Analía se quedó observando la nota intentando asimilar lo que había leído, ¿qué era eso de que corrían grave peligro?, ¿por qué la mujer se escondía?, ¿por qué no podían actuar y habían tenido que dejar todo en manos del noble?
Dos golpes se escucharon en la puerta, asustada, Analía guardo la nota debajo de la almohada, más tarde pensaría que hacer con ella, pero de momento ese sería un escondite igual de bueno que cualquier otro.
La puerta se abrió en el momento en el que la joven se situaba de nuevo en la ventana, volvió la cabeza para descubrir quien había entrado en los aposentos y se quedó paralizada por el miedo.
—Nos volvemos a ver.
No podía coger la daga qué tenía sujeta en su tobillo sin que el intruso viese lo que hacía, así que no le quedó otro remedio que seguirle la corriente pensando en que la carta de David no podía haber llegado en un momento más oportuno.
Se acercó al hombre, quien la cogió con brusquedad del brazo y la arrastró escaleras abajo. Entraron en el gran salón donde Analía se sorprendió al ver sólo a unos cuantos sirvientes, lanzó una fugaz mirada a Tullio quien afirmó dándole a entender que lo que la chica había descubierto era cierto.
Miró furiosa hacia el que la había arrastrado desde su habitación, pero este no la vio porque se dirigía de nuevo hacia las habitaciones.
—No hagáis nada hasta que vuelva.
Analía vio como varios hombres asentían con la cabeza y uno de ellos se situaba en la única salida evitando así cualquier posibilidad de escape. Se acercó hasta este buscando respuestas.
—¡Exijo que se me explique a que se debe este ultraje ahora mismo!
—No estás en posición de exigir nada, preciosa —la joven escupió en su dirección provocando que el hombre le diese una bofetada. Analía sin amilanarse le miró de arriba abajo, era de estatura baja, obeso y desprendía un olor que la joven no sabía cuánto tiempo iba a poder soportar.
—¡Muéstrale un respeto a tu futura reina!
—No te preocupes Tullio, algunos no saben lo que es la educación.
—Oh señora, deberíamos enseñárselo, no podemos permitir que trate a todos como lo ha hecho contigo.
Se oyeron unos golpes al otro lado de la puerta y el hombre que había arrastrado a Analía apareció con más personas a las que empujó hasta tirarlas al suelo. La joven se fijó en que eran dos chicas de su edad o un par de años mayores.
—Traigo algo para que nos divirtamos —Rio, lo que consiguió que a todos los presentes les entrará un escalofrío, su risa era cruel, sin un ápice de calidez.
—Oh, ¿tan sosos son tus amigos que necesitas a alguien para que te cuente chistes? —Tullio la miró y admiró su entereza, no todos eran capaces de enfrentarse a sus agresores y desde luego pocos hombres eran tan valientes como ella.
—Misha o debería decir Analía nieta de Asier, no intentes enfrentarte a mí porque no me vencerás.
—Si no recuerdo mal, ya lo hice una vez querido Emephanf.
—Oh, pero muchas cosas han cambiado desde entonces, querida.
Llevaban ya varias horas sentados en el suelo del gran salón, el fuego hacía rato que se había extinguido de la chimenea y la oscuridad había invadido la sala. Analía se apoyó en Tullio intentado infundirle esperanza, hacía un par de horas el pobre hombre había descubierto que más de la mitad del castillo le había traicionado y, aunque, había sido avisado no lo podía creer.
Estaba frustrada, sus guerreros y su abuelo, hasta donde sabía, estaban fuera del castillo descargando los carros y si por suerte se habían enterado de lo que ocurría, estarían intentando encontrar una forma de entrar y liberarlos a todos, pero mientras tanto debían permanecer quietos y estaba ya cansada.
Se levantó y fue directa hacia uno de los hombres que estaban apoyados en la pared. Era joven, con unos ojos verdes y el pelo que le caía sobre los ojos, además de una espalda ancha y una considerable altura.
Él la miró fijamente haciendo que toda su preocupación se alejase de su mente y provocando una sonrisa en su cara. Cuando logró recomponerse se enfrentó a él, haciendo que todas las miradas se posasen en ellos.
—Tengo sed, traedme agua.
—Esto no funciona así, querida. Tendrás agua sólo si yo lo decido.
—Emephanf, querido, no estaba hablando contigo —dijo sin volverse—. Agua, he dicho.
El hombre miró a su jefe antes de negar con la cabeza.
—Bien, cuando os mate a todos, tú serás el primero.
Se escuchó una carcajada generalizada por parte de aquellos que los tenían retenidos. El único que no se rió fue Emephanf, en cambio, comenzó a dudar sobre lo que iba a ocurrir. No era tonto y sabía que si la chica hacia tal afirmación era por algo.
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Las torres de la mariposa
AdventureEl trono era su destino o lo habría sido de no ser por su tío. Nació en un castillo, lo perdió siendo un bebé y ahora está dispuesta a recuperar lo que considera suyo. Todo un reino depende de ella y Analía está dispuesta a hacer lo que sea por prot...