Capítulo 38

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¡Buenas! Espero que pasen una Nochebuena increíble con sus seres queridos:)

Les habían dicho que su estancia en el castillo no duraría más de un par de semanas, pero ya llevaban allí más de un mes y eso comenzaba a inquietarlos.

Lida había resultado ser una buena compañía para Analía, que cada día echaba más de menos a los suyos. Vincent al igual que David la protegía día y de noche, por lo que pocas veces eran las que conseguían estar a solas las dos mujeres. No sabían que había ocurrido, pero alrededor del sexto día de llegar, si no era uno era otro, pero nunca las dejaban solas. Analía sospechaba que algo le ocultaban, pero no sabía qué y las únicas veces que había intentado averiguarlo había acabado furiosa con ambos.

No había salido de las cocinas más de un par de veces, las suficientes para que David le enseñase los lugares que sabía daban al único lugar seguro del castillo, el pasadizo.

Se estaba encargando de la vajilla del castillo como cada mañana, cuando un joven entró en la estancia. Analía no lo conocía, pero tampoco le extrañó al echar un segundo vistazo. Su ropa gritaba nobleza por todas partes, ropa que ninguno de los súbditos podría siquiera soñar con tener, y su aire de superioridad le dejaron claro que no iba a las cocinas en son de paz.

—El cocinero, ahora.

Los pocos que en ese momento se encontraban ante él lo miraron confundidos, incluida Analía. Su interior exigía respuestas, pero sabiendo cuál era su papel se mantuvo al margen, escondida entre dos hombres que la tapaban por completo.

No era tonta, por las reacciones de sus compañeros supo quién era, aunque le habría bastado con las dos primeras miradas que le echó si no hubiese estado tan concentrada en esconderse. Ese joven tenía los mismos rasgos faciales que su abuelo. No debía pasar de los quince años, pero una mueca de disgusto enmarcaba su rostro, haciendo que, por primera vez, Analía comprendiese a lo que estaba enfrentándose.

Un sirviente que se encontraba al final de la sala expuso lo que ninguno más se atrevía a decir. El cocinero no se encontraba en aquellos momentos.

El joven se acercó hasta él y entre los gritos ahogados de sus compañeros lo arrastró fuera. Nadie se movió hasta que se perdieron de vista, fue en ese momento que se dio cuenta que los dos hombres ante ella no estaban situados en ese lugar de casualidad.

Analía podía notar la tensión en las espaldas de aquellos dos que despacio fueron girándose hacia ella.

—Sabemos que eres nueva, pero no te conviene estar a solas con él, el príncipe no es una persona agradable —expuso el que parecía mayor dirigiéndose hacia su puesto.

—Gracias —Analía no podía decirles que si intentase algo probablemente lo mataría, lo que enfadaría a su abuelo por hacerlo antes de tiempo y a su prometido por hacerlo sin ayuda, así que decidió que lo mejor era agradecer que se hubiesen preocupado por ella.

—No hay de que, solo mantente alejada de él y su padre —habló el más joven mientras se situaba junto a su padre.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora