Capítulo 2

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Asier al escuchar el grito de su mujer corrió más rápido, sabía que no tenía tiempo y, aunque cada milímetro de su cuerpo, mente y, sobre todo, corazón le decían que debía volver atrás para protegerla, sabía que no debía. Tenía que poner al bebé que llevaba entre sus brazos a salvo y después esperar a que su hijo lo encontrase para poder decirle lo que había pasado. El rey no era tonto y sabía que en esos momentos las dos mujeres estarían ya muertas.

Por fin llego al tapiz lo descolgarlo abriendo la puerta y siguió por el túnel. Tenía que seguir sin parar hasta llegar a la otra puerta que daba casi al centro del bosque, donde esperaba que alguien les estuviese esperando con lo necesario para poder huir.

Días antes cuando su hijo había declarado sus intenciones de derrocarle, organizó con sus dos mejores guerreros, su mujer y su nuera la mejor forma para poder huir. Todos sabían que juntos no podrían hacerlo, así que los guerreros se fueron ese mismo día con varios caballos y provisiones para poder sobrevivir durante días en el bosque. Las dos mujeres debían juntarse en cuanto sonase la voz de alarma y llegar al tapiz cercano a los aposento de esta última. Y él debía ir a por la pequeña y después escapar por el tapiz cercano a la habitación.

Pasó horas caminando por los túneles intentando que el miedo y la tristeza no lo dominaran. Se imaginaba lo que había pasado, su hijo menor llegó hasta las dos mujeres y estas lo entretuvieron para darle así tiempo a él para escapar.

Se encontró a numerosos criados e incluso guerreros huyendo. Estos últimos corrían de un lado a otro vigilando que no viniese nadie que no fuese del castillo y ayudando a las mujeres y a los niños.

Los adultos llevaban las pocas pertenencias que habían podido recoger en el último momento. Intentaban que los niños no se separasen demasiado, cosa que era poco probable ya que estos tenían miedo y solo querían estar al lado de sus padres. Como la mayoría de hombres estaban protegiendo el castillo, eran mujeres lo que predominaba por el túnel, en especial ancianas con sus nietos, ya que las más jóvenes se habían quedado a ayudar.

Por ello, los pocos guerreros que se encontraba a su paso Asier, cargaban con niños o con los paquetes más pesados de las mujeres más débiles. Las antorchas iluminaban el camino, dando una tonalidad anaranjada a las paredes de piedra y creando grotescas sombras al paso de la gente. Aquí y allá se escuchaban susurros apremiantes y algún que otro sollozó. Llegó a la puerta por donde la gente se iba apartando para dejarle pasar y al salir al exterior se encontró en medio del bosque.

Todavía estaba todo oscuro lo que quería decir que aún era de noche y tenía una oportunidad para poder escapar. Silbó una melodía muy simple y segundos después a su lado aparecieron sus dos guerreros más fieles. El rey, Darsón y Zasión eran amigos desde la infancia y habían combatido juntos por años; así que fueron ellos los elegidos para ir con él. Los tres juntos luchaban casi como uno solo.

—Debemos irnos antes de que descubran que he escapado —ordenó mirando a la gente que se arremolinaba a su alrededor sin saber qué hacer.

—Asier, siento decirlo, pero tu mujer y la prince... — comenzó Darsón despacio intentando no sonar alarmado.

—Lo sé, no van a venir, no pudieron salir del castillo —le interrumpió Asier, sus ojos comenzando a llenarse de lágrimas.

—¡Mierda! —exclamó Zasión observándole con tristeza. Sabía todo lo que significaban para él.

—Vámonos —dijo el rey mientras se limpiaba las lágrimas y acomodaba a la pequeña en sus brazos—, ¿Dónde están los caballos?

—Los tenemos a unos metros de aquí—informó Darsón a la vez que comenzaba a andar.

—Huid en la noche y manteneos a salvo, quien quiera seguirme encontrará un hogar en el Valle Escarpado, quien tenga otro lugar que vaya en paz y que los dioses estén con él —La multitud lo observaba en silencio, esperando sus palabras, con fe ciega en él—. Volveré y el reino será nuestro, no sé cuándo ni cómo, pero volveré y tened por seguro que los traidores pagarán por ello —sostuvo con la promesa de venganza en la voz—. No tengo palabras de ánimo esta noche, todos sabemos lo que está ocurriendo, pero escuchadme bien: Dalia no se rinde, está noche nuestro castillo ha sido tomado, pero en cada corazón, en cada persona que hay aquí, Dalia sigue viva, sigue luchando y no va a rendirse. Puede que no ahora ni dentro de uno o dos años, pero este reino volverá a ser nuestro —la gente afirmaba en silencio dándose ánimos unos a otros.

Asier se acercó a su caballo Tormenta, el cual habían traído sus amigos unos minutos antes y tras acariciarle se subió y cogió las riendas con una mano mientras que con la otra acunaba al bebé.

—Recordad, soy el rey de estas tierras, jamás olvidéis eso y cuando llegue el momento estaré a vuestro lado luchando —aseguró a su gente. La población a su alrededor lo miraba de nuevo esperanzada, mostrando su lealtad, demostrándole que cuando ese día llegase ellos estarían allí luchando.

Una mujer que rondaría los setenta años se acercó hasta él y le dio una manta con la que tapar a su nieta, cuando la hubo abrigado con ella, beso la mano de rey que le dio un suave beso en la cabeza antes de comenzar un suave trote. Cuando se giró a echar un último vistazo, todos estaban con una rodilla en el suelo, incluidos niños y ancianos. Además los guerreros habían clavado su espada en la tierra en señal de respeto. La piel se le puso de gallina, viendo como a pesar de lo ocurrido la gente seguía confiando en él.

Se dio la vuelta prometiendo salvarlos a todos y acarició la crin de su precioso caballo. Tormenta llevaba con él solamente un año, pero se había convertido en uno de sus caballos favoritos; su yegua murió en el parto y como era noche de tormenta, le puso el nombre en recuerdo. El potro era de un precioso color azabache. Sus crines, más largas que las del resto, puesto que el rey se negaba a cortarlas, contrastaban con las del resto de caballos del castillo, que siempre las tenían cortas para facilitar su mantenimiento.

Por el camino se encontraron a numerosa gente huyendo que al verlos pasar les gritaban palabras de ánimo y más de uno les hizo detenerse para darles unos pocos víveres. Ellos intentaron que no lo hiciesen, iban a ser tiempos difíciles y aquellos que se los ofrecían, en muchos casos acompañados de familia, necesitarían todo el alimento que pudiesen conseguir.


Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora