Capítulo 42

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—¡Tú, conmigo! —señaló Vailán ocultando su sorpresa. Minutos antes el rey le había ordenado encarcelar a una sirvienta por haber ayudado a unos fugitivos, lo que no esperaba es que fuese Analía la causante del enfado de su rey.

Dos guerreros a su lado esperaban con la mano sobre la espada enfundada esperando que obedeciese las ordenes. Vincent, se movió despacio preparándose para atacar, movimiento que fue frenado por una mirada de la joven y del propio Vailán que no sabía que estaba ocurriendo, pero intentaba evitar un enfrentamiento que echara a perder los planes de todos.

—Se le acusa de desobediencia, debe acompañarme hasta que pueda demostrar lo contrario —dijo agarrando su brazo con un apretón firme, aunque sin llegar a hacerle daño. Analía lo observo con agradecimiento a través de la mirada altanera que le lanzó. El hombre le estaba mandando, a través de su sujeción, la confianza que le faltaba.

—Avisa a David —ordenó soltándose de Vailán con una fuerte sacudida y dirigiéndose a Vincent que con un leve asentimiento le correspondió.

No iba a dejar que la sacaran de allí a rastras, así que ella misma se abrió pasó hasta la puerta de la cocina seguida por los tres guerreros. Echó un último vistazo a Vincent que todavía confundido se movía discretamente a través de las mesas para llegar a Lida que, un poco más atrás, ya estaba colocándose la capa por encima.

Vailán se situó a su lado mientras los otros dos la seguían de cerca. Esta vez no la volvió a tocar, pero si le echaba breves vistazos que ella correspondía.

—A partir de aquí, me encargo yo —exigió a sus compañeros que acatando su orden se marcharon por el pasillo de la derecha mientras ellos seguían recto.

A su lado izquierdo, el atardecer los acompañaba a través de los grandes ventanales. Se pararon frente a uno desde donde Analía podía ver los últimos rayos de sol desaparecer.

—¿Qué ha hecho? —preguntó el hombre agarrándola suavemente del brazo. Miró a ambos lados antes de hablar de nuevo, pero a esas horas todos se encontraban preparándose para la inminente cena.

—La envenenó, no iba a dejar que muriese por un error —contestó con simpleza.

—Si no actuamos con rapidez, no será la única en riesgo de muerte. Asur no tolera la traición.

—Parece que nos regimos por las mismas leyes —afirmó observando el perfil del guerrero. Tenía una pequeña cicatriz y su nariz parecía ligeramente torcida comparada con la última vez que lo vio —. ¿Qué ocurrió, Vailán?

—Al principio fui recibido como un héroe —comenzó sin atreverse a devolverle el escrutinio—, pero un día llegaron rumores de altercados perpetrados por el que decía ser el propio Asier. Asur quería respuestas y pensó que yo debía saber algo. Todo apuntaba a que llegaban desde el mismo lugar donde poco antes varios de sus guerreros habían sido asesinados.

—Y tú fuiste el único superviviente —adivinó la princesa—. Supongo que no te preguntó con amabilidad.

—Pensó que le ocultaba información y así es, pero fui entrenado por el propio Asier, nadie puede infligir el suficiente daño como para que hable.

—¿Tu familia?

—Está bien, los envié con los nuestros hará un par de semanas. Nunca se le ocurrió usar esa baza a su favor.

—Me alegro. Ahora llévame a mi celda o comenzarán a sospechar.

—Fui yo quién le dijo donde luchar la primera vez contra los vuestros, pero lo hice por orden de su abuelo —reconoció mostrándole el camino. Le hablaba como a su superior, todos lo hacían desde que Asier y su padre se había arrodillado ante ella

—Lo sé.

Siguieron por el pasillo hasta una puerta de madera custodiada por otra de rejas de hierro. Vailán las abrió y le cedió el paso antes de cerrarlas tras él.

—Vamos.

Bajaron por la escalinata de piedra, pero a mitad el guerrero la hizo detenerse.

—Supongo que tiene armas consigo, démelas —demandó con la mano extendida hacia ella. Analía lo miró con suspicacia sin saber muy bien qué hacer. Era lo único que tenía para defenderse allí abajo—. Se las devolveré en cuanto la registren.

Analía se levantó la falda hasta los muslos ante el guerrero, que apartó la vista intentando no incomodarla. Cuando se quitó las joyas que llevaba el hombre la miró confundido.

—Las quiero conmigo allí abajo, son importantes.

Vailán entendía la importancia de los collares, pero su rostro mostró regocijo al ver como Analía desdoblaba la pulsera y se convertía en una afilada cuchilla.

—No esperaba eso.

—Nadie lo espera, de eso se trata —afirmó correspondido la sonrisa del hombre—. Ya estoy.

—Vamos —Apoyó su mano con suavidad sobre la espalda de la chica para hacerla caminar de nuevo.

Al llegar al final de las escaleras un escalofrío recorrió a la joven. Las celdas, repletas de hombres asustados escondidos entre las sombras intentando pasar desapercibidos, se sucedían en lo que parecía un pasillo interminable y a lo largo de este, otros cruzaban, convirtiendo el lugar en un laberinto lleno de presos.

Fueron directos hasta dos guardas que ante una de las bifurcaciones mantenían la postura con estoicidad.

—Una celda libre —mandó Vailán mientras uno de los guardias revisaba a Analía sin dejar ningún recoveco de su cuerpo sin inspeccionar. La chica soportó el escrutinio como pudo y en cuanto la soltó se situó junto al guerrero que la acompañaba intentando encontrar de nuevo la seguridad que este le transmitía.

—El rey no lo ha ordenado —rebatió uno de ellos.

—Bien, denle entonces la misma que al cocinero que han bajado esta mañana a las mazmorras.

—Segundo pasillo a la derecha, tercera celda —dijo como si la situación fuese algo común.

La agarró de nuevo por el brazo y la hizo andar por el pasillo entre las celdas. A través de los barrotes, ojos curiosos, la observaban intentando adivinar que delito había cometido una mujer tan joven.

—Intentaré que nadie se le acerque, no hasta que sea seguro. Pero, a partir de ahora, todo depende de su capacidad de mantenerse viva por su cuenta.

—Gracias por todo —correspondió la joven sujetando sus manos cuando se pararon ante la que sería su celda. A los lados, los encarcelados miraban desde sus camastros situados en la pared más alejada a las rejas.

—Tengo un último aviso que puede ser beneficioso —insistió devolviéndole el apretón—. Cuando alguien nuevo llega, se le sitúa con los presos más antiguos para asustarlo. Muchos de esos presos llevan aquí veinte años —añadió con una sonrisa mirando a las celdas colindantes. En ellas, ojos fieros la observaban con aparente desinterés, pero podía ver como analizaban su cuerpo despacio.

—Mis armas —exigió al ver como se giraba.

—Cierto —las sacó de los bolsillos de su capa y se las entregó ante la sorpresa de los allí presentes—. Tenga, princesa —habló lo suficiente alto para que todos lo escucharan

Abrió la celda y esperó a que entrase antes de dirigirse a los reclusos.

—Muchachos, cuídenla. Al fin y al cabo, será ella quien los saque de aquí —decretó antes de salir raudo del lugar.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora