Capítulo 20

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Analía volvió de nuevo a su lugar junto a Tullio, quien le paso el brazo por los hombros en un ademán reconfortante.

—Voy a salir de aquí, es probable que varios guerreros vengan conmigo, intentaré quitármelos de encima e ir a pedir ayuda, necesito que mantengas esto tranquilo mientras tanto —Al anciano le costó entender lo que la chica decía ya que sus susurros eran tan bajos que casi no se oía ni ella—, Emephanf tengo que ir baño y tengo sed a partes iguales —habló esta vez ya en voz alta.

El hombre harto ya de su verborrea constante, se dirigió a cuatro de sus diez soldados.

—En cinco minutos debéis estar de vuelta —Después se giró hacia Analía—, sino por cada minuto que te retrases alguien morirá.

—Señor, yo también iré —El chico al que la joven había pedido agua dio un paso al frente.

—Bien.

Analía observó con cuidado a los guerreros que iban detrás suyo, eran bastante más altos que ella e iban acompañados por sus espadas.

—El mejor momento para atacar será en la siguiente intersección, dirígete a la izquierda, yo estaré esperando a la derecha —La joven afirmó antes de que el chico la soltase y los adelantase perdiéndoles de vista.

Tal como desapareció, Analía sintió un empujón que casi la hizo caer.

—Date prisa, preciosa, no querrás que los del salón mueran por tu culpa, ¿verdad?

—¿Cómo podéis poneros en contra de vuestro Señor?

—Nos situamos en el lado vencedor, nos da igual cuál sea.

—Entonces, chicos, siento deciros que estáis en el bando equivocado —Acabó de hablar en el mismo momento en el que se tiró al suelo para coger su daga y por el otro lado aparecía David atacando a los dos hombres situados a su altura.

Acabaron con ellos con facilidad y sin hacer ruido, necesario para que su plan siguiera su curso. Si Emephanf se enterase de lo que había ocurrido no duraría en matar a todos los que tenía retenidos.

—No podemos avisar a nadie, están fuera de las murallas —explicó David con voz apremiante—, debemos enfrentarnos a los que quedan, antes de que la situación sea todavía más complicada.

—¿Qué haces aquí?, ¿Dónde están mi padre y Zasión?

—¿Me has escuchado?

—¿Y tú a mí?

—Han seguido el camino, me quedé para protegeros.

—¿Cuándo se marcharon?, ¿por qué nadie te ha reconocido?

—Hace unos cuatro o cinco días, sólo pasaron la noche. No me dejé ver en el castillo por si algo así pasaba, llegado el momento sólo me he tenido que unir a los atacantes.

—¿Qué vamos a hacer ahora?, estamos solos —reconoció Analía alicaída.

—Yo de momento besarte.

David la pegó a la pared impidiendo que escapará, aunque tampoco pensaba alejarse ni un centímetro. La boca del chico descendió hasta la suya y, aunque de primer momento fue un beso dulce, ella puso una de sus manos en la cintura de él acercándolo más y la otra la puso en su cuello profundizando más el beso.

—Me estaba volviendo loco cuando te ha ido a buscar y ninguno de los dos bajabais —Se separó de ella un centímetro mientras los dos se miraban a los ojos—. Casi subo a buscaros.

—Estoy bien, tu nota llegó justo a tiempo —Le acarició la mejilla suavemente intentando que se tranquilizará—. Mírame, estoy bien.

Él afirmó con la cabeza antes de pegarla de nuevo a su cuerpo.

David se agachó a coger la espada de uno de los guerreros a los que habían matado con anterioridad y se la pasó a Analía.

—Empieza el juego.

La sonrisa de los dos se extendió a lo largo de su cara. Analía cogió la espada y la sostuvo entre sus manos.

—¿Crees que podamos tardar un poco más?

—En un par de minutos nos comenzarán a buscar y si encuentran los cuerpos antes de que volvamos estamos perdidos.

—Quiero mi espada.

—De acuerdo, entonces vamos.

La cogió de la mano y juntos fueron hacia la habitación de la chica, corriendo subieron por las escaleras del servicio, evitando así que los viesen los que estaban en el gran salón.

Cuando llegaron a la puerta, David se quedó vigilando fuera mientras ella cogía la espada, se acordó de la nota y la escondió en uno de sus baúles.

—Ya estoy.

—Vamos. Bajaron sin hacer ruido hasta el gran salón y se quedaron detrás de las puertas escuchando.

—Parece que la pequeña rata se ha escapado, así que supongo que llega mi hora de actuar —La voz de Emephanf congeló a Analía—, tú adelante.

Se escuchó un forcejeo seguido de gritos de una mujer joven hasta que un ruido secó hizo que pararán. Los puños de David blancos por la presión que ejercía le anunciaron a la chica que no iba a ser capaz de estar mucho tiempo permitiendo eso.

—Suéltala.

—¿Quién me va a obligar?, ¿tú?, sería gracioso puesto que casi no puedes ni moverte viejo.

—En realidad, yo.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora