Capítulo 28

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Miró con sorpresa hacia la puerta, no había escuchado que estuviesen llamando.

Con rapidez abrió apareciendo ante ella Lizet que, con una sonrisa, le enseñó la bandeja que llevaba en sus manos. Analía se apartó dejándola pasar y cerró tras ella.

—¿Molesto? Puedo volver después —inquirió dejando la bandeja sobre la cama y sentándose al lado.

—Claro que no. Quédate y toma el té conmigo.

Se sentó al lado de la chica y la miró mientras esta servía el té en unas tazas. Lizet era una joven muy alegre y con un corazón de oro, eso no podía negarlo. Cuando Tullio tras aquella trifulca donde Analía había matado a uno de sus guerreros, había ordenado a todos seguir con sus quehaceres, Analía había hablado con él para que liberase a Lizet de su trabajo y la convirtió en su dama de compañía. Desde entonces, no se había arrepentido ni un instante.

—He oído a tus hombres, estaban nerviosos por no tener noticias.

—¡Ay, Lizet!, pues como yo. Ya no puedo esperar más.

Bebió un trago de su taza mientras veía que el cuerpo de la joven se tensaba, Analía esperó su pregunta sabiendo lo que la muchacha quería saber.

—Señora, ¿se va a ir? Pero si ya ha ido su padre, usted debe quedarse aquí, a salvo.

—Lizet, tengo que ir, no puedo dejar a los míos.

—Pero no sería dejarlos, sería mantenerse a salvo.

Analía miró al techo pidiendo paciencia y se acercó a la joven pasándole un brazo por los hombros. La miró con preocupación, cuando la había visto por primera vez pensó que ya tendría cerca de veinticinco años, pero solo tenía dieciocho y como si de su hermana pequeña se tratase, le apartó con cariño el pelo de la cara.

—Lizet, sé que lo que te voy a pedir es arriesgado, pero ¿quieres venir conmigo?

La chica levantó el rostro y la miro confusa, se había quedado sin habla. No hacía nada más que mirarla hasta que con cuidado quitó la bandeja de entre las dos y se tiró a sus brazos.

—¡Por supuesto que sí!

Analía soltó un suspiro de alivio y le devolvió el abrazo, por un momento había temido que se negase.

—No será fácil, habrá que pelear —avisó alejándose de ella.

—Pero señora, podría esconderse con Amanda y conmigo antes de la lucha.

—Lizet, escúchame. No vamos a escondernos, vamos a luchar yo estaré bien, tú también y Amanda todavía más —afirmó pensando en lo que diría David si a su madre le pasaba algo—. Sé que sabes luchar, que Marga te ha enseñado, pero a partir de mañana entrenarás con nosotros.

—Sí señora —acató sin dudar.

Estuvieron un rato en silencio mientras disminuía el contenido de las tazas de té.

—¿Puedo preguntarle algo?

—Claro.

—¿Cómo conoció a su prometido? —Analía la miró con sorpresa— Lo siento, sé que es algo privado, pero he escuchado a sus guerreros hablar.

La princesa acarició los pliegues de su falda estirándolos mientras buscaba la mejor forma de comenzar la historia. La taza había quedado olvidada sobre la bandeja de plata. No le preocupaba que la gente lo supiese, tampoco se habían molestado en ocultarlo. Solo pensaba que tardarían más en enterarse.

Estaba segura de quien se había ido de la lengua y cuando pillase a los dos hombres tendría unas palabras con ellos. Amanda no había sido porque se lo habría dicho, así que solo quedaban Darsón y Asier. Estaba segura de que no habían podido permanecer callados, al fin y al cabo, lo adoraban.

—Nos criamos juntos, casi como hermanos. Luchábamos juntos, jugábamos, hacíamos todo juntos —comenzó Analía, ni siquiera ella sabía cuándo había comenzado todo—. Un día los entrenamientos de mi padre y Zasión no fueron suficientes y decidimos entrenar por la noche. Yo era la única que podía derrotarle y viceversa, pero un día eso se acabó.

—¿Alguien más le venció? —inquirió curiosa la dama de compañía.

—No —negó con una sonrisa nostálgica—. Ninguno pudo vencer, padre nos tuvo toda la tarde combatiendo y, aun así, a la hora de la cena ninguno había sido desarmado. Ese día decidimos que necesitábamos más, ni siquiera habíamos estado a nuestro máximo nivel.

—Pero, ¿cómo llegó a ser su prometido? —apremió Lizet.

—Ahora llegaremos a ese punto —tranquilizó con una sonrisa Analía—. Los entrenamientos comenzando siendo un par de veces por semana, pero pronto pasaron a ser diarios, a no ser que mi trabajo lo impidiese. Mi familia nos descubrió una noche que hice demasiado ruido al salir por la puerta y nos siguieron. Dos noches después nos besamos por primera vez.

—¿Se besaron delante de su abuelo? —preguntó con los ojos abiertos por la emoción.

—Ambos habíamos pasado ya la edad en la que la gente se desposa y nadie entendía por qué seguíamos solteros. Tenía numerosos pretendientes, pero mi abuelo y mi padre no habían dado el visto bueno a ninguno, tampoco yo me había interesado en ellos —explicó mirando al techo dando a entender a la otra chica, que no le habían interesado lo más mínimo—. Esa mañana, uno de nuestros amigos me propuso matrimonio y David lo escuchó. Yo no sabía nada, pero aquella misma noche, luchó con una furia que nunca había presenciado. Antes de darme cuenta me estaba besando.

—¡Qué bonito!

—Lo fue —afirmó con las mejillas rojas—. Después de eso dejó claro que no pensaba casarse y que estaría siempre para mí. Supongo que mi abuelo lo escuchó y llegado el momento solo le tuvo que dar permiso.

—¿Está enamorada de él?

—Creo que en aquel primer beso ya lo estaba —habló una voz desde la puerta. Allí se encontraban su abuelo y Darsón acompañados por Amanda que, con las manos en las caderas, había contestado.

—No negamos a todos aquellos pretendientes sin razón, lo hicimos porque habíamos visto algo de lo que vosotros no os habíais dado cuenta —contó su abuelo sentándose en la cama junto a ellas.


Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora