Capítulo 41

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De vuelta en el castillo se dirigieron a las cocinas, donde un numeroso grupo de gente intentaba acabar la cena a tiempo.

Jackey y su familia no iban a volver y había que añadir al muchacho que esa misma mañana habían encarcelado, reduciendo considerablemente el número de manos disponibles para ayudar. Por eso mismo, en vez de ir a descansar, se unieron a ellos.

Esperaba que la respuesta a su carta llegase lo antes posible. Necesitaba explicaciones y no dudaba que ellas se las darían. No había escrito una sola carta, pero la más importante no era la enviada a su familia, la más importante había sido enviada a las dos únicas mujeres que, sabía, no la engañarían: Lizet y Amanda.

Si los hombres tenían sus propios planes, confiaría en las mujeres. Una promesa no escrita entre ellas era la de siempre decirse la verdad y había llegado el momento de apelar a ella.

Vincent le echó un vistazo desde la mesa de al lado que correspondió. El más joven de los hombres que la habían protegido esa mañana se había situado a su lado dándole conversación en unos términos no adecuados para nadie que no la conociese de forma cercana y comenzaba a incomodarla.

Su guerrero se acercó irrumpió en el pequeño espacio que había entre los dos e ignorando al chico le habló a ella.

—¿Cómo está?

—Cansada —contestó alzando los hombros en un gesto desenfadado.

Analía sabía que el otro estaba escuchando, así que resignada a no poder contar nada comenzó una charla vacía o eso parecía a ojos ajenos al menos.

—¿Cuántas horas ha dormido?

—Cuatro —respondió a Vincent que sonrió entendiendo a lo que se refería la chica. El matrimonio, la mujer viuda y el niño—. Ya sabes, me he quedado la mayor parte de la noche pensando cómo sería pasear por el bosque.

—Muy tranquilo, no suele haber nadie —Vincent le siguió el juego mientras el hombre a su lado escuchaba. Todo apuntaba a que no lo hacía, excepto que sus ojos se movían discretamente a la derecha cada vez que uno de ellos hablaba.

—¿Has visto a David? —inquirió la joven. Analía y Lida se habían dirigido la cocina, pero él se había desviado prometiéndoles unirse pronto.

—No desde esta mañana. Estará bien, ha ido a pasear —añadió al ver como la mujer desviaba la vista hasta la pequeña puerta escondida tras una de las estanterías—. Lo siento.

—Está bien —correspondió a su susurro. Sabía que lo decía por la información ocultada, pero ya no podían cambiarlo.

—¿Cómo está Lida? —cuestionó el hombre elevando de nuevo la voz.

—Tal vez David deba dormir contigo esta noche.

Todos allí sabían que ese día era el aniversario de la muerte de su único hijo, así que la única razón por la que había preguntado era para nombrar al muchacho en términos que los oyentes entendiesen que no debían acercarse a ella. Por otro lado, sí había planeado dormir con Lida, pero esta había declinado la oferta.

Permanecieron en silencio un rato hasta que el ruido de la puerta abriéndose bruscamente los hizo girarse.

Las torres de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora