Capítulo 1

111 8 5
                                    

¡Buenas! Aquí comienza mi nueva historia. Una que estoy emocionada por poder compartir con todos vosotros.

Ya sabéis, si os gusta dadle a la estrellita y si tenéis algo que decir, comentad. Me encantará leeros.

Habrá capítulos diarios subidos al mediodía, hora española.

Espero que disfrutéis tanto como yo<3

Por cierto, agradecer a @CarlaFrayMcCall por la maravillosa portada que ha creado para esta historia!!

Eran alrededor de las tres de la mañana cuando en el castillo de Dalia comenzaron a escucharse gritos junto a las murallas.

Asier corrió hacia la habitación de su nieta. Estaba más nervioso de lo que aparentaba, pero consciente de que necesitaba que la gente permaneciese tranquila ordenó, con una templanza envidiable, a la nodriza que se encontraba en ese momento cuidando a la pequeña, que dirigiese a todo el mundo que encontrase a su paso hacia los túneles. Tras ello, él mismo se fue hacia allí. Lo principal era proteger a la pequeña Analía.

Sabía que está guerra no la podía ganar y debía salvar a su nieta.

Mientras recorría los pasillos con el bebé en brazos, ordenaba a todo el mundo que escapase por los túneles, el castillo estaba rodeado y no había forma de huir si no era bajo tierra. A la vez, preguntaba a todo aquel que se encontraba si sabían dónde estaban su mujer y su nuera, pero nadie le supo dar esa información.

La puerta principal cayó causando un gran estruendo y dejando a los enemigos entrar sin que nadie pudiese evitarlo.

Siguió por ese pastillo, para intentar llegar al gran tapiz con el escudo de los reyes cuando, justo en la dirección contraria a la que se dirigía, escuchó el grito de su mujer.

Davinia, al escuchar los primeros gritos, corrió a buscar a Kathleen, que, cuando ella llegó a sus aposentos, ya estaba preparada para marcharse. Le dio a Davinia una capa para que se pudiese tapar y las dos salieron de la habitación en busca del tapiz tras el cual se situaba uno de los túneles.

El castillo era un caos, sirvientes yendo de un lado a otro intentado encontrar los distintos pasadizos que los llevarían a su salvación y guerreros dirigiéndose hacia sus puestos para defender el castillo. Pero no llegaron muy lejos, tras un gran estruendo comenzaron a escucharse los gritos de miedo de los habitantes del castillo frente a los gritos de júbilo del enemigo porque, por fin, habían podido entrar al castillo. Tanto la reina como la princesa sabían que debían ir en dirección al gran tapiz de la zona norte del castillo, pero no les quedaba tiempo, así que optaron por esconderse en uno de los pasadizos que comunicaban el pasillo principal con la habitación de Analía. Fue el peor error que pudieron cometer puesto que era a la pequeña a quien los opositores querían. Al introducirse por el pasadizo creyeron estar a salvo, pero al llegar a su final y abrir la puerta de la habitación de la pequeña se encontraron a Asur, cuñado de Kathleen, furioso por no encontrar a la niña.

Cuando este escuchó la puerta abrirse se giró y se sintió feliz, aunque no podía matar a la niña si podría matarlas a ellas.

—Bueno, bueno. Mirad lo que tenemos aquí.

—Asur recapacita. Lo que estás haciendo no es lo correcto y lo sabes. Si paras ahora todos te perdonaremos —dijo Kathleen intentando ocultar el miedo que sentía. Ese hombre nunca le había dado buena espina y desde el momento que declaró la guerra a su esposo y sus suegros se confirmaron sus peores temores.

—Tarde, querida cuñada, he llegado demasiado lejos como para rendirme ahora.

Davinia se irguió todo lo que pudo y aún con la pena y la ira que sentía hacia su hijo se dirigió a él:

—Asur por favor piénsalo, puedes acabar con todas estas muertes de una vez por todas, solo ríndete.

—Querida madre —expuso con un tono que destilaba sarcasmo por todos lados—, ¿no nos enseñabas de pequeños que debíamos seguir hasta el final? Pues eso es lo que estoy haciendo, quiero convertirme en rey y es lo que voy a hacer.

—Asur por fa-favor... —Kathleen comenzó a temblar al darse cuenta de que la daga que hasta hace unos momentos su cuñado llevaba en la cintura colgada, estaba ahora en sus manos.

—Nunca os he soportado a ninguna. Tú, mamá, desde que éramos pequeños siempre has preferido a mi hermano. Y tú, maldita zorra, decidiste casarte con él antes que conmigo —Fue pasando la daga de mano a mano como si de un juego se tratase—, así que ahora debéis pagar. Pero antes, decidme dónde está mi querido padre con la mocosa.

—¡NO! —gritaron ambas al unísono, sabían que no iban a poder escapar y que iban a acabar muertas de todas maneras, así que al menos protegerían el paradero de aquellos que si podían huir.

—Muy bien, vosotras lo habéis querido —Antes de que ninguna pudiese evitarlo la daga se había clavado en el corazón de su cuñada.

Esta abrió los ojos desmesuradamente y por sus labios empezó a salir un fino hilo de sangre, cayó al suelo mientras sentía que sus últimas fuerzas la abandonaban. Ante eso, de la garganta de Davinia salió un chillido de espanto.

Se lanzó a su lado y la abrazó hasta que las últimas fuerzas la abandonaron y falleció. En ese momento, la reina, conocedora de su destino, se levantó y mientras quitaba las lágrimas que caían por sus mejillas observó la habitación en la que se encontraba.

Era una habitación bastante grande para el ser tan pequeño que la ocupaba, las paredes estaban empapeladas de un precioso papel rosa con dibujos de mariposas. En el lado derecho de la habitación se encontraba una preciosa cuna de madera y a su lado había un sofá grande y un sillón tapizados de color blanco donde su nuera y ella pasaban tardes enteras hablando mientras cuidaban a la pequeña.

Se giró hacia su hijo una última vez y le advirtió:

—Un día tu sobrina vendrá acompañada de su abuelo y de su padre, y te matarán. Entonces, el reino volverá a ser libre —prometió cada vez más segura de que su hijo se había vuelto loco—. Nos puedes matar a nosotras, pero eso solo hará que la venganza de tu hermano sea mayor.

—Maldita zorra, a ese cabrón lo mataré y no podrás hacer nada para evitarlo porque estarás muerta. ¿Me has entendido? Muerta.

Lanzó la daga. Las palabras de su madre le habían enfadado hasta límites insospechados y era ella quien lo pagaría. Davinia murió sonriendo, sabiendo tres cosas: que su marido y su hijo primogénito la querían, que la pequeña ahora estaría a salvo y que, un día, su hijo menor pagaría todo el mal que había llevado al reino.


Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora