ¡diablos!, su mente estaba desvariando mientras observaba a la pareja dirigirse hacia el anfitrión. Necesitaba bebida, mucha bebida.

Una aventura inesperada (Historia Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora