Capítulo 55

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La gente, sin espacio suficiente, se apretujaba como podía esperando la aparición de Asier que nervioso intentaba mantener la compostura en un pequeño habitáculo situado a la izquierda de la sala.

Este miró a Analón, que, frente a él, sonreía extasiado y alargó la mano, su padre se la estrechó con un enérgico apretón

—¿Estás preparado?

—Llevo preparado años —manifestó con una tímida sonrisa.

Entraron a la sala entre los aplausos de la gente que miraban con admiración al hombre que los había librado de un hombre horrible.

Anduvieron despacio ante las inclinaciones del pueblo hasta la parte delantera de la sala, donde Analía esperaba de pie en la tarima.

Sus allegados más queridos estaban situados en primera fila, erguidos con orgullo ante lo que iba a pasar. Darsón, situado junto a Tullio le guiñó un ojo antes de darle una palmada en la espalda a Zasión que con los brazos cruzados sonreía abiertamente. Néstor, abrazaba la cintura de Amanda que, con cariño, se apoyaba en él, mientras su mano agarraba la de Marga que a su vez sujetaba la de Drimelda y le susurraba algo haciéndole reír. Y al final del banco estaba David que, concentrado, giraba su daga entre los dedos. Tullio había querido asistir, pero sus aldeanos lo necesitaban y prometió volver al castillo más adelante, cuando todo estuviese más tranquilo.

Analía se despidió de su padre antes de que se fuera a sentar con David, al que le quitó el arma para que prestase atención.

—¿Preparada? —cuestionó Asier

—No.

Asier no le dio tiempo a decir nada más al girarse para hablar al resto de la sala.

—Hace unos días tuve el placer de ver caer a un tirano y hoy estoy aquí para ver un placer mucho mayor. Ver a mi nieta, Analía, reinar por fin —Le dirigió una breve mirada antes de proseguir—. Podría ahora mismo dar un gran discurso sobre el orgullo que ha sido para mí recuperar esta corona, pero no lo he hecho para que estuviese entre mis manos. Todo ha sido por ella y por vosotros. Jamás dejaría este poder en otras manos que no fuesen las suyas. Sé que gobernará con justicia y dará lo mejor de ella misma por el pueblo, sin excepción.

Fue entonces cuando retiró el fino metal que lucía su frente e hizo dar un paso adelante a su nieta, arrodillándose ante su cuerpo.

—Por ello mismo, renunció a este poder, a esta corona, cediéndosela a la persona más valiente e inteligente que podréis conocer —finalizó—. Ahora me dirijo solo a ti, hija —pronunció ante la mirada sorprendida de ella por el apelativo—. Prometo lealtad, una lealtad que ni el más temible de los enemigos pueda romper. Prometo servirte y luchar a tu lado cuando lo necesites. Siempre estaré a tus órdenes, bajo tu mandato y llevaré la espada hasta donde lo necesites.

Analía, con lágrimas en los ojos, acepto la corona que él le entregaba y la sitúo en su frente antes de coger sus manos acercándolas a sus labios para besarlas.

—Te quiero —murmuró sobre ellas.

—Más que a mi vida —puntualizó su abuelo antes de levantarse entre los aplausos del pueblo.

Tras la ceremonia de consagración a los dioses, ambos se dirigieron hacia su familia y amigos que en primera fila esperaban impacientes.

—¿Nos vamos? —inquirió su padre cuando llegó a su altura—Está nervioso —murmuró en su oído echando un rápido vistazo a David.

—Nos vamos —afirmó Asier que llegaba en ese instante a su lado.

—Venga, David. No es tan malo —afirmó Darsón dando un golpe en la espalda del chico para después agarrar del brazo a Analía y dirigirse juntos a la salida.

Allí les esperaban los que emprenderían ese camino con ellos. La mayoría era gente que había vivido en la aldea, pero también se encontraban personas de otros lugares como Marga que ya estaban sobre sus caballos.

Analía montó en Niebla y se sitúo junto a su abuelo, aunque este se había quedado un paso por detrás, dejándole a ella el lugar del jefe de expedición.

Levantó la mano en señal de despedida poniéndose en marcha y se despidió de los ciudadanos entre vítores.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora