Capítulo 34

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Estaba amaneciendo. Hacía cinco días que habían llegado al campamento y desde entonces, ese era el primer momento que Analía tenía a solas. Desde que había llegado, no la habían dejado ni a sol ni a sombra, siempre controlando que estuviese bien. Los entendía, pero a veces le costaba no gritarles que le dejasen unos minutos sola.

Podía ver a los vigías a unos metros de ella sin prestarle atención. Estaba segura de que solo la habían dejado tranquila porque ese día debía marcharse y sabían que necesitaría tiempo para pensar.

Vincent uno de los guerreros de su padre había conseguido entrar en el castillo y estaría allí esperándola. Era uno de los guerreros en quien más confiaba su abuelo y sabía que con él estaría segura, pero no quería alejarse de nuevo de los suyos.

Les habían llegado rumores de pequeñas escaramuzas dentro de la propia ciudad y de los poblados de los alrededores, sin duda, llevadas a cabo por sus partidarios. Por lo que varios de sus guerreros habían escuchado en un pueblo a un par de días de distancia, habían conseguido causar numerosas bajas entre los partidarios de su tío.

Miró hacia la derecha cuando le pareció distinguir unas pequeñas flores de las que Marga le había hablado hacía lo que parecían años, aunque solo había pasado unos meses. Cogió varias y las dejó en una pequeña bolsa de cuero que llevaba con ella pensando en utilizarlas más tarde. Tras ella escuchó unas suaves pisadas que en seguida la pusieron en alerta. No sabía si era alguno de los guerreros o alguien que había conseguido pasar entre los guardias. Se escondió tras unos arbustos y rezó porque quien quiera que fuera no la descubriese. Toda la adrenalina recorría su cuerpo cuando le llegaron dos voces hablando.

—Papá, déjala marchar estará bien.

—Eso no lo sabes, a veces me arrepiento de haber comenzado todo esto. Exponerla así no estaba en mis planes.

—Ni en los míos, pero a ella nadie la reconocerá. Analía se relajó al escuchar las voces de su padre y su abuelo, pero no salió de su escondite.

—Hijo, si algo le pasa por nuestra culpa, jamás podré perdonármelo.

—Eso no ocurrirá, Vincent la protegerá con su vida si es necesario. Y ya no hablamos de David, ese chico hará cualquier cosa por ella.

—Eso es lo único que me tranquiliza, que él se quedará con ella. Analía tras los arbustos se sorprendió, lo último que sabía es que entraría sola al castillo.

—No puedo creer que te abordase así ayer por la noche —afirmó entre risas Analón.

—Casi le atravieso la garganta con la daga por sus formas —replicó su abuelo también entre risas—. Pero admito que me gusta que sea capaz de luchar así por ella. Espero que llegado el momento sea un buen rey.

—No lo dudo papá, David es un buen hombre.

—Analón, pase lo que pase deberás apoyar a tu hija, todo lo demás no importa —ordenó esta vez con seriedad Asier.

—Lo sé papá, jamás debes dudarlo. Nadie tocará a nuestra pequeña princesa.

Analía se movió con cuidado al ver que habían avanzado lo suficiente como para no verla y echó a correr hacia el campamento. Encontró a Darsón y a Zasión sobre un camastro donde dos guerreros les estaban ayudando a cambiarse los vendajes, les saludó y siguió buscando hasta encontrar a Amanda junto a unos baldes de agua.

—Hola, necesito tu ayuda.

—Hola. Yo estoy bien, gracias por preguntar.

—De nada —le respondió con gracia Analía antes de ayudarle con un balde que intentaba cargar. Quería muchísimo a esa mujer que la había criado como a una hija.

—¿Qué necesitas?

—Ayúdame a teñirme el pelo.

Analía le enseñó las flores que había encontrado y Amanda sonrió.

—Les va a encantar.

—Bueno, voy a entrar en el castillo y no puedo raparme, pero si puedo hacer esto. Además, será divertido.

La carcajada de la mujer hizo que varios hombres a su alrededor las mirarán, aunque pronto volvieron la vista a lo que estaban haciendo antes de la interrupción.

Las mujeres se adentraron entre los árboles y allí, Amanda preparó todo con ayuda de Analía, cuando acabaron hizo sentar a la más joven y le extendió por la cabeza aquella pastura. En menos de una hora habían acabado y el pelo de Analía lucía de un precioso azul claro, el color de la bandera de su abuelo.

No parecía ella, a cualquiera que hubiese podido sacarle un parecido a alguien de su familia ahora le resultaría casi imposible. El azul la hacía parecer más pálida y Amanda le había recortado ligeramente los laterales haciendo que su rostro pareciese un poco más redondeado. No lo había hecho por eso sino como un símbolo, pero ahora la ayudaría a pasar desapercibida. Ya lista, recogieron todo y se acercaron de nuevo al campamento donde la gente la miraba sorprendida.

Era común ver tanto a mujeres como a hombres teñidos, lo que no era normal era el color elegido. Era un tono muy concreto que despertaba las sonrisas de la gente al verla pasar. El primero en verla fue Tullio que lanzó una carcajada al aire y la felicitó por lo bien que le quedaba. El siguiente en verle fue Zasión que se puso a aplaudir entre las risas de todos haciendo que Analía se pusiese completamente roja. Darsón, Analón y Asier estaban junto a la hoguera cuando la vieron. Los tres abrieron la boca y parpadearon varias veces despertando de nuevo las risas del resto.

—Estás preciosa hija —dijo Analón al verla.

—Te queda muy bien.

Analía les agradeció a los dos hombres y se giró hacia su abuelo esperando su veredicto.

—Increíble —afirmó abriendo los brazos haciendo que la joven se apoyara mimosa en su pecho. Le dio un beso en la frente y la soltó.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora