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Magnus estaba harto. Desde que "su novia" se había retirado hacía un par de horas, las mujeres del castillo se habían lanzado sobre él como una jauría en celo. Tenía más invitaciones para ir a tal o cual recámara que dedos en las manos. ¡Que pesadas!. No es que no le gustara un buen revolcón de vez en cuando, pero es que la dama de turno esperaba exclusividad y un compromiso, y él no estaba por la labor, aún no había encontrado a la mujer que le estaba destinada.
Paseó la vista por el salón, a estas horas de la noche ya solo quedaban grupos de hombres conversando y que soltaban alguna risotada ebria esporádica. Las damas hacía rato que se había retirado, y él también pensaba hacerlo, pero no le apetecía nada irse a su recámara y encontrarse con alguien esperándolo allí, se pasó la mano por la nuca, tendría que irse a descansar al establo, otra vez...que cansancio, a veces le gustaría tener una cara corriente, y una esposa que lo mirara con amor verdadero, no con simple deseo por su hermoso rostro, nunca sabría si alguien lo amaba de verdad. ¡Vaya mierda!, gruñó, y se levantó pesadamente de la mesa para dirigirse fuera del castillo.
No había dado ni dos pasos, cuando se produjo un fuerte alboroto en la entrada del salón. Dos de sus soldados escoltaban a un tercero que portaba un blasón que no era de su casa. ¡Mierda!, pensó, ¡no voy a poder acostarme!, e irguiéndose en toda su altura se dirigió hacia el desconocido.
-Señor, este hombre trae un mensaje para el Barón. Dijo uno de los soldados dirigiéndose a Magnus.
-Bienvenido soldado, acércate, mi padre está descansando, pero puedes entregarme la misiva a mí. Le dijo con voz firme.
El soldado lo miró atentamente y encogiéndose de hombros le dió la carta.
-Rolo, llamó a uno de sus soldados, pide un poco de comida y vino para el mensajero.
-Siéntate, come y descansa mientras leo lo que me has traído y te escribo una respuesta. Le dijo, y luego se encaminó de vuelta a su mesa en el estrado.
Leer, pensó, quería dormir, esperaba que fuera algo sin importancia. Estaba deseando descansar, pensó, y abrió la carta comenzando a leer.

Estaba preocupada por lo que iba a hacer, tenía miedo, estaba mal, pero no le importaba, lo amaba, lo amaba con todas sus fuerzas, y no podía, no quería cumplir su destino. Lo lamentaba profundamente por su padre. Lo quería con locura, y sabía que sus decisiones le causarían un gran disgusto y dolor. Pero era la única forma, la única salida.
Verónica y Guy caminaban presurosos por uno de los túneles del castillo, debían ser sigilosos. La aventura que estaban a punto de comenzar era arriesgada, pero la recompensa era grande. Podrían estar juntos. Debían de casarse esa misma noche. Guy había hablado con el párroco del pueblo más cercano, y tras contarle una mentira piadosa el cura había accedido a casarlos esa misma noche. Debían darse prisa.

Ana miraba a Marcus con tristeza. Tantos días pasados, tantas cosas vividas, y él realmente no la conocía en absoluto, seguía pensando en ella como en una ramera.
Cogió con fuerza el puñal que le quemaba entre los dedos.
-¿Qué vas ha hacer?¿matarme?, no tienes valor, las putas no valen nada, escupió.
-Tienes razón, soy una puta ¿no?, debería matarte y robarte la cartera, después de todo un hombre ebrio es incapaz de satisfacerme de ninguna otra forma ¿no Sir?, pobre mujer la tuya...si le hiciste el hijo con la poca destreza que me mostraste a mí. Se moría de dolor al decirle esas hirientes palabras, pero no podía soportar que el no cejara en su empeño de creer lo peor de ella. Si creía lo peor, le daría lo peor, todo lo peor para que se alejara de ella y no le diera el paraíso de sus labios para luego darle el infierno de sus palabras.
-¡Zorra!¡suéltame!, Marcus se retorcía intentando soltarse de sus ataduras.
-Ningún hombre en su sano juicio querría estar cerca de ti, que das tus favores sin mirar a quién, no mereces ser tratada como una dama, ¡eres una sucia mujerzuela!.
Ana estaba rota de dolor, sentía como si no estuviera allí con él, como si todos esos insultos fueran para otra persona. Se acercó lentamente al hombre, y se inclinó sobre él, que al verla llegar se había quedado muy quieto, ¿sería por el cuchillo que llevaba en la mano?.
Se agachó a su altura y le agarró del pelo haciendo que la cabeza de Marcus fuera hacia atrás, acercó sus labios a la oreja del hombre, quedando inclinada encima de él.
-Si vas a matarme hazlo rápido, porque como pueda desatarme vas a ver lo que es bueno...le dijo.
-No te voy a matar...le susurró al oído.
Marcus estaba enfadado y excitado a partes iguales, la mujer estaba pegada a él, podía olerla, y había visto sus curvas a través de la fina ropa interior, así como una gran parte de sus pechos cuando se había inclinado sobre él. Esa mujer lo estaba convirtiendo en un manojo de nervios excitados que solo pensaba en adentrarse en ella, ¡maldita!, cerró los ojos con fuerza y entonces lo notó. Ana lo estaba besando, le besaba la oreja y le estaba pasando la lengua por el cuello, luego notó la mano en su entrepierna ¡por dios!, iba a acabar allí mismo en un segundo por el toque de esa maldita mujer. Apretó los dientes intentando contener el placer que ella le provocaba.
Ana sentía las mejillas arder, y todo el cuerpo de paso, era la primera vez que tocaba a un hombre, había visto a los niños bañarse desnudos en el río, y sabía que eran diferentes a las niñas, pero eso que tocaba era...enorme...y juraría que era cada vez más grande.
Torturó al hombre con caricias un poco más, y de un movimiento rápido cortó las ataduras de sus pies.
-Ahora te ayudaré a levantarte. ¡Arriba! Le dijo agarrándolo de uno de los brazos atados. No sin esfuerzo lograron que Marcus se levantara. Ana le arregló un poco los ropajes y dió un paso atrás para mirarle de frente.
-Suéltame las manos.
-Por supuesto Sir, pero primero quiero decirte un par de cosas, luego te soltaré. Le dijo mirándole a los ojos.
Ana paseó hasta la ventana dejándolo solo en medio de la estancia, y se giró a mirarle muy seria.
- Te voy a decir esto una única vez. No quiero que opines, razones, digas o creas, solo escucha lo que voy a decirte y luego te vas y me dejas en paz. No quiero que te acerques a mí, tu tienes obligaciones importantes.
No soy una puta ni una meretriz ni ninguna de las lindezas que me has dedicado, no me importa si me crees o no, y no me importa si las circunstancias te han hecho creer otra cosa.
En consecuencia no te dejaré tratarme como fuera todas esas cosas, estoy cansada de intentar demostrar que no lo soy, soy Lady Ana y espero respeto por tu parte, si no puedes concedérmelo quiero que te alejes de mí, ocúpate de tu futuro hijo o hija y déjame.
Por último, levantó la mano para impedir que Marcus hablara al verlo intentar protestar, no estoy embarazada, nunca lo he estado, pero sí espero tener hijos en un futuro, con un hombre que me ame y sobretodo me respete.
Lanzó todo el discurso casi sin respirar.
Marcus la miraba serio.

Una aventura inesperada (Historia Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora