CAPÍTULO 11

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Llegué a casa y nada mas pisar el salón mi móvil comenzó a sonar.

– Joder, que susto – dijo Nick poniendo una mano en su pecho – No te oí llegar.

Rodé los ojos divertida. Cogí el móvil y contesté a la llamada.

– ¿Quién es? – dije sentándome al lado de mi marido.

¿Lena? – oí una voz muy aguda al otro lado de la línea – Soy Ana, la profesora de su hija.

Fruncí el ceño.

– ¿Qué ha pasado?

Valeria... Se dejó su peluche en el autobús – oí como se aclaró la garganta – Un cerdito rosa.

Tapé el micrófono del móvil.

– Val, ¿dónde está Peppa Pig? – la niña miró a su alrededor y se encogió de hombros. Solté un suspiro – Sí, es de ella – respondí de nuevo al móvil.

Puedo llevársela. No me supone ningún problema.

No te molestes. Ya vamos a por ella el lunes.

– ¡No mamá! – se quejó la niña – ¡Yo quiero a Peppa Pig! ¡Sin ella no podré dormir! – la miré fijamente – ¡Por favor!

No me hacía ninguna gracia que esa mujer viniera aquí pero bueno, si mi hija quiere Peppa Pig, yo le daré Peppa Pig.

– Está bien, la dirección es...

Ya la sé – me interrumpió – Lo miré en los expedientes. Estoy ahí en nada – colgó.

¿Me debía de preocupar por esta mujer o no?

Al cabo de unos minutos, la puerta sonó. Nick fue a abrir.

– ¡Hola! – saludó muy animada – Tu debes de ser Nick, el papá de Valeria.

– Sí, así es – dijo despacio.

Me acerqué hacia ellos.

– Hola Ana – hablé y ella sonrió.

– Aquí tienes – me dio el peluche.

– Muchas gracias por venir, de verdad. Y perdona las molestias – hablé mientras la miraba.

– No hay de que, querida – hizo una pausa mientras miraba detenidamente a Nick – Por cierto, bonito apartamento – volvió a sonreír y seguido se fue.

Nick cerró la puerta.

– ¿Bonito apartamento solo? – dije cruzándome de brazos.

– A mi no me mires, esa tía esta chalada... Se la ve desde lejos – funció los labios.

– Menos mal que no soy la única que lo piensa – solté un suspiro y volvimos al salón con Val y Thomas.

– Aquí tienes, hija mía – le di el peluche a la niña. Ella lo cogió y lo abrazó – Pero la próxima vez no te despistes... No quiero que esa mujer vuelva a venir aquí – asintió.

A Nick le volvía a tocar el turno de noche. Sentía miedo porque me pasara algo similar a lo de la otra noche. Además tengo dos niños a mi cargo. No podría vivir si les pasara algo.

Pero bueno, ya me he encargado de poner el cerrojo y cerrar con llave la puerta de entrada.

– Bueno niños. ¿Ya sabéis que había en la caja?

– ¡Sí! – contestó Valeria – ¡Una casa de muñecas enorme!

Reí.

– ¡Que va! Seguro que había un gran circuito de carreras.

– Puede que las dos respuestas sean verdad... o no – ambos niños fruncieron el ceño – Tras arder la casa, la familia se fue a vivir con sus abuelos. La niña no quiso dejar la caja, por eso se la llevó consigo. Día tras otro, se dejaba las manos intentando abrirla. Pasaron los años y la niña fue perdiendo la ilusión a medida que crecía. Llegó el día de su cumpleaños, cuando cumplía 20 y entonces se enamoró. Se olvidó de la caja. Hizo una vida y el regalo quedó olvidado en un trastero lleno de cosas que no usaba. Cuando llegó a anciana se quedó sola. Fue una mujer muy feliz hasta que su marido se llevó a su hija. Nunca más los volvió a ver. Sufría de alzheimer, una enfermedad que le hacía olvidar las cosas. Ya casi no se acordaba ni de su nombre. Una noche, bajó a su trastero sin ni siquiera saber para que. Solo sabía que tenía que bajar allí. Y entonces fue cuando divisó la caja. Fue hacia ella con intención de abrirla y probó una última vez. Tiró del papel de colores ya desgastado y pudo ver el color marrón de la caja. La abrió lo más rápido que pudo y dentro, encontró lo que le faltaba... Todos su recuerdos.

Valeria abrió la boca por completo y lágrimas amenazaban con salir de sus ojos.

– Qué... bonito – sonrió.

– ¿De dónde sacaste ese cuento? – preguntó mi sobrino.

– Un mago nunca revela sus secretos – reí.

– Pero tu no eres una maga. Tu eres mamá – contestó mi hija confundida.

Solté una carcajada.

– Así es, y como no os durmáis la mamá de Valeria se va a cabrear. ¿Queréis eso?

– No, claro que no. Estas muy fea cuando te enfadas – respondió Thomas.

– Y cuando no se enfada también – habló Val mirando a su primo.

Le atravesé con la mirada.

– Yo te quiero mamá – dijo inocentemente.

Mi Mejor Error #MME2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora