Capítulo 7

51 3 0
                                    

—El otro día los padres de Mireya me tendieron una emboscada y casi acabo casado —Ante esa declaración a Analía le entró un ataque de risa—. No te rías, si no hubiese sido por Iseia que escuchó lo que planeaban habría acabado casado con esa insufrible.

—Oh vamos, no es tan mala —Nada más decir esto los dos comenzaron a reír de nuevo.

—Sabes que no me gusta, es irritante —comentó el chico ya más calmado—, siempre creyéndose superior y encima la forma que tiene de tratarte no me gusta nada, te debe respeto.

—Recuerda que aquí nadie sabe quién soy —contestó ella mientras veía como su padre hacía caer a un chico.

—Lo sé, pero aun así, no me gusta.

—Está loca por ti y tú pasas el día conmigo, ¿qué quieres?

—No lo puedes decir en serio —le dijo él—. Las mujeres siempre pensando en lo mismo.

—Oh, no puedes decirme que no te habías dado cuenta cuando la mitad de las jóvenes del pueblo me miran con odio cada vez que estoy cerca de tuyo que, por cierto, es siempre.

—Eres una exagerada, Analía.

—Bueno, tú cree lo que quieras, yo solo te digo como son las cosas —respondió la joven poniendo una sonrisa que solo él conocía.

—¿Qué te traes entre manos?

—Nada, pero si quieres te puedo dar mi opinión sobre posibles futuras esposas —Empezó a reírse, mientras él la observaba con una mirada de auténtico horror.

—Nunca, nunca me casaré, deberías saberlo tan bien como yo.

—Eso dices siempre, pero cuando llegue la indicada veremos —afirmó ella con convicción. Hacía varios años que los dos deberían estar ya casados, ella era comprensible que no lo estuviese debía encontrar un marido adecuado para su cargo, pero nadie sabía a qué estaba esperando el muchacho, todos los jóvenes de su edad estaban casados y con uno o dos hijos.

Estuvieron un rato más hablando hasta que finalizó la clase y los dos hombres se acercaron a los jóvenes.

—¿Qué tal chicos? —inquirió Analón mientras se sentaba al lado de su hija.

—Bien, señor —contestó David—. Ahora que ha acabado voy a casa, mi madre me matará si no llego para la cena —Se acercó a Analía y le dio un breve abrazo mientras le preguntaba en susurros—. ¿Nos vemos está noche? —ella asintió para que los hombres no se enterasen de nada.

Zasión, tras ayudarles a ordenar todas las armas y dejar preparado lo necesario para el día siguiente, se despidió y se dirigió hacia su casa.

Analón y Analía emprendieron el camino hacia la suya en completo silencio, no era un silencio incómodo, simplemente cada uno iba pensando en sus cosas. Analón pasó su brazo por encima de los hombros de su hija y la atrajo hacia sí.

—Te quiero, pequeña.

—Y yo papá —Analía le abrazó por la cintura y le dio un beso en la mejilla.

Al entrar por la puerta notaron el olor a estofado preparado por Asier.

—¿Estofado para cenar, abuelo? —Analía se acercó a mirar por encima del hombro de Asier, a la cazuela que tenía este delante.

—Si niña, hoy toca estofado—confirmó él mientras se levantaba y se apartaba de delante de la chimenea—, ¿qué tal el entrenamiento? —preguntó a su hijo. —Como siempre, yo a su edad ya luchaba como un adulto, pero sus padres se empeñan en que aún son demasiado jóvenes —refunfuñó mientras ponía la mesa—, hoy ha luchado tu nieta.

—¿Quién ha ganado? —inquirió mientras sonreía, sabía perfectamente contra quien había peleado.

—Empate —reveló ella mientras servía a los dos hombres que ya se habían sentado.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora