Por la mañana, antes de que saliese el sol en el poblado ya había una gran actividad; los guerreros preparaban sus caballos y se dividían en dos grupos, unos iban a dirigirse con Analón a buscar a aquellos que apoyaran su causa y el otro grupo iría con Analía y su abuelo hacia el castillo. Además, el primer grupo, emprendería una guerra directa contra Asur.
—Ya estoy abuelo —Analía salió de la casa justo cuando su abuelo llegaba con los caballos.
—Tu padre ha marchado pronto, irá directo a la plaza.
—Bien —La joven se acercó a su caballo. Se llamaba Niebla y era un precioso caballo gris con las crines del color del carbón. A Analía siempre le había parecido curioso que el caballo de su abuelo tuviese el nombre que tenía, así que cuando consiguió el suyo propio, le puso un nombre igual de peculiar.
—Vamos —Asier montó y emprendió el camino hacia el pueblo, su nieta lo siguió sin dudar.
La plaza se encontraba abarrotada de gente. Escucharon un grito llamándolos y al mirar de dónde provenía la voz, vieron a Analón con David y sus padres. Unos metros más a la izquierda se encontraban Darsón y Zasión dando las últimas órdenes.
Sabiendo el poco tiempo del que disponían comenzaron las despedidas. Analía se despidió primero de Néstor y después de sus familiares.
—Adiós papá —Analón la sostuvo con fuerza entre sus brazos unos instantes—. Te quiero. Por favor, ten mucho cuidado.
—Lo tendré, cariño —prometió con una sonrisa intentando tranquilizarla.
La joven se separó de su padre y miró alrededor, al ver que todos estaban atentos a ellos dedujo que era el momento adecuado. Se agachó a los pies de su abuelo y con lágrimas en los ojos recitó una vieja promesa que él le repetía desde que era tan solo un bebé.
—Prometo lealtad, una lealtad que ni el más temible de los enemigos pueda romper. Prometo servirte y luchar a tu lado cuando lo necesites. Siempre estaré a tus órdenes, bajo tu mandato y llevaré la espada hasta donde lo necesites.
—Ponte en pie —demandó su abuelo. Tal como lo hizo, fue él el que se puso de rodillas y recitó el mismo juramento. Cuando se levantó, los dos se abrazaron entre los aplausos de la gente. No solo aquellos que los iban a acompañar, sino de aquellos vecinos que habían salido a despedirlos.
Todos se fueron volvieron a sus quehaceres dejando solos a los dos jóvenes.
—David —Se acercó Analía hasta poner su mano sobre el brazo de él.
—No hace falta que digas nada —confirmó el chico acercándose a ella un poco más a ella.
Le cogió la mano y tras dejarle algo en la palma se la cerró impidiendo que lo viera. Analía solo podía notar que era un objeto circular.
—No lo mires hasta que me haya ido, por favor — Ella asintió—. Bien quiero que me escuches, no tenemos tiempo.
—S-sí.
—Cuídate, por favor, cuídate. Sé que eres buena luchando, la mejor, pero no te confíes, no estaré ahí para cubrirte las espaldas —Los dos sonrieron ante eso.
—Lo haré.
—No quiero olvidarte, no lo haré, pero necesito que tú tampoco te olvides de mí —Por sus mejillas comenzaron a resbalar lágrimas sin control, las había intentado mantener en sus ojos, pero falló en el intento—. No quiero que llores, no quiero que estés triste, porque nos volveremos a ver —Analía le limpio las lágrimas que descendían por sus mejillas.
—No puedes decirme que no llore si tú lo estás haciendo —dijo ella mientras él repetía el proceso que había llevado ella acabo unos momentos antes.
—Cada día pensaré en los besos que nos hemos dado. Sé que son pocos, pero para mí han sido el cielo.
—¿Por qué ahora? —inquirió ella mientras se alejaba un paso— Has tenido millones de oportunidades —afirmó confundida.
—Venga Analía, sabes tan bien como yo qué habrías contestado —Analía lo pensó un momento y llegó a la conclusión de que el joven tenía razón—. Sin embargo, ahora no pierdo nada por intentarlo —Antes de que ella se diese cuenta de lo que había dicho, David la estaba besando. Pero ella no se apartó, se pegó más a él hasta que oyeron un fuerte carraspeo a su lado y se apartaron con rapidez.
—Chicos —llamó Asier con una sonrisa. Los dos sonrieron avergonzados, mientras veían al hombre alejarse rápidamente.
—Te quiero —Le dio un beso en la frente y se marchó.
—Te quiero —confesó ella de vuelta pensando que no la escucharía, pero David se volvió y le guiñó un ojo a la vez que su cara mostraba una sonrisa socarrona, como si ya lo supiese.
Gran parte de los guerreros ya estaban sobre los caballos, solo quedaban ellos dos su padre y su abuelo. Cuando todos estuvieron listos para marchar, su padre dio la orden y la mitad comenzó el camino entre ovaciones de sus vecinos.
ESTÁS LEYENDO
Las torres de la mariposa
AdventureEl trono era su destino o lo habría sido de no ser por su tío. Nació en un castillo, lo perdió siendo un bebé y ahora está dispuesta a recuperar lo que considera suyo. Todo un reino depende de ella y Analía está dispuesta a hacer lo que sea por prot...