Capítulo 43

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Su vista se situó sobre los hombres que tenía al frente. Ambos se apoyaban en las rejas mirándola con curiosidad. Nerviosa fue colocando una a una las armas de nuevo en su lugar.

No se sentía amenazada por ellos, no después de lo que había dicho Vailán, pero la situación en la que se encontraba no era de su agrado. En esos momentos, no era su grupo el que dominaba la situación y ni siquiera sabía si podrían avisar a tiempo a su abuelo, lo que hacía que su cuerpo permaneciese en tensión intentando adivinar el siguiente paso a seguir.

Colocó el collar en su lugar viendo como los hombres abrían la boca por la sorpresa y se dio la vuelta recordando de repente que no estaba sola en la celda. Tuvo que echar un segundo vistazo para situar el montón de harapos, que se suponía eran una persona, en la esquina más alejada de ella. No se movía y eso hizo que la joven se acercase despacio. No estaba muerto o al menos eso indicaba el rítmico movimiento de su pecho, pero poco quedaba del agradable rostro que la saludaba cada mañana al llegar a su puesto de trabajo.

Se agachó a su lado y maldijo no llevar consigo su bolsa de medicinas, se la había dado a David antes de entrar a las cocinas por si la necesitaba en su guardia por los túneles, había confiado en que durante un rato no la iba a usar.

Movió el cuerpo con cuidado y lo dejó apoyado sobre la fría piedra, dándole así mayor espacio a sus manos para trabajar. Cortó un trozo de tela del bajo de su vestido y lo pasó por el rostro del chico con cuidado, pero poco pudo hacer.

—Hay agua en ese cuenco —habló por primera vez uno de los guerreros que la miraban.

—Gracias —correspondió dirigiéndose al mismo y mojando el trozo de tela antes de volver junto al hombre.

—¿De verdad es la princesa? —escuchó mientras retiraba la sangre seca de la cara de Azazel.

Analía oyó como las rejas de las celdas colindantes sonaban al apoyarse sus ocupantes en ellas para escuchar mejor.

—Sí. Soy la hija de Analón —confirmó poniéndose en pie para volver al cuenco.

—Yo soy Yuliel y mi compañero es Antien, estamos aquí por su abuelo —afirmó señalándose a él y después al otro, repetidas veces.

—¿Por mi abuelo? —inquirió confundida.

—Llegó un momento que su tío descubrió que el pueblo le tenía mucho más miedo si nos mantenía encarcelados que si nos mataba. Más de la mitad de los que estamos en El Túnel llevamos aquí más de lo que recordamos. Otros tantos perecieron en estos años —explicó clavando su mirada en ella, impidiéndole moverse.

—¿El Túnel?

—Así llamamos a las mazmorras.

—Los sacaré de aquí, lo prometo —aseguró tocando el collar que tiempo atrás su abuelo le había regalado.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora