Capítulo 36

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La despedida no fue fácil, nadie lloraba, pero sus caras mostraban todo lo que no podían decir para que el resto no se preocupase.

Cuando Analía volvió a pronunciar su voto de lealtad, su padre y su abuelo se le unieron quedando los tres en el suelo. Analía se lo pronunciaba a su abuelo, su abuelo a ella y su padre a ambos. Aún en el suelo se unieron en un fuerte abrazo que hizo a más de uno rezar a los dioses para que esa familia pudiese reunirse de nuevo.

Analía montó en su preciosa montura momento que aprovecharon Darsón y Zasión para entregarle una daga envuelta en una funda de cuero con el lema de la Casa Real grabado en ella: "Lucha. Vence. Vuelve".

La desenfundó con cuidado y en el metal pudo ver grabadas las mismas letras. Se quedó un rato mirándola intentando controlar las lágrimas y en cuanto estuvo segura de que lo había conseguido se despidió con cariño desde corcel.

El camino hacia el castillo fue cansado, pero corto. No hubo tiempo para observar el paisaje, mucho menos para cualquier otra acción que no incluyese avanzar a la máxima rapidez posible. Hicieron la mayoría del camino en silencio siendo lo único que desvelaba que no eran desconocidos el hecho de que de vez en cuando cabalgaban juntos.

Llegaron de madrugada al castillo. Siguiendo las indicaciones que les habían dado, se colaron por el mismo túnel por el que mucho antes las gentes habían huido.

Analía se horrorizó al ver algún que otro cuerpo, que imaginó era de aquellos que no pudieron llegar a tiempo a un lugar seguro. David la llevaba agarrada de la mano mientras tiraba de ella por el oscuro pasadizo. Pasaron varias puertas hasta llegar a una igual a la descripción que su abuelo les había dado. Llamaron primero tres veces, luego dos y luego tres esperando no haberse equivocado.

Ante ellos apareció una cabeza rapada y unos brazos con las mangas remangadas destacando en el antebrazo izquierdo un gran tatuaje de una mariposa. A ambos les pareció que el aire inundaba sus pulmones de nuevo al verlo.

David enseñó al hombre su propio tatuaje, el mismo que le había hecho hacer sobre su antebrazo a Analía unos años antes. Era un guerrero llamado Yannick el que solía encargase de ello, pero David había obligado a la joven a clavar la tinta sobre su piel, a cambio, al finalizar le había regalado una delicada pulsera que podía transformarse en un arma letal al desplegarse y convertirse en una afilada cuchilla de oro que podía competir con las más peligrosa de las espadas.

Vincent al verlos parados ante él los dejó pasar agachando el rostro ante Analía que repitió su gesto en señal de gratitud. Evitando en todo momento hablar, les mostró el que sería su dormitorio. El hombre solo había conseguido uno pensando que la chica iría sola ya que David era un cambio de última hora, del que no había sido avisado. Analía le mostró el anillo dando a entender que estaban prometidos y el hombre sabiendo lo que significaba se alejó de allí tranquilo, nadie le recriminaría que hubiesen dormido juntos. Solo esperaba que no hubiese embarazo antes de la boda o todos deberían dar muchas explicaciones.

Cansados del largo viaje no tardaron en dormirse envueltos en la incertidumbre de qué pasaría a continuación. 

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora