Capítulo 3

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Cuando los caballos estaban demasiado cansados para continuar, se unieron a un grupo compuesto por varias familias que se encontraron por el camino. Si los tres hombres no se equivocaban una de aquellas familias era la de Néstor.

—¿Amanda? —Darsón se acercó hacia una chica de unos quince años que llevaba un bebé en brazos y a la cual le faltaba casi toda la falda de su vestido encontrándose está por los muslos de la muchacha. Rápidamente le siguieron los demás.

—Señor —Hizo una pequeña reverencia hacia Asier y después hacia los otros dos—, ¿saben algo de mi marido?

En un instante, alrededor de los hombres se formó un pequeño círculo de gente preguntando intentado descubrir que había pasado con su familia.

—¡Silencio! —Ante el grito del rey se produjo un silencio sepulcral—, intentaremos responder a todas vuestras preguntas, pero de uno en uno.

Dos señoras mayores, que si Asier no recordaba mal trabajaban en la cocina, se acercaron y pidieron a todos los niños que las acompañasen, se llevaron también a la princesa y al hijo de la joven. Mientras los familiares estaban entretenidos con sus preguntan, ellas aprovecharon para dar de comer a los más jóvenes.

—Bien, hablarán primero los hombres de más edad, después lo más jóvenes y seguirán las mujeres.

—Mi esposa, se llama Lydia, nos separamos antes de llegar a los túneles —demandó un hombre alrededor de los sesenta años y con lo que parecía parte de la tela del vestido de la joven en el brazo.

Miraron alrededor y vieron como muchos hombres e incluso alguna mujer llevaban heridas tapadas con partes de los vestidos de las mujeres más jóvenes que se encontraban allí. Hasta ese momento era el único grupo que se habían encontrado donde alguien tuviese heridas, por lo que Asier se imaginó que habrían sido los primeros en encontrarse con los enemigos, echó otro vistazo y se alegró al ver que ninguna de las heridas parecía grave.

—¿Tu mujer es Lydia de Fuenclara? —el hombre asintió con la cabeza.

—Está a salvo, se dirige hacia aquí —le tranquilizó Darsón con una sonrisa—, la vimos salir del castillo con varias mujeres más.

Tras esto y antes de que nadie pudiese pararlo cogió un caballo, dio las gracias a los hombres y se alejó al galope. Todos allí sonrieron; se alegraban por el pobre hombre, su mujer estaba a salvo y por la forma de cabalgar que tenía pronto se reunirían.

Tras varias preguntas solo quedaba la joven Amanda.

—¿Y mi marido? —Asier no pudo más que sonreír, conocía a la pareja y sabía que estaban completamente enamorados. Se habían casado ese mismo año y ya tenían un hijo, lo que fue un gran escándalo porque las fechas de la boda y del nacimiento del bebé no cuadraban.

—Está bien, niña, lo hemos visto a menos de una hora de viaje, así que llegará enseguida.

Cuando acabaron la ronda de preguntas se dispusieron a comer, los hombres invitaron a la joven a sentarse con ellos. Zasión tenía a Analía en brazos mientras Darsón tenía al pequeño de Amanda en los suyos, para que Asier y ella pudiesen comer con tranquilidad.

En un momento dado, detrás suyo se comenzó a escuchar un barullo y al darse la vuelta se dieron cuenta de que la gente abría camino a un joven que venía corriendo.

—¡Amanda! —Al verle la joven se levantó de su sitio y fue hacia él.

Cuando ya estaban uno delante del otro, él la cogió en brazos y se besaron.

—Estás bien, estás vivo —susurraba ella, abrazada todavía a él—. Pensaba que te había perdido.

—No pensarías que te iba a dejar, ¿verdad, preciosa? —inquirió él antes de volver a besarla. El resto de las personas allí reunidas comenzaron a aplaudir.

Los tres hombres se acercaron y tras saludarles y darles las gracias, Néstor cogió a su hijo en brazos. Era un hombre de complexión fuerte, moreno y con unos preciosos ojos verdes, cinco años mayor que su esposa.

Pasaron la noche con ese grupo de gente y al amanecer siguieron su camino. Durante días solo descansaron para dormir y dar de comer a la pequeña.




Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora