Capítulo 52

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No sabía cómo había ido a parar allí. Los cuatro ventanales dejaban pasar la luz del atardecer creando magnificas sombras sobre las paredes y la gran alfombra. Se sentó sobre el blanco sofá dejando descansar a su magullado cuerpo, aunque sabía que no podría dormir. Frente a ella, la que suponía había sido su cuna, esperaba por alguien que la ocupase.

Por el umbral de la puerta que, un rato antes, Analía se había encargado de echar abajo, apareció Asier sentándose en el sillón junto a ella.

—¿Cómo estás? —inquirió el hombre con cariño.

Desde hacía varios días el caos reinaba en el castillo intentando acostumbrase todos, de nuevo, al reinado de su abuelo. Los muertos habían tenido adecuados funerales, los pocos partidarios de Asur habían sido encarcelados y el resto intentaba poco a poco volver a la normalidad. Otra vez, después de muchas lunas, habían vuelto a sufrir la pérdida de sus seres queridos.

—Bien —contestó dejándose caer contra el respaldo del sofá donde se encontraba.

—Hay cosas que debo explicarte.

—Lo sé —reconoció a su abuelo.

Tras el asesinato de Asur, todo había muy rápido y no habían podido estar solos desde entonces. Su padre se había marchado a acompañar a Tullio, Analía sabía que lo hacía para alejarse del castillo un tiempo mientras las cosas volvían a su lugar, aunque tenía la sensación de que no era la única razón.

Maktub y Charmesh se habían marchado tras darle la noticia de que pronto serían padres y Lizet había decidido irse con ellos acompañando a uno de los amigos del príncipe. Por lo que le contó en el poco tiempo que estuvieron juntas, algo surgió entre ellos mientras ella estuvo en el castillo. Se alegraba por la chica, pero eso no impedía que la tristeza la embargase al imaginar que no se volverían a ver.

Las que sí se habían quedado a su lado eran Amanda y Lida que prácticamente pasaban el día con ella. También la joven Drimelda, quien descubrió no era su prima carnal, aunque pronto la consideró como a una hermana pequeña. En realidad, era sobrina de Isthar quien, al morir la hermana de esta, la había acogido. Ninguno de sus tíos le habían hecho la vida fácil y mucho menos su primo, por suerte, todo eso había acabado y a partir de entonces podría disfrutar de la vida. Analón la había reconocido como hija, por lo que nunca tendría que volver a sufrir.

—Dentro de dos días habrá una ceremonia de coronación —habló su abuelo rompiendo el cómodo silencio que se había instaurado en la habitación—. La corona te será cedida ante todo el pueblo.

—¿Qué pasa si no la acepto? —bromeó.

—Que recaerá en David y me niego a que ese muchacho sea rey, bastante tengo con que sea tu consorte —siguió la broma su abuelo. Asier adoraba al chico, ambos lo sabían.

—Será un honor abuelo, pero no sé si estoy preparada —dudó posando la mirada sobre una de las mariposas que empapelaban las paredes que los rodeaban.

—Lo estás, mi pequeña princesa —aseguró llamándola como siempre hacía cuando estaban solos.

—¿Cómo están los heridos? —preguntó la chica preocupada dejando las risas a un lado.

—Mejoran despacio, pero lo hacen. Deberías pasar a verlos.

—Lo haré esta tarde, no me veía capaz de enfrentarlos antes —reconoció sabiendo la cantidad de gente que había salido herida o muerta por ella.

—De acuerdo —asintió su abuelo—. Mañana por la mañana te quiero en mi despacho al amanecer, tenemos muchas cosas que preparar —ordenó a su nieta poniéndose en pie.

—Vale.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora