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Había muerto y estaba en el cielo. Y había un ángel mirándola fíjamente. ¿Eran los ángeles hombres o mujeres?, definitivamente su ángel era un hombre...y que hombre...¿como se puede ser tan...hermoso?.
- He muerto...¿estoy en el cielo?¿los ángeles hablan?...comenzó a balbucear Ana mirando al hombre.

- Le has dado demasiado fuerte Donald, está desvariando.
- De verdad que no, dijo Donald. Era un hombre bajito y regordete, que la miraba con cara de susto mientras estrujaba una sucia gorra entre sus dedos.

-No estoy muerta porque me duele la cabeza. Ana se tocó el pelo de la coronilla de donde salía un enorme chichón. Hizo una mueca de dolor mientras intentaba incorporarse del catre donde la habían tumbado. ¡Dios! ¿La habrían mancillado? Se miró todo el cuerpo. Su ropa seguía en el mismo sitio, y no sentía nada raro, excepto el dolor del chichón.
Se quedó sentada mientras la habitación giraba.
Los dos hombres la miraban en silencio.

-¿Que hago aquí?¿Quienes sois?...y lo más importante...¿porqué tengo un chichón enorme en la cabeza? No recuerdo haberme caído. Y no me alejé tanto...estaba haciendo pis....y...(comenzó a ponerse roja como un tomate). ¡Me habéis visto! ¡Haciendo...eso! ¿Que tipo de personas espían a una dama mientras hace...eso?, mientras hablaba iba subiendo el tono de voz, y la última frase la dijo chillando y con las manos en las caderas.

-Realmente no vimos nada, ya sabe...con la lluvia y eso.., balbuceó Donald.
-Relajese Milady, no vamos a hacerle nada. Solo necesitamos que visite a una persona...hable con ella...y luego la devolvemos a su comitiva, dijo el hombre rubio y guapo.
-Hablar...¿hablar con quien?. Si es solo hablar ¿porqué no me lo pedísteis, en vez de darme un golpe en la cabeza, y espiarme?....por cierto, no os habéis presentado, ¿quienes sois?.

Los dos hombres se miraron fíjamente, y su ángel comenzó a hablar.

- Lo sentimos, pero no hay necesidad de presentarnos. Nosotros cumpliremos la misión que nos encomendaron y luego ya no nos volveremos a ver.
-Pero...
-No hay peros, sientesé, y haga lo que le decimos. Y está bien de tanta cháchara.
- Nunca pensé que los ángeles fueran gruñones, susurro para sí Ana.

Se quedó muy callada observándolo. Él era realmente hermoso. Debía medir  un metro noventa, tenía un cuerpo musculoso y firme. Era joven, tal vez de su edad o un poco menos. Tenía un espectacular cabello rubio largo hasta la cintura atado con una cinta de cuero y lleno de bucles y rizos. Precioso, y su rostro realmente hermoso con unos labios gruesos, nariz aguileña y largas pestañas negras que cubrían los ojos dorados más impresionantes que había visto nunca. Un ángel dorado.

Ana suspiró y se mordió el labio mientras miraba fíjamente al otro captor. Era un hombre corriente de estatura media, algo entrado en carnes, pelo castaño y ojos marrones. Tenia cara de buena persona.
No eran para nada lo que ella creía que eran unos secuestradores. Siempre se imaginó a hombres rudos y sucios que la trataría mal....y por ahora nada de eso se había cumplido.
Carraspeó.
-Señores...esto...no podrían contarme porqué me han secuestrado. O qué vamos ha hacer ahora. Mis acompañantes me echaran de menos.
El ángel la miró sin expresión.
- No te haremos daño, le dijo...pero debes comportarte. Y no molestar. Y echó a caminar hacia la otra punta de la estancia agarrando del brazo a su compinche, y comenzando a cuchichear.

Marcus estaba sentado frente al fuego. Había acabado con la cena como un perro famélico, y ahora soñaba con dormir una noche entera como un tronco en un lugar agradable. Paseó la vista por la pequeña torre. Los hombres estaban tirados por aquí y por allá, y en un rincón estaba Verónica, acabando su cena. Era una joven agradable e increíblemente bella, pero su belleza no le decía nada, era como mirar una de esas pinturas de iglesia, de vírgenes puras y hermosas, no como Ana..., ¿donde estaba su prima?. No la veía por ningún lado, y no es que la torre fuera lo suficientemente grande para perderla de vista. No estaba.
Había vuelto a escabullirse, esa maldita mujer seguramente se había ido con alguno de los soldados a retozar un rato. Se hacía viejo, con este tiempo era incapaz de verle la picardía a salir bajo la lluvia a fornicar. Prefería un lecho de plumas y una estancia caliente. Esa mujer era un problema. Estaba preocupado. Le preocupaba no poder dejar de pensar en ella, necesitaba saber donde estaba en todo momento....era por sus hombres, si, eso...debía protegerlos de esa arpía libidinosa.

Se incorporó con un movimiento fluido. Castigaría al pobre idiota que estuviera con ella, y tendría una conversación con la desvergonzada.
Paseó la vista por la torre otra vez. Solo faltaba ella. Todos estaban dentro. ¿Porqué por el amor de Dios iba a estar esa loca bajo  la lluvia?...se acarició el mentón pensativamente. Si estaba sola y no retozando con alguien debía haber ido a aliviarse, si, eso debía ser, y volvió a sentarse ante el fuego con la mirada puesta en la pequeña entrada.

Verónica observaba a Sir Marcus, ese hombre la desconcertaba. Trataba a sus hombres con respeto y era muy apreciado por todos ellos. Pero aunque a ella la trataba con cortesía y amabilidad, a Ana la ignoraba, solo le dedicaba miradas, sobretodo cuando su prima no se daba cuenta. Eran miradas enfadadas, ceñudas, pero algunas veces parecían ¿anhelantes?, era muy raro. Tendría que poner más atención.
Hacía mucho rato que Ana había salido fuera ha hacer sus necesidades, nada llevaba tanto tiempo, así que se incorporó para ir a buscarla.

Marcus vió como Verónica se levantaba y echándose una de las mantas por la cabeza salía bajo la lluvia. Seguramente iría también a aliviarse.

No estaba, ¿como podía no estar?...Verónica volvió a gritar el nombre de Ana. La lluvia caía silenciosa y mansa por lo que sus gritos se oían en la distancia. Dió otra vuelta alrededor del perímetro de la torre. No estaba.
El corazón le latía a mil por hora cuando regresó a pedir ayuda.

Marcus fue el primero en verla entrar. Estaba mojada de arriba a abajo con la piel blanca, los labios morados y los ojos desorbitados por el horror. Se acercó a él corriendo y gritando. ¡Se la han llevado!¡No está!¡Se han llevado a Ana!. Se agarró a sus brazos temblando de miedo. ¡No está!.
Marcus la miró, y luego comenzó a gritar órdenes a sus hombres.
Acompañó a Verónica a un rincón y la tranquilizó un poco, luego se dió la vuelta y salió a grandes zancadas bajo la lluvia.

Una aventura inesperada (Historia Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora