Capítulo 56

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Se encontraba en su antigua cabaña, rodeada por Marga, Drim y Amanda, que con cariño la ayudaban a prepararse.

El vestido que le habían colocado caía en forma de vaporosas ondas hasta el suelo, entrecruzándose en ellas suaves hilos del color de un zafiro que las decoraban, dándole un aspecto brillante al blanco conjunto. El escote dejaba entrever el collar que muchos años atrás su abuelo le había obsequiado destacando la mariposa en un primer plano, como una metáfora de su vida, prometiéndoles un nuevo principio.

Su hermana le había trenzado el pelo que había vuelto a su color natural tras tratarlo y Amanda había sido la encargada de decorar su pelo con diminutas flores del mismo color del vestido.

—¿Preparada? —inquirió su amiga ayudándola a levantar.

—Llevo preparada toda mi vida —proclamó agarrando el ramo que Marga le tendía.

—¡Vamos allá! —exclamó Amanda con una sonrisa abriendo la puerta por donde asomaron su padre y su abuelo que al verla se quedaron anonadados.

—Estás preciosa —manifestó su padre haciéndola girar sobre sí misma.

—Gracias.

—Todavía estamos a tiempo de huir —replicó su abuelo con una sonrisa en el rostro.

Analía pareció pensárselo lo que provocó las risas de los demás, pero se agarró con fuerza al brazo de su padre tras besar la mejilla de su abuelo, prometiéndole llegar hasta el altar.

La caminata hasta el bosque se le hizo eterna, pero cuando llegó, solo pudo sonreír al ver esperando en la linde del mismo a Néstor, Darsón y Zasión.

Fueron hasta ellos y como había hecho con anterioridad con su abuelo, depositó un beso en la mejilla de cada uno antes de volver a enganchar el brazo de su padre.

Se despidió con cariño de las mujeres que la acompañaban, yendo estas, junto a los hombres, hasta el lugar de la ceremonia, excepto Drimelda que con una csta caminaba ante ella depositando delicados pétalos a su paso.

Analía miró una vez más a su padre.

—Mireya tiene que estar revolviéndose de furia —expuso su padre con clara ironía.

—Estoy segura de que si no fuese la reina ya me habría despellejado viva —contestó su hija de la misma forma. Desde que habían vuelto al pueblo hacía una semana, la muchacha se había dedicado a hacerles la vida imposible.

Al llegar ante los bancos de madera que habían dispuesto para los invitados, la chica pudo escuchar los murmullos de los invitados, aunque estaba tan nerviosa que era incapaz de prestarles atención.

Ante ella, David la esperaba bajo un arco de madera, decorado con vistosas flores, junto a su abuelo que se debatía entre la felicidad de su nieta y sus ganas de llevársela lejos de allí.

La ceremonia destacó por su simpleza, pero eso no la hizo menos bella. Analía consiguió conservar la compostura hasta que vio a Tullio, que había llegado aquella misma mañana, llorar junto a Marga que le tendía un pañuelo con discreción. Esa imagen provocó que las lágrimas desbordasen por sus pómulos, aunque David se encargó de retirarlas con mimo.

—Puedes besar a la novia.

Se lanzaron a los brazos del otro incluso antes de que Asier acabara la frase entre los vítores de la gente que feliz festejaba el enlace.

Habían tenido que pasar por mucho, pero después de todo el sufrimiento, un nuevo periodo de paz y felicidad se abría camino ante ellos.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora